UN COLADOR INCONTROLABLE
Al nordeste del país, Misiones parece caerse del mapa argentino. Tiene 1.391 kilómetros de frontera, de los cuales sólo 124 lindan con el territorio nacional; 900 con Brasil y otros 367 con Paraguay. Hay unos 35 pasos fronterizos legales; en algunos casos son los puentes que cruzan sobre el cauce de los ríos; en otros hay simples cordones de cemento sobre unas pocas cuadras que finalizan con montes hacia ambos lados. Esa particular geografía de ríos, más o menos angostos, de montes, más o menos espesos, de puestos fronterizos, más o menos efectivos, y cientos de kilómetros sin control alguno, favorece el accionar de redes dedicadas al delito trasnacional organizado. El contrabando tiene tantas caras como posibilidad de negocios: narcotráfico, trata de personas, tráfico de seres humanos, de armas, lavado de activos, secuestros, robo de vehículos, adulteración, falsificación, y más, tantos más como se les ocurra.
Prefectura Naval, Gendarmería, Policía Federal, y la Policía de Seguridad Aeroportuaria tienen presencia en la provincia con más kilómetros de frontera del país. Pero no pueden vigilarla completamente. El sistema de cámaras instalado del lado argentino de la Triple Frontera, al igual que en otros puntos, ayuda a identificar cuando se está produciendo un cruce ilegal, pero el problema surge cuando no hay suficientes efectivos para acudir por tierra o río de la manera más rápida posible. Lo mismo sucede con los radares móviles o con los que utiliza la Fuerza Aérea para controlar el creciente número de vuelos irregulares.
Si todas las fuentes oficiales coinciden en que el tráfico ilegal aumentó desde que se desató la pandemia por Covid-19 y las propias fuerzas aceptan entre dientes que están superadas: ¿cómo habrá sido cuando las fronteras se encontraban abiertas?