CARTA EDITORIAL
Si se pudiera elegir una universidad en el mundo como la más cool (variopinto término del argot anglosajón, universalizado por los jóvenes y no tan jóvenes de todo el planeta), habría que considerar seriamente a Central Saint Martins, de Londres. Desde luego, hay que empezar por situar la selección en un contexto concreto, las artes en este caso, para poder dejar de lado nombres superpoderosos como Harvard, Oxford, MIT, etcétera, las cuales tienen un horizonte mucho más grande de carreras y a las que, seguramente, se les identificaría como respetadas, importantes y, depende del punto de vista, un poco cool también. Pero para tratar de entender de qué estamos hablando, vale la pena explorar rápidamente qué significaría esa gaseosa y, a la vez, rotundamente clara noción de lo cool. Para resumir lo irresumible, podríamos aventurarnos a decir que cuando una persona declara (normalmente con espontaneidad) que algo o alguien es cool, se está refiriendo a una promiscua variedad de emociones e ideas que van en el siguiente tenor: fantástico, alucinante, padre, chévere, admirable, interesante, asombroso, sofisticado, impactante, seductor, ingenioso, sorprendente, y todo eso revuelto con cualquier otro pensamiento que englobe el concepto de “muy atrayente” que la intrincada mente de cada cual produzca. Lo que nos lleva, de nuevo, a Central Saint Martins, el lugar que a miles de jóvenes ambiciosos por descollar en la música, el diseño, el cine y las artes plásticas, les parece recontracool. Entre otras cosas porque de ahí se graduaron personajes como Damien Hirst, Colin Firth, Damon Albarn, Alexander Mcqueen, Tom Hardy, Stella Mccartney, John Galliano y Pierce Brosnan, por mencionar algunos de sus alumnos famosos (página 70).
Sin embargo, una más concreta noción de lo cool se puede encontrar en el destape que hace Dylan Jones en el artículo que publicamos acerca del género cinematográfico de las comedias románticas (página 82). Es cool porque Jones quita el velo a esa realidad vergonzante que muchos hombres cargan sobre sus espaldas como un fardo que, de descubrirse, vulneraría su cavernario arquetipo de masculinidad. El autor nos recuerda cómo miles de machos ven en la oscuridad de la cabina del avión que los lleva a uno de sus viajes de trabajo (quizá con cobijita y pantuflas incluidas) cintas como Tienes un email o Cuando Harry encontró a Sally con verdadero deleite y emoción. Y así podríamos continuar con muchos otros ejemplos. Es cool romper con ese farisaico estoicismo. ¡Que viva la lágrima floja, señores!