CUANDO MARIO CONOCIÓ A FIDEL
Vargas Llosa publica La llamada de la tribu (Alfaguara), su autobiografía intelectual y un nuevo desafío a la izquierda política. Santiago Roncagliolo entra en su casa, el lugar donde se refugia sin verse expuesto, para relatarnos el encuentro del Premio Nobel con Fidel Castro, su cena con Margaret Thatcher, los desencuentros con su excolega Gabo y sobre cómo se vive pensando a contracorriente.
Es como escribir en medio del bosque. Mario Vargas Llosa me atiende en el estudio que antes ocupó el exministro español Miguel Boyer, ya fallecido. Desde su escritorio, junto a un pequeño salón para recibir, se aprecia la arboleda que separa el jardín del mundo exterior, como una pantalla protectora. La casa no se ve desde afuera, e incluso, la vía por donde entran los vehículos se encuentra vallada, a prueba de curiosos y paparazzi. En el interior de esta atmósfera protectora, apenas se oyen los correteos del gran danés, Céline, y el rumor del agua de la piscina, que fue ampliada para que Vargas Llosa pudiese hacer ejercicio sin salir de casa y exponerse a las murmuraciones.
Un mayordomo uniformado me ha conducido hasta el estudio a través del patio central de la residencia, donde la biblioteca del ministro de Economía español de la Transición aún cubre las paredes del primero y segundo pisos.
“Miguel Boyer no leía: estudiaba”, explica Vargas Llosa con fascinación o adicción bibliófila. “Todos sus libros están llenos de notas y comentarios a bolígrafo, y al final de cada uno, hay un resumen y conclusiones de su puño y letra”.
Preside la biblioteca un cuadro de un compañero del novelista, Fernando de Szyszlo, amigo también de Breton u Octavio Paz. Cuando Szyszlo falleció, el año pasado, Vargas Llosa le dedicó uno de los textos más tristes que ha escrito: “El mundo a mi alrededor se va despoblando y quedando cada día más vacío”.
La casa del escritor brinda, por sí sola, testimonio de su supervivencia. Vargas Llosa ha estado presente en casi cualquier evento y ha tenido contacto con casi cualquier persona que haya hecho historia en el último medio siglo en Europa y América Latina. Sobrevivió al
boom latinoamericano, a las revoluciones socialistas, a la prensa social y a dar un discurso contra el independentismo en plena Barcelona. Y, a sus 81 envidiables años, parece que acabará por enterrarnos a todos.
Su resistencia resulta más sorprendente considerando que, además, ha sido el buque insignia del liberalismo político en una profesión —la literatura— tradicionalmente rendida a la izquierda. Sus ideas le han costado insultos, calumnias, traiciones, rupturas con amigos, soledad. Y aún ahora, lejos de amodorrarse en la comodidad del Premio Nobel y la casa perfecta, continúa peleando.
“Ser liberal no es ser de derechas”, explica molesto por la confusión habitual. “Uno de los grandes éxitos de la izquierda ha sido convertir la palabra ‘liberal’ en un insulto. Hasta mis asesores, cuando yo era candidato a presidente del Perú, me pedían que no mencionase el liberalismo. Decían que así perdíamos votos. Y es que la izquierda ha logrado identificar a los liberales con los conservadores, lo cual es falso”.
Contando con los dedos, el escritor enumera enfático las diferencias: “los conservadores quieren mantener el pasado. Un liberal opina que el progreso está en el futuro. La gran característica liberal es el optimismo”, afirma. “Además, los conservadores suelen ser religiosos. El liberalismo defiende el estado laico y, por lo tanto, la libertad moral individual: el matrimonio gay, el aborto, la liberación de las drogas. Un liberal cree en la igualdad de oportunidades, no en una sociedad de clases”.
Su nuevo libro, La llamada de la tribu (Alfaguara), retrata a los forjadores de su ideología, filósofos como Adam Smith, Ortega y Gasset, sir Karl Popper. Anticomunistas, devotos del libre mercado y la propiedad privada, enemigos de todo colectivismo, social o nacional.
¿No parece un libro tan comercial como una novela? Pues su ensayo anterior, La sociedad
del espectáculo, vendió 35,000 ejemplares sin
despeinarse.
¿No parece muy personal? Al contrario: es lo más autobiográfico que Vargas Llosa ha escrito desde sus memorias El pez en el agua. Porque este libro homenajea a los pensadores que salvaron su vida del naufragio, a los amigos de papel y tinta que lo acogieron y confortaron cuando los amigos de carne y hueso renegaban de él.
Cuba y Fidel
“Fui a Cuba por primera vez en el año 1962, a cubrir lacrisis de los misiles paralaradio francesa. Launión Soviética había colocado en la isla una plataforma de cohetes que podían alcanzar Estados Unidos. El mundo se hallaba al borde de la Tercera Guerra Mundial. Toda la sociedad cubana se encontraba movilizada. Era impresionante”, dice el escritor.
Ahora vamos en coche rumbo a la sesión de fotos. No es cualquier auto; es una especie de salón ejecutivo con ruedas. Incluye una mesa, bombo-
“FIDEL ERA UNA FIGURA IMPACTANTE. SE SUBÍA ALA MESA PARA HABLAR, NARRABA EPISODIOS DE COMBATE EN SIERRA MAESTRA… ESO SÍ, SÓLO HABLABA ÉL. DESDE LAS OCHO DELA NOCHE, HA STA LAS OCHO DE LA MAÑANA ”.
nes, toallas refrescantes y botellas de Perrier, además de un conductor emocionado, que le ha traído al escritor un libro para que se lo firme.
El joven Vargas Llosa se parecía muy poco a este emblema de éxito que es hoy. Durante los años 60, un furibundo “compañero Mario” organizaba veladas políticas de protesta entre los latinoamericanos de París, la mayoría de ellos, estudiantes radicales. A alguno de esos eventos asistieron Simone de Beauvoir y su intelectual de cabecera, Jean-paul Sartre, que defendió como orador a los guerrilleros peruanos.
Impresionado por Cuba, Vargas Llosa volvió a ese país cinco veces durante la década y militó en un comité internacional de apoyo a Fidel. Incluso se integró en un grupo de artistas revolucionarios llamado El Puente, junto a pintores, poetas y actores. Muchos integrantes del grupo eran homosexuales que esperaban del Gobierno Revolucionario un apoyo claro en sus derechos civiles. La primera decepción de Vargas Llosa llegó cuando la policía capturó en una redada a esos homosexuales y los internó en una especie de campos de concentración. Algunos de aquellos presos, rotos de angustia y desesperación, se suicidaron.
“Le escribí una carta privada a Fidel manifestándole mi preocupación por este tema”, recuerda hoy el novelista, con la ciudad de Madrid volando en laventana a sus espaldas. “Y él aceptó darme explicaciones. Me invitó a verlo junto con un grupo de escritores. Por supuesto, asistí. Fidel era una figura impactante. Se subía a la mesa para hablar, narraba episodios de combate en Sierra Maestra… Por entonces, ‘El Che’ estaba desaparecido y Fidel soltaba pistas misteriosas sobre su futura reaparición. Eso sí, sólo hablaba él. Desde las ocho de la noche, hasta las ocho de la mañana. Cuando al fin tocó el tema de los homosexuales, los llamó ‘enfermitos’. Explicó que los jóvenes campesinos que llegaban a La Habana para estudiar caían en manos de los enfermitos, que abusaban de ellos. Todo muy espectacular, pero no me convenció”. Los escritores de su entorno se volvieron más prudentes. Dejaron de expresarsus opiniones libremente. El propiovargas Llosa, cuando el Estadovenezolano le concedió el prestigioso premio literario Rómulo Gallegos, consultó a Cuba si sería conveniente rechazarlo. Al fin y al cabo, en esos tiempos lejanos, Venezuela era un enemigo del socialismo.
Para su sorpresa, la respuesta cuba na resultó de lo más capitalista: “Me mandaron al escritor Alejo Carpentier, que por entonces era diplomático en París. Fue la única vez que conversé con él. Carpentier llevaba una carta del partido que no me entregó, sino me leyó en voz alta para no dejar pruebas. La carta me ordenaba recibir el premio en Caracas, viajar de inmediato a La Habanay donarle el dinero entero al Che Guevara. Ofrecían devolvérmelo más adelante, por lo bajo. Qué payasada grotesca”.
Cuando finalmente rompió con Cuba, en 1971, mediante un manifiesto público, se sintió libre para decir lo que pensaba, sin las ataduras de la filiación partidaria. Sin embargo, la reacción del medio literario fue iracunda: “Me bañaron de mugre”, recuerda. “En esa semana recibí más mugre que en toda mi vida”.
Sus viejos amigos se volvieron enemigos mortales. Los insultos le llovieron. En numerosas universidades, le prohibieron la entrada. Los escritores que habían ganado el Premio Nacional de Literatura del Perú firmaron una carta conjunta reprobando su “traición”.
“Por esa época, yo estuve en Londres celebrando un cumpleaños de Pablo Neruda. Él era muy caprichoso y quería pasar su cumpleaños en un barco. Resultó que un poeta escocés vivía en un barquito en el Támesis y éste le organizó la fiesta. Ahí, yo le enseñé con gran dolor las calumnias que había escrito sobre mí un medio peruano. Estaba furioso. Pero Pablo ya había vivido eso. Me advirtió: ‘Yo tengo en casa baúles llenos de recortes como ese. Hazte a la idea. En América Latina, si destacas en alguna cosa, la que sea, te van a bañar en mugre. Porque los envidiosos son infinitos. Y muchos, incluso entre tus amigos, te odian sólo por el hecho de haber escrito las novelas que ellos no han podido escribir’”.
Recordando ese momento,vargas Llosaañade un trazo amargo al retrato de los latinoamericanos: “Entre nosotros es muy difícil mantener la amistad en la discrepancia política. Por desgracia, no somos suficientemente civilizados. Nuestras amistades necesitan algún común denominador ideológico. Eso prueba que todavía somos bárbaros”.
“GABO TUVO SIEMPRE FASCINACIÓN POR EL PODER Y LOS PODEROSOS.LE IMPRESIONABAN ”.
Uno de sus amigos más cercanos de esa época era el otro gran novelista latinoamericano Gabriel García Márquez, quien mantuvo incólume su apoyo al régimen de Fidel. Esa fue otra de las cosas que irían separando a ambos escritores hasta la ruptura definitiva en 1976. A la distancia, Vargas Llosa entiende que no podía ser de otra manera: “Gabo tuvo siempre esa fascinación por el poder. Por el poder y por los poderosos. Desde que lo conocí, lo impresionaban las personas con poder absoluto. Y la prueba es su obra, que está llena de patriarcas, de hombres obsesivos con una idea única, con un destino único”.
La Dama de Hierro
El apestado Vargas Llosa de los años 70 se refugió en Londres, una ciudad casi sin latinoamericanos, donde podía escapar del acoso de su medio. Fue ahí donde conoció a los pensadores que habitan las páginas de La llamada
de la tribu. Pero su primer empuje hacia el liberalismo no vino de ningún filósofo, sino de la primera ministra Margaret Thatcher, cuya actitud irreductible le granjeó el sobrenombre de ‘la Dama de Hierro’.
“El Reino Unido, en esos años, gozaba de libertades, pero el socialismo, aunque democrático, había ido apagando a ese país, sumiendo a la economía y a la sociedad en un marasmo decadente. El pueblo inglés había perdido el nervio de sus mejores tiempos. Margaret Thatcher revolucionó todo eso”.
Uno de los autores reseñados en La llamada de la
tribu, el vienés Friedrich August von Hayek, era el filósofo de cabecera de Thatcher. Aunque ella no era una intelectual —había estudiado Farmacia—, leía a Hayek, lo llamaba por teléfono y le hacía consultas. También le interesaba su gran amigo Karl Popper. Todos estos autores eran unos ilustres desconocidos en América Latina. Vargas Llosa llegó a ellos guiado por la ‘Dama de Hierro’. El nuevo liberal incluso asistió a una cena con su admirada líder, invitado por el historiador conservador Hugh Tomas, quien había sido llamado como asesor por Thatcher y se esmeraba en acercarla a los intelectuales.
“Me impresionó mucho esa cena”, recuerda el Vargas Llosa de hoy. “La señora Thatcher era muy respetuosa con los intelectuales presentes. Y casi reverente con Isaiah Berlin, que se sentó a su lado y a quien respetaba mucho. Resultó que la cena era una especie de test. Aunque muy educadamente, como suele ocurrir entre los ingleses, esos pensadores estaban poniendo a prueba a la primera ministra, sometiéndola a un examen. Y, al final, cuando ella se marchó del lugar, Berlin sentenció: ‘No hay nada de qué avergonzarse’”.
Precisamente, Isaiah Berlin protagoniza el retrato más humano de La llamada de la tribu. Al filósofo de origen letón le gustaba la vida social y se permitía las frivolidades. Su educación y sentido del humor lo convertían en el comensal de la alta sociedad ideal. Y se casó —tras una relación adúltera— con la aristócrata Aline Halban, quien le dio lo que deseaba: “Una mujer capaz de organizarle la vida con la desenvoltura que dan la fortunay la experiencia, y de crear un entorno agradable y bien compartimentado, en el que lavida mundana coexistía con las mañanas dedicadas a la lectura y a redactar sus ensayos”.
Le pregunto a Vargas Llosa si se identifica con el aspecto socialite de la personalidad de Berlin: “Quizá yo me he sentido menos cómodo. A él le encantaban los cocteles, el brillo social, mientras que yo puedo coexistir perfectamente con cualquier ambiente, no tengo problema con eso”.
Al igual que su casa, la actitud personal de Mario Vargas Llosa ha levantado una coraza ante el acoso de la presión mediática. Cualquier acercamiento a su vida privada le resulta incómodo. Sin duda, es bastante molesto ser tratado como la pareja de otra persona cuando tú mismo eres un Premio Nobel. Se siente más seguro hablando de Margaret Thatcher. Y a ese tema volvemos. Le cuestiono si vio la biopic con Meryl Streep. No le gustó. “La película narra un caso de demencia. Pero la señora Thatcher no es famosa por la demencia, ¿no? Lo importante de su vida fue cómo despertó a su país. Ganó las elecciones tres veces consecutivas, algo que los conservadores nunca habían logrado. Pero, al final, su propio partido la echó mediante una intriga interna. Cuando la sacaron, yo le mandé flores. Debe de haber recibido muchas”.
El escritor también tiene palabras de elogio para los otros liberalizadores. El expresidente del Gobierno español José María Aznar, del que fue amigo, y el buque insignia global: Ronald Reagan. Según el novelista, fue el expresidente de Estados Unidos —a quien define como “un actor de serie B y salvavidas de playa”— quien enterró a la Unión Soviética cuando nadie lo esperaba. La empujó a una competencia inalcanzable con ‘la Guerra de las Galaxias’, el proyecto de conquista del espacio, y terminó arruinándola.
El escritor también tuvo un breve encuentro personal con Reagan durante un evento político en Estados Unidos, aunque no tan entrañable. En los pocos segundos que compartieron, se limitó a reprochar el pésimo gusto literario del exmandatario: “A Reagan le gustaba Louis L’amour... ¡un escritor de vaqueros! Yo le pregunté por qué. Me dijo que los vaqueros eran un tema muy americano. Le sugerí a Allan Poe, Faulkner, Whitman… No hablamos más”.
Ese es el tipo de presidente que habría sido Vargas Llosa de haber ganado las elecciones peruanas de 1990. Y precisamente en esos años, sintió que la historia le mandaba un mensaje de apoyo: “Justo durante mi campaña electoral, cayó el muro de Berlín. Y alguien me mandó un pedacito de él. Era sólo una piedrita. Pero me hizo pensar que yo estaba en el camino correcto”.
Lo que más detesta Vargas Llosa de la promoción son las fotos. Hacer muecas ante una cámara para salir en una revista le produce un profundo rechazo. Sin embargo, durante la sesión de esta tarde, es el modelo más colaborador. Cuando el fotógrafo se lo pide, ríe, se sienta o se levanta. Examina las tomas personalmente. Sabe cuál es su mejor ángulo. En suma, se comporta como un profesional.
Es comprensible que este caballero pragmático y mundano, que valora la claridad expositiva y la superación individual, se llevase a muerte con el estilo intelectual canonizado por Sartre o los estructuralistas franceses, oscuros hasta lo ininteligible y ávidos de familias intelectuales como el maoísmo o el trotskismo. Los dos únicos pensadores franceses del libro, Raymond Aron y Jean François Revel, fueron, como el propiovargas Llosa, provocadores. Incendiarios de lo políticamente correcto. Fustigadores del cliché intelectual que se sentían más cómodos en el periódico que en laacademia.
“A Aron yo lo leía incluso en mis años izquierdistas. Compraba a escondidas el diario conservador Le Figaro para leer sus columnas, escritas con un estilo poderoso y directo”, confiesa. “Revel, por su parte, mostraba cómo los hechos reales hacían saltar las teorías más asentadas. Los dos fueron postergados y maltratados por la intelli
gentsia de su país, pero, al final, triunfaron. La victoria de Macron ha sido una muestra de que sus ideas liberales se abrieron paso entre las ruinas del fosilizado izquierdismo intelectual”.
Tras su propiay fallida aventura política, Mario Vargas Llosa había jurado no volver a pisar una tribuna política. Pero el 8 de octubre, en España, encontró buenas razones para romper su promesa y apareció como orador en una marcha multitudinaria contra el nacionalismo en plena Barcelona: “Quiero mucho a Cataluña. Los cinco años que pasé en Barcelona fueron decisivos. Ahí se produjo el reconocimiento de los escritores latinoamericanos y nuestro encuentro con los españoles, de los que llevábamos 40 años distanciados. Barcelona representaba el ideal de la Europa culta, la apertura al mundo. Que de pronto ese símbolo de modernidad retroceda a algo tan primitivo, tan anacrónico e inculto como el nacionalismo, me sublevó. Esa es la llamada de la tribu. Y contra ella tenemos que librar la batalla de las ideas”.
“ENTRE NOSOTROS, LOS LATINO AMERICANOS, ES MUY DIFÍCIL MANTENER LA AMISTAD EN LA DISCREPANCIA POLÍTICA. POR DESGRACIA, NO SOMOS SUFICIENTEMENTE CIVILIZADOS”.