TRAS LA PISTA
El periodista británico Alex Hannaford, residente de Texas junto a su esposa e hija, le escribió cartas a 50 francotiradores que han atentado contra multitudes en Estados Unidos. Doce de ellos le respondieron.
Hoy por hoy, en los Estados Unidos, los tiroteos masivos se han convertido en el más terrible de los estándares que distinguen a esta nación del resto. Y gracias a un decreto federal con vigencia de 22 años, está prohibido indagar sobre las causas de dichos atentados, así que la ardua labor de hurgar en la mente de los perpetradores recae en investigadores privados. Cuando el temor a ser víctima de un ataque empezó a ser parte de su vida cotidiana, el periodista británico Alex Hannaford, quien vive en Texas junto con su esposa e hija, le escribió cartas a los 50 francotiradores que actualmente cumplen condenas en el sistema penitenciario del país del norte para tratar de averiguar en realidad de qué tamaño es el riesgo que corren él y su familia. Doce de ellos respondieron a su misiva…
“... MI CONSEJO ES DEJAR QUE LOS CIUDADANOS ESTADOUNIDENSES SIGAN ASESINÁNDOSE UNOS A OTROS CON ALEGRÍA, PUES CLARAMENTE ES EL DESTINO PARA EL CUAL VENIMOS A ESTE MUNDO”.
Parkland es una próspera urbe de 30 mil habitantes situada 40 millas al norte de Miami, a la orilla de los Everglades, en Florida. Tiempo atrás, muchas familias se muda- ron allí atraídas por sus apacibles vecindarios y la buena reputación de sus escuelas. Uno de los exal- caldes dijo alguna vez que la vida ahí giraba en torno al campo y los espacios abiertos. También se le consideraba como una de las ciudades más seguras de todo el estado. Pero eso cambió por completo el Día de San Valentín de 2018, exac- tamente a las 2:19 p.m.
Ese día, un conductor de Uber dejó a Niko- las Cruz, de 19 años, en la puerta de la prepara- toria Marjorie Stoneman Douglas, en donde él mismo había estudiado. Con un bolso de lona y una mochila a cuestas, Cruz ingresó a uno de los edificios de tres plantas del colegio y activó una alarma contra incendios. acto seguido, de uno de los bolsos sacó un fusil semiautomático Smith & Wesson M&P15, que había adquirido de forma perfectamente legal, y a las 2:21 p.m., empezó a disparar contra los estudiantes que comenzaron a correr por el pasillo de laplanta baja.
Luego del tiroteo, la oficina del sheriff del condado de Broward dio a conocer un crono- grama animado de los movimientos de Cruz al interior del edificio. Lo representaron como un punto negro del que sobresale unapequeñalínea (su arma); los estudiantes están representados por puntos verdes y el personal de la escuela, los de color azul. El tono de los puntos cambia a medida que las balas del ejecutor alcanzan a las víctimas: amarillo en el caso de heridosymorado en el caso de fallecidos.
Treinta segundos después de que Cruz abriera fuego, tres de esos puntos cambiaron de verde a morado porque mató a una tercia de estudiantes en el vano de la puerta de una de las aulas. Luego siguió caminando por el pasillo e hirió a otra persona, y después de ello se detuvo en otra puerta para continuar descargando: ahí mató a otro estudiante e hirió a tres más. Se trata de una representación gráfica rudimentaria, pero su sencillez retrata la agilidad y eficiencia con las que Cruz procedió a cortar de tajo las vidas de 17 personas.alas 2:27 p.m. —tan sólo seis minutosy 20 segundos más tarde—, todo habíaterminado; en el cronograma, el avatar sale del edificio.
Scot Peterson, el guardia del colegio, que contabacon un armayque gracias aque se había desempeñado como ayudante del sheriff, sabía cómo disparar, permaneció afuera del edificio durante todo el suceso, y después, renunció en medio del repudio público.
Parecería que como nada había cambiado en los Estados Unidos tras el fatídico tiroteo que tuvo lugar en la escuela primaria de Sandyhook, en Connecticut, en 2012 —donde fueron ase- sinados 20 niños de seis y siete años de edad, así como seis miembros del personal—, nada cambiaría nunca. La unión americana defiende la Segunda Enmienda de la Constitución tan fer- vientemente que, incluso, la muerte de muchos niños inocentes, de primero y segundo grados, era un precio que la población estaba dispuesta a pagar con tal de poder poseer un arma sin demasiadas restricciones.
Deigualmanera,nadacambióluegodelpeor tiroteo masivo en la historia del país del norte, en octubre del año pasado en Las Vegas cuando Stephen Paddock, de 64 años, disparó desde la ventana del hotel en el que se hospedaba contra unamultitud de 22 mil personas que asistían aun concierto; 58 personas murieron y más de 800 resultaron heridas. Inexplicablemente, el tiroteo de Las Vegas dejó de ser tema relevante de la agenda gubernamental casi tan pronto como se puso sobre la mesa.
Sin embargo, algo es distinto en el caso de Parkland. Tal vez fue la reacción de los estudian- tes que lograron sobrevivir, lo que hizo que esta tragediaresultaraexcepcional, pero es imposible ignorar la ola de activismo a favor del control de armas que, desde entonces, han encabezado personas como Emmagonzález, de 18 años, con su cabeza rapada y las muñecas llenas de pul- seras que simbolizan la amistad, o David Hogg, también de 18, de apariencia pulcray semblante serio, quienes sin proponérselo se han convertido en los líderes más claros de un movimiento que lucha por visibilizar la crisis de violencia produ- cida por el uso de armas de fuego contra blancos civiles en los Estados Unidos.
Lamañanaque siguió al evento de Parkland, mi esposa se instaló en la pequeña oficina que tenemos en nuestra casa, en Austin, Texas, a redactar un correo dirigido a la directora de la escuela donde estudia nuestra hija de seis años para preguntarle cómo planeaba mantener a salvo a los alumnos. “Nos angustia sobremanera que nuestrapequeñaacudacotidianamente aun lugar donde podría ser víctima de un francotira- dor”, decía su mensaje. “Nos rompe el corazón y nos hace sentirimpotentes”.también le preguntó por los simulacros que pretenden preparar a los niñosparaquesepancómoreaccionarencasode que, en efecto, se suscite un tiroteo masivo en las instalaciones del colegio, y qué medidas de pro- tección se habían implementado en ese sentido.
Yo ya llevaba un mes trabajando en este artículo acerca de tiroteos masivos antes de que ocurriera lo de Parkland, y mientras mi esposa le enviaba un correo electrónico a la directora de la escuela para preguntarle sobre las medidas que tomará al respecto de las armas de fuego, yo estaba en otra habitación intercambiando men- sajes de Facebook con un tipo que ahora tiene veintitantos, pero que, un día, hace 11 años, tomó el rifle de repetición Winchester calibre .270, propiedad de su padrastro, empacó tres cajas de municionesyse dirigió alapreparatoriadonde estudiaba, se escondió entre la alta hierba de un campo cercano y empezó a disparar contra uno de los salones de clase.
Chad Escobedo no mató a nadie esa vez, y como fue juzgado como delincuente juvenil, para cuando yo lo contacté ya había cumplido con la sentencia que le fue impuesta —poco menos de seis años— y vivía tranquilo y feliz en la región del Pacífico Noroeste. Yo quería saber qué tenía que decir este individuo, que bien pudo haber sido un asesino en masa, acerca del fenómeno de los tiroteos en las escuelas del país.
“En los Estados Unidos, siempre tenemos el mismo debate tras cada tiroteo masivo”, le dije, “es el cuento de nunca acabar al respecto del control de armas y, por otra parte, acerca de la atención a la salud mental (aunque rara vez ambos temas se tocan al mismo tiempo). Es una discusión que se fragmenta, se politiza y luego todo sigue igual.ypoco después, hayotro tiroteo. Se me ocurrió que a la única persona a la que nunca le hablamos directamente es al francoti- rador (y sí, casi siempre es un varón), probable- mente porque amenudo se suicidan o, bien, caen abatidos por las balas de la policía. Sin embargo, si pudiéramos, les preguntaríamos qué habría motivado aque desistieran de hacerlo que hicie- ron. Dígamelo usted. ¿Haberse sometido a una terapiade algún tipo? ¿Algunaleyhubieraevitado que tomaran esaarmacon laque causaron tanta destrucción? ¿Y qué los hizo perder los estribos de esa manera?”.
En 2012, un grupo de investigadores de la Universidad de Stanford empezó a integrar una base de datos en la cual se registra cada tiroteo masivo que hatenido lugaren territorio estadou- nidense desde 1966, de manera que sólo hace falta consultar esa fuente para conocer todos los reportes de eventos de esa clase que se encuen- tran desperdigados online.
Comencé a cotejar datos, cuando así fue posible, con las listas de reclusos en diversos centros penitenciarios en EE.UU., y descubrí que había alrededor de 50 francotiradores masivos que languidecían en distintas prisiones. Les envié unacartaatodos ellos, preguntándoles lo mismo: “¿Qué habría evitado que hiciera lo que hizo?”.
Doce de estos asesinos respondieron.
“EN ESTADOS UNIDOS, SIEMPRE TENEMOS EL MISMO DEBATE RESPECTO AL CONTROL DE ARMAS DESPUÉS DE CADA TIROTEO MASIVO”.
Si bien la violencia ejercida con armas de fuego está catalogada como una epide- mia según la American Medical Asso- ciation, la National Rifle Association, la organización defensora de los derechos de posesión de armas de fuego más poderosa de los Estados Unidos, ha desatado feroces iniciativas desde 1996, encaminadas a anular dicha aseveración. Ese fue el año en que esta última asociación logró doblegar al Congreso, entonces dominado por una mayoría republi- cana, para que aprobara una enmienda (la así llamada Enmienda Dickey, ya que fue bauti- zada en honor a su autor, el congresista repu- blicano Jay Dickey) para limitar el presupuesto destinado a las investigaciones relacionadas con el uso de armas de fuego por parte de los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés), que es la agencia estadounidense dedicada a la protección de la salud.
Resultó preocupante que Mark Rosenberg, que era quien encabezaba los estudios del CDC en aquel entonces, afirmara que estaba seguro de que la labor de su organización hubiera podido salvar cientos de miles de vidas. Sin embargo, después de lo sucedido en Parkland, por primeravez en 20 años los líderes del Con- greso de los Estados Unidos están mostrando una actitud más positiva, en el sentido de reconsiderar dicha prohibición.
Mientras tanto, la responsabilidad de llevar a cabo este tipo de investigaciones ha recaído sobre los gobiernos estatales y diversas institu- ciones de carácter privado. Los reportes mues- tran que los tiroteos son un fenómeno conta- giosoypredecible,yque muchos de los asesinos tienen características en común, como haber crecido en un entorno de violencia doméstica, por ejemplo.
En 2013, el Congreso definió los asesinatos en masa como el hecho de que ocurran tres o más muertes provocadas en un solo incidente, pero las definiciones de los tiroteos masivos sue- len ser diferentes entre sí. El Washington Post, que publica un rastreador de atentados de este tipo, los describe como “cuatro o más perso- nas asesinadas por un francotirador”, y excluye incidentes asociados a guerras entre pandillas, robos o hechos que tengan lugarexclusivamente en hogares privados. El FBI no cuenta con una definición oficial, pero en los años 80 llegó a la conclusión de que “asesinato en masa” se refería a cuatro o más víctimas liquidadas en un solo evento, en una misma ubicación. La definición de tiroteos en masa de la base de datos de Stan- ford es mucho más amplia: tres o más víctimas de un francotitrador, sin incluir al propio perpe- trador. No debe relacionarse con guerras entre pandillas, tráfico de drogas ni crimen organi- zado, ni tampoco debe haberse registrado sólo una muerte provocada.
Me parece interesante incluir tiroteos en los que no necesariamente hay víctimas mortales, y desde mi punto de vista la definición debe incluirlas, por la siguiente razón: imaginemos que alguien vay se planta afuera de una escuela, y se pone a disparar con una escopeta de repeti- ción; hiere adiez estudiantes, que sufren lesiones provocadas por impactos de vidrio y metralla, pero nadie muere. ¿Eso contaría como tiroteo masivo? A mí me parece que la mayoría de la gente estaría de acuerdo en que sí. Después de todo, eso fue precisamente lo que hizo Chad Escobedo en abril de 2007.
No me fue difícil localizar a Escobedo, y parecíamás que dispuesto ahablarsobre el tema. Tenía tan sólo 15 años cuando tomó el rifle de caza de su padrastro y se dirigió a la preparatoria Springwater Trail, en Gresham, Oregon.
Cuando todo terminó, las puertas de la escuela se cerraron y en las calles aledañas se apostaron patrullas de policía para evitar el trán- sito de personas. Varios oficiales, algunos con perros entrenados, inundaron el interior del edi- ficio. Menos de media hora después, Escobedo ya estaba en su casa, confesándoles lo que había hecho asu mamáyasu padrastro. En los noticie- ros describían cómo decenas de padres ansiosos esperabanoticias en sus automóviles, al otro lado de los cordones policiales.
Uno de los padres recibió un mensaje de texto de su hijo: “Alguien disparó con un rifle
contra nuestra escuela, yo estoy bien. Te llamo en cuanto nos dejen salir”.
Chad le dijo a la policía que estaba enojado con dos profesores en particular, y que también estaba disgustado con su madre porque no le permitía irse a vivir con su padre biológico. Lo que lo inspiró fue un documental que habíavisto en televisión acercade lamasacre de Columbine, la preparatoria de Colorado donde, en 1999, dos muchachos mataron a12 estudiantesyun profe- sor,ydespués se suicidaron. Los maestrosycom- pañeros de Escobedo estaban en shock, nadie lo hubiera creído capaz de hacer lo que hizo.
De los 10 estudiantes que resultaron heridos aquel día, una necesitó ser intervenida por lesio- nes en el cuello, y a otra tuvieron que extraerle restos de metralla y esquirlas de cristal que se le habían incrustado en la muñeca.
Cuando tuvo lugar el tiroteo, la fotografía de Escobedo usada por los medios locales dejaba ver a un adolescente estadounidense promedio, un jovencito fresco y sonriente. Ahora, su perfil en Facebook muestra que poco ha cambiado. Once años más tarde, lo vemos posando en el gimnasio, realizando senderismo en el Pacífico Noroeste, practicando escalada y también tiro con arco. En sus publicaciones hace referencia a su amor adios, alo mucho que disfrutael levan- tamiento de pesas (“lamusculaturaes mi novia”) y el fútbol americano.
Comoveo que junto asu nombre, en laven- tanadel Facebookmessenger, aparece un puntito verde, le escribo: “En retrospectiva, ¿hay algo que crees que habría podido evitar que hicieras lo que hiciste? ¿Estaba disponible algún tipo de terapia? De ser así, ¿la habrías aceptado? ¿Crees que te habría ayudado?”.
“Sí, busqué ayuda antes de cometer ese cri- men”, me dice, “pero el terapeutanuncatomó en
“SÍ, BUSQUÉ AYUDA ANTES DE COMETER ESE CRIMEN, PERO EL TERAPEUTA NUNCA TOMÓ EN SERIO LO QUE YO LE DECÍA”, ASEGURA CHAD ESCOBEDO.
serio lo que yo le decía. No prestaba atención a mis problemas, a las dificultades que había en casa... Tal vez porque en realidad eran cosas por las que atraviesa cualquier adolescente”.
Escobedo comenta que quizá no habría llegado tan lejos si alguien se hubiera dado cuenta de su comportamiento. “¿Qué me dices del acceso aarmas de fuego?”, le pregunto. “¿Qué opinas de lalegislación paramantener las armas bajo llave, o parallevaracabo revisiones de ante- cedentes más cuidadosas?”.
“Yo creo que las revisiones de antecedentes son un gran avance”, responde. “Los criminales convictos no pueden comprar armas. Nunca va a ser posible evitar que la gente tenga acceso libre a armas de fuego, sobre todo en los Estados Unidos. La única razón por la que yo tuve acceso a una fue porque mi padrastro la teníayyo sabía dónde la guardaba”.
A continuación, Chad articuló algo que yo había venido pensando durante algún tiempo: “Si hubiera existido una ley que obligara a los propietarios de armas de fuego a mantenerlas bajo llave en la casa, yo no habría podido tomar el rifle. Los niñosyadolescentes casi siempre tie- nen un acceso libre a armas de fuego porque no existen obstáculos que los hagan desistir, como candados de seguridad en el gatillo o contene- dores sellados para las balas”.
En el Reino Unido, donde es perfecta- mente legal poseer rifles y escopetas, siempre y cuando se cuente con una licencia para comprar, poseer y portar armas de fuego, es obligatorio mantenerlos bajo llave en una caja de seguridad atorni- llada a la pared, la llave debe guardarse en un lugar aparte, lejos de la caja, y la persona a quien se le haya otorgado la licencia debe ser la única que sepa dónde se encuentra la llave, de lo contrario podría revocársele el permiso. Desde luego, guardar las armas de fuego bajo llave no va a detener los tiroteos masivos –ahí
“SI UN POLICÍA HUBIERA QUERIDO DETENERME, SI JESÚS HUBIERA QUERIDO DETENERME, YO LOS HABRÍA MATADO A LOS HIJUEPUTAS”.
tenemos al francotirador de Las Vegas, que adquirió todo su arsenal de forma legal–, pero sí permitirá evitar algunos.
A menudo escuchamos decir a los defen- sores de la Segunda Enmienda que si el acceso a las armas de fuego no fuera tan fácil, los per- petradores de asesinatos en masa simplemente recurrirían a otro tipo de armas, como cuchillos o bombas de fabricación casera. Le pregunté a Escobedo qué pensaba al respecto.
“Siempre existiráel terroren el mundo”, con- testó, “esa es una verdad de la que no podemos huir. Siempre habrá gente mala y gente buena dispuestaahacerles frente. Cualquiercosapuede usarse como arma para infligir daño, uno puede fabricar armas fácilmente si se tiene el tiempo y se invierte el esfuerzo necesario para apren- der a hacerlas, pero de nada servirá desarmar a todo un país, porque eso implicaría que uno ya no sería capaz de defenderse, ya sea estando en su propia casa o cuando saliera de ella. Si no se pudieran portararmas uno estaríaindefenso. Por Dios que no querríaque ningún buen samaritano al lado mío estuviera indefenso también”.
Unos cuantos años después de que des- cargara un rifle contra su propia escuela, a Escobedo le preocupaba no poder poseer un arma de fuego. Para alguien que viva en otro país, esto suena absurdo; hay que vivir en los Estados Unidos –como es mi caso desde hace 15 años– paracomprenderlainmensaimportan- cia que para algunas personas tiene la Segunda Enmienda. Aquí existen 300 millones de armas de fuego –más que suficiente para armar a todo hombre, mujer y niño–, así que hay una lógica muy peculiar detrás del argumento de que uno deberíasentirse más seguro estando rodeado de tanta gente armada (sin embargo, los hechos no respaldan esta creencia, porque hay al menos una treintena de estudios que demuestran que a más armas, más crimen. Hay muchos menos estudios que hayan logrado demostrar que las armas sirven para detener el crimen). Resulta tanto más desconcertante escuchar esta “lógica” de labios de alguien que bien pudo haber sido un asesino en masa.
Las respuestas de Chad Escobedo parecían un tanto secas. Unas semanas más tarde, lo con- vencí de hablar conmigo por teléfono. Lo percibí amigable, con ganas de conversar, y todo indi- cabaque deverdad buscabaayudarme.yo quería entenderqué lo habíallevado hastaese extremo, qué pasa por la mente de alguien que decide matar a tiros a quien se encuentre en su camino.
“Creo que es gente que se siente ignorada, que siente que no se les escucha”, me dijo una tarde. “Además del mío, hay muchos casos en los que después del tiroteo se descubre que el perpetrador estaba tomando antidepresivos o ciertos medicamentos. Yo no estaba tomando ningún fármaco, pero mi intención no era matar a nadie, sino meterle miedo a la gente”.
Me aseguró que élveníade unabuenafami- lia, y que en aquel tiempo vivía con su mamá, su padrastro, su hermana y su hermano. No había violencia en el entorno familiar, pero él estaba cayendo en una etapa depresiva y empezó a desarrollar una sensación de que no estaba pre- sente, como si no perteneciera al grupo.
“Me sentía atrapado, sentía como si estu- viera en una jaula”, me contó. “No me gustaba la escuela. Nunca fui un estudiante que sacara las mejores notas pero tampoco era de los que reprobaban.yuno de los maestros lateníajurada conmigo; yo estaba enviándoles mensajes de texto a mis compañeras de clase y él trató de quitarme el teléfono. Lo insulté y nos enemista- mos. Empecé a sacar malas notas en sus clases. Por otra parte, a mí me gustaba el soccer pero no me permitieron formar parte del equipo. Llegó un momento en que me pesaba levantarme en las mañanas para ir a la escuela. Sentía que a nadie le importabalo queyo quería, pero lagente a mi alrededor sentía que sólo me estaba com- portando como adolescente”.
Escobedo recuerda una discusión particu- larmente fuerte con su padrastro, en la que le dijo que ojalá se muriera y se fuera al infierno. Chad fue a su habitación, tomó una pluma y se dibujó una cruz gamada en la palma. “No soy racista, pero sabía que eso era ofensivo y lo hice porque estaba enojado. Cuando mi padrastro se dio cuenta empezó a gritarme que eso era un símbolo diabólico. Y fue una mañana, poco después de eso, que tomé el rifle de su clóset. Era un rifle de caza de 4.5 kg, muy potente, podría haber matado un alce”.
Me narra que mientras estaba en aquel campo, cuando empezó a disparar contra la escuela, experimentó una sensación de encon- trarse fuera de su cuerpo, casi como si estuviera viéndose a sí mismo hacerlo, desde una pers- pectiva ajena. “En la cárcel, el orientador nos decíaque otras personas que habían pasado por experiencias similares decían lo mismo, que era como si sus cuerpos hubieran adquiridovoluntad propia. Ahora siento como si, de alguna manera, me hubiera influenciado algo muy oscuro”.
Poco después de mi charla con él, empe- zaron a llegar cartas de otros francotiradores masivos a mi apartado de correos. En
2013, el FBI publicó un estudio de los 160 “incidentes de francotiradores acti- vos”que tuvieron lugar en Estados Unidos entre el 2000 y 2013. Los reportes consti- tuyen un interesante material de lectura. Salvo dos casos, todos esos incidentes involucraban a sólo un francotirador. En al menos nueve, el perpetrador primero mató a uno o más miem- bros de su familia, en su propia casa, y después se trasladó a un lugar público para continuar con los asesinatos. Y en el 40 % de los casos, los perpetradores terminaron por suicidarse. Por otro lado, 12 de los francotiradores en los 14 tiroteos masivos en escuelas eran estudiantes de esos mismos centros educativos.
Jonathan Metzl, director del Centro Médico, de Salud y Sociedad en la Universidad de Van- derbilt, en Tennessee, y experto en temas de violencia asociada con armas de fuego, me dijo que antes de llegar a conclusiones apresuradas a partir de los testimonios de los perpetradores con los que me habíapuesto en contacto, hayque considerar algo: a lo largo de las últimas décadas han habido cambios dramáticos, no solamente en lo que se ha llegado a conocer como “tiro- teo masivo”, sino en el tipo de armas que se han venido usando: “Lo que se consideraba tiroteo masivo hace unos añosyano se adaptaaladefi- nición de hoy en día”, me dijo. “Y hoy es mucho más fácil adquirir rifles semiautomáticos”.
Metzl me aseguró que elar-15 hacambiado de formafundamental el escenario de los tiroteos masivos, porque el número devíctimas mortales ha aumentado y los crímenes en sí mismos son mucho más espectaculares. El “fenómeno de los imitadores”, o copycats, implica que los francoti- radores masivos traten de superar a los demás. La clase de ataques de este tipo que se veían en fechas tan recientes como los años 90 ya ni siquiera son noticia. “Tiroteos masivos como el del Waffle House en Tennessee (en el que fue- ron asesinadas cuatro personas) ya ni siquiera se escuchan luego de dos semanas”, me dijo. “La gente es cadavez más insensible”.
Algo que a Metzl le parece de especial inte- rés en las entrevistas que realicé con los per- petradores es que la generación más vieja de francotiradores ejerce una dura crítica hacia los más jóvenes. Es unaespecie de club, me explicó, del que los másviejos no quieren formar parte.
Otro punto que hay que considerar es que algunos de los asesinos demuestran tener una sorprendente claridad de pensamiento. “Como están en prisión, probablemente estén recibiendo tratamiento relacionado con su salud mental. Asimismo, es posible que la perspectiva que tie- nen ahora sea resultado de encontrarse en un ambiente mucho más estructurado”, me explicó.
Metzl opinaba que lo más interesante que podríamossacardeloqueestosasesinosenmasa
“SI LAS PERSONAS CON PROBLEMAS MENTALES NO TUVIERAN TAN LIBRE ACCESO A LAS ARMAS, LOS TIROTEOS DISMINUIRÍAN”, SILVIO IZQUIERDO.
me iban a contar no tiene que ver con hacer gene-ralizaciones sobre las enfermedades mentales y las armas de fuego, sino que son testimonios que nos permiten explorar las particularidades de cada caso en particular. “¿Cuáles fueron los factores de estrés ?¿ Porqué lo hicieron? Las res-puestas a estas preguntas son invaluables, porque como muchos tiroteos masivos terminan con el suicidio de los propios asesinos, normalmente no tenemos la oportunidad de cuestionarles”.
Y yo estaba apunto detener esa oportunidad. La
primera carta que recibí fue la de Sil- vio Izquierdo-leyva. En diciembre de 1999, este inmigrante cubano de 36 años que trabajaba como amo de llaves en el Radisson Bay Harbor Inn en Tampa, Florida, irrumpió en el hotel, que estaba repleto de seguidores de un equipo de fútbol americano, mató a tiros a cuatro de sus compañeros de trabajo y luego mató a una quinta persona mientras trataba de escapar. Izquierdo-leyva fue sentenciado a cadena perpetua sin dere- cho a libertad condicional.
En la carta que recibí de él desde el Instituto Correccional de Columbia, en Wisconsin, me advertía que no me daría una entrevista cara a cara. Sin embargo, por medio de sus garabatos también me explicaba que, en retrospectiva, él creía que sus compañeros de trabajo tal vez habrían podido evitar que perpetrara el ataque, porque si se hubieran tomado la molestia de reportar su comportamiento en el lugar de tra- bajo, probablemente no se le hubiera permitido llegar tan lejos. “Si las personas con problemas mentales no tuvieran tan libre acceso a armas de fuego”, me decíaizquierdo-leyvaen su carta, “los tiroteos masivos disminuirían hasta llegar a ser casos aislados, en el peorde los casos, por- que a alguien con un arma punzocortante se le puede detener y las bombas de fabricación casera requieren materiales y que uno trabaje en ellas, y eso puede detectarse antes de que el perpetrador en potencia alcance su objetivo”.
También recibí una misiva de Robert Stewart, quien en 2009, cuando tenía 45 años, abrió fuego contra las personas que se encon- traban en el interior de una casa de la tercera edad en Carolinadel Norteymató aocho. Como consecuencia de ello, fue sentenciado a cadena perpetua. Él dice que en aquel tiempo estaba bajo tratamiento con fármacos y que por eso no recuerda lo que pasó, pero que sí esta cons- ciente de que todas las armas de fuego que poseía habían sido adquiridas de forma legal.
“En Estados Unidos actualmente tene- mos un problema de salud mental muy grave”, me dijo. “El gobierno sigue dándole vueltas al asunto, y su solución hasta ahora ha sido ence- rrar en prisiones normales a las personas que padecen alguna enfermedad mental”.
Unas semanas más tarde, Stewart mevolvió a escribir, esta vez para aclarar que él apoyaba la Segunda Enmienda. “Es la única manera en que el pueblo puede evitar que el gobierno se convierta en un tirano”, decía.
Otra de las cartas era de Eric Houston, que en 1999, con tan sólo 20 años de edad, mató a uno de sus ex profesores y a tres alumnos de la escuela donde él había estudiado, usando una escopeta de repetición calibre 12 y un rifle recortado. Este ataque pasó a la historia como la Masacre de la Preparatoria Lindhurst, y un jurado del estado de California lo condenó a la penacapital. En lacartaque me envió, decíaque los tiroteos masivos ocurrían debido a “razones subyacentes”, como “depresión, ira, aislamiento, problemas económicos y familiares”.