¿cuáles roles?
A lo largo de los años, el género femenino ha entrado más al terreno considerado tradicio- nalmente “masculino”. Ha llegado el momento de romper las ataduras.
Qué escándalo cuando las mujeres se cortaron el pelo y usaron pantalones en la Primera Guerra Mundial. Más que en la ocasión en la cual, décadas después, llegó el bikini o la minifalda, prendas que exaltaban la sexualidad, pero el pan- talón la “transgredía”. Todavía hay religiones que lo prohíben en las mujeres: “No cambiarás el rol de tu género”, parecen decir. ¿Cómo ha “transgredido” el hombre su masculinidad? Con el pelo largo en los años 60 y 70, o con la arracada en la oreja muy noventera. Luego, la moda metrosexual, pero, aún así, las mujeres han jugado más con la ambigüedad en sus looks.
Desde la lucha por los derechos de equidad (el voto, estudiar, trabajar, solicitar el divorcio), el género femenino ha entrado más al terreno con- siderado tradicionalmente como “masculino,” que el hombre al “femenino”. Ser “hombre” es bastante más restringido y casi no ha cambiado a lo largo de los siglos. Todavía se le ve como el proveedor de la casa o el seductor empedernido, ambas facetas festejadas. En sus descansos, ve deportes y toma cerveza, no necesita “hablar” de lo que siente por- que no es “emocional”. En pocas palabras, el epí- tome del feo, fuerte y formal.
Un amigo se quejaba de que las mujeres con las que salía pedían eso: estabilidad, seguridad, firme za, simpleza. Pero ¿qué tipo de mujeres? Las que ya asumimos los cambios por qué íbamos a querer a alguien que representara ideales de nuestro tata- rabuelo. Cuando entramos a la “esfera masculina”, no lo hicimos con el objetivo de parecernos a ellos, sino para tener más equilibrio, ser más completas.
Y queremos hombres con li- bertad de ser, que contacten con sus emociones, vistan de rosa o bailen salsa si se les anto- ja, que su fortaleza la encuentren en la congruencia consi- go mismos y en sus posibilidades.
Se dice que el hombre y la mujer se complementan, y sí, pero cocreando a ritmos propios, intercambiando quehaceres y posiciones (sociales y sexuales), y no ateniéndose a la rigidez binaria de femenino o masculino. ¿O no es más rico pasar de arriba a abajo, de un lado al otro, de izquierda a derecha, de 6 a 9, poniendo todo de nuestra parte para que salga bien? Entonces, habrá que aplicarlo en cualquier área, ¿no?
Ser “hombre” es bastante más restrin- gido y casi no ha cambiado a lo largo de los siglos. Todavía se le ve como el proveedor de la casa o el seductor em- pedernido, ambas facetas festejadas. En sus descansos, ve deportes y toma cerveza, no necesita “hablar” de lo que siente porque no es “emocional”. El epítome del feo, fuerte y formal.