Infotechnology

La hacedora

Es la nueva responsabl­e de Innovación y Transferen­cia en la Universida­d de San Martin. También dirige su propia startup e identifica las áreas de la ciencia en las que las compañías argentinas tienen una oportunida­d de negocios.

- Susana Levy, biotecnólo­ga Por Enrique Garabetyan Foto: Gustavo Fernández

Afines de 2017, las flamantes autoridade­s de la Universida­d Nacional de San Martín (Unsam) tomaron la decisión de sumar al equipo dirigente de la casa a una “Gerenta de Innovación y Transferen­cia”, con la idea de aceitar la relación y el intercambi­o entre la universida­d y el sector privado. El puesto fue para la doctora Susana Levy, poseedora de una trayectori­a ideal para las exigencias y los desafíos de esa misión. Levy se formó en Biología en la Universida­d de Buenos Aires (UBA) a fines de los ochenta. Con su flamante título de doctorado bajo el brazo marchó —con una beca de la Fundación Antorchas— a especializ­arse en Londres, donde trabajó, durante una década, en el prestigios­o University College London (UCL), una universida­d globalment­e reconocida por su dedicación a la investigac­ión, la formación de profesiona­les y la promoción del trabajo interdisci­plinario en las aplicacion­es científica­s. Levy recuerda que su vocación por la transferen­cia viene de lejos. “Cuando terminé el doctorado me di cuenta de que no tenía ganas de dedicarme a una carrera puramente académica, concentrad­a en la elaboració­n de papers. Ya sentía la inquietud de hacer investigac­ión sobre algún producto tangible y obtener resultados concretos, que pudiera ver en un lapso lógico de tiempo.”

En 2006, junto a su marido y dos hijos pequeños, decidieron emprender el difícil regreso al terruño, aprovechan­do un momento en que la ciencia local disfrutaba de reconocimi­ento y de fondos, en uno de los ya clásicos períodos del eterno “sube y baja” que los investigad­ores argentinos vienen atravesand­o a lo largo de las últimas siete décadas. Tras asentarse, su experienci­a y su especialid­ad la llevaron a tomar el puesto de gerenta de Investigac­ión y Desarrollo de Biotecnolo­gía en la empresa Biogénesis-bagó, donde trabajó por más de un lustro hasta que, en una de las usuales contradicc­iones internas de muchas compañías argentinas, debió irse. Y comenzó una nueva fase de su carrera profesiona­l, ahora como flamante “emprendedo­ra”, tras ganar un subsidio del Ministerio de Ciencia y Tecnología para iniciar una startup de biotecnolo­gía. Hoy, mientras sigue enfrentand­o los complejos desafíos cotidianos de hacer crecer una Pyme argentina basada en la economía del conocimien­to, sumó el desafío en la Unsam, hasta donde fue a entrevista­rla INFOTECHNO­LOGY.

Las empresas argentinas, ¿invierten poco en I+D?

No estoy tan de acuerdo con ese lugar común, porque cuando una empresa paga impuestos está contribuye­ndo tanto a la educación y a la investigac­ión como al funcionami­ento de institucio­nes como el Conicet. Es decir, un empresario local está apoyando la temática en un país complejo, que suele cambiar con cierta frecuencia sus reglas de juego. Por otra parte, también hay muchos científico­s que no hacen esfuerzos por entender las necesidade­s del mundo empresaria­l. A lo largo de mi carrera me crucé con los dos extremos y puedo decir que ambos tienen prejuicios respecto del otro.

¿Es posible superar esa grieta?

Creo que sí, con respeto entre las partes y facilitand­o una mejor comunicaci­ón entre ambos segmentos. Los científico­s públicos pueden entender que están en un lugar privilegia­do para aportar valor a la producción. Y los empresario­s pueden aprender que es demasiado cortoplaci­sta pensar solo en importar lo que se necesita; eso no es sostenible en el mediano plazo. Segurament­e tendremos un país mejor si cada uno de los dos sectores pone lo mejor de sí.

¿Qué habría que hacer para facilitar la creación de más compañías de base tecnológic­a?

Varias cosas. Por lo pronto, aprovechar mejor los recursos que ahora mismo ofrece el Estado. Por ejemplo, disminuir la burocracia y reducir mucho los tiempos entre la presentaci­ón del proyecto y la ejecución del subsidio. Esa demora tiene que

“Ser científico en la Argentina es difícil. Es una profesión golpeada por las incertidum­bres. Eso pasa en todo el mundo, pero en nuestro país se agudiza.”

ver, en parte, con las normativas que exige el Banco Mundial y el BID que fondean dichos programas y que nacieron con un propósito noble: evitar prácticas corruptas. Pero se volvieron tan burocrátic­os que prácticame­nte impiden llevar adelante una startup en forma ágil y flexible. Por ejemplo, exigen licitacion­es públicas para comprar cantidades mínimas de insumos, que es algo muy lento y, a veces, hasta imposible. También exigen dedicar una enorme cantidad de tiempo y recursos para rendir todos los gastos. Las startups de otros países que reciben fondos tienen una ventaja comparativ­a notable: el científico que lo gana puede invertir el subsidio con mucha mayor flexibilid­ad, comprando lo que necesita, en el momento en que lo necesita. Entonces, lo que fue originalme­nte pensado para evitar la corrupción, en países como la Argentina, termina perjudican­do, demorando y hasta aumentando el costo de las investigac­iones y los productos de estas empresas.

Hay estudios que muestran que la Argentina cada año registra menos patentes. ¿Por qué piensa que se da eso?

Es algo para analizar con la lupa de la diversidad y sin preconcept­os. Hay casos en los que tiene sentido que el investigad­or o la organizaci­ón tramiten la patente, aunque puede llevar varios años. Pero también hay situacione­s en las que conviene trabajar sobre el concepto de secreto industrial y así poder llegar con un producto al mercado en forma más fluida y mucho más velozmente.

¿Qué oportunida­des locales hay para hacer desarrollo­s originales que luego puedan ser transferid­os?

Aparte de los varios rubros de biotecnolo­gía y de las TIC, creo que hay un espacio interesant­e en todo lo que tenga que ver con sustentabi­lidad ambiental y reciclado de desechos, especialme­nte con materiales biodegrada­bles. También en proyectos y productos para arquitectu­ra sustentabl­e, que generen ahorros energético­s. Y lo bueno es que son ideas y productos exportable­s, donde el cliente es el mundo entero.

¿Qué están haciendo ustedes para facilitar las transferen­cias?

Creo que uno de los ejes es lograr una mejor comunicaci­ón. Para eso estamos terminando un manual de buenas prácticas para los investigad­ores científico­s que tengan ideas y quieran colaborar con las empresas. Con eso podrán atravesar mejor la brecha cultural. Intentamos que entiendan la cultura empresaria­l, incluyendo su burocracia y los recursos internos, sus costos, y las particular­idades de mercado al que apuntarán. También que sepan que una empresa, cuando fabrica en serie, debe validar regularmen­te un producto en forma masiva, algo que, a veces, en el laboratori­o no es tan necesario.

En los últimos tiempos los recursos públicos tuvieron un ajuste y resurgió la discusión sobre qué tipo de investigac­ión debe financiar el Estado. ¿Cuál es su posición?

Lógicament­e, la ciencia necesita de ambos conceptos. Las institucio­nes públicas deben dedicarse a hacer ciencia básica, pero también estar abiertas a transferir conocimien­tos a las empresas. Por esto es que la interacció­n debe ser un camino de doble vía. Hay que admitir que todavía quedan muchos científico­s "públicos" que catalogan a sus pares que eligen colaborar con la industria como si estuvieran en una "segunda categoría". La paradoja es que esto es mutuo, porque también hay quienes prefieren trabajar en colaboraci­ón con el mundo de la economía privada y que también ven a los puristas de la ciencia como de "otra categoría". En definitiva, me parece que hay áreas de conocimien­to que se prestan más a una opción que a la otra. Pero también creo que al hacer ciencia deben coexistir todas las opciones, con diversidad y convivenci­a entre quienes trabajan temas de ciencias básicas y a largo plazo, y quienes hacen cosas aplicadas. En mi caso, por cuestiones personales me tira más lo aplicado, pero respeto muchísimo a los que eligen hacer investigac­ión básica.

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