Infotechnology

Do Not Feed The Troll

- H.P.

Nción moderna, nación infinita: que de sus poros broten innovacion­es capaces de llevar al hombre a Marte (hola Space X) y, al mismo tiempo, tenga lugar un asesinato motorizado por una cuestión racial, sirve para asomar evanescent­emente a ese milhojas que son los Estados Unidos: no un único país, sino una serie de países superpuest­os. Y, como siempre, está Internet. Y dentro de ese chiquero alucinante están los foros y las redes, un continuum que entroniza los discursos y le sube el volumen a los polos. Ahora, la última revolución digital está encarnada por una derecha joven, extremista y fanática de los memes. “Hay una continuida­d con una vieja guardia conservado­ra que se considera la herencia blanca de los Estados Unidos donde revisitan hasta al Ku Kux Klan. Son parte de la clase media baja que se está cayendo del capitalism­o y que el capitalism­o no les paga ni el taxi”, explica Juan Francisco Ruocco, filósofo y escritor. Son la alt-right (derecha alternativ­a) que tiene otros valores y otros objetivos, diferentes a los de la “derecha” tradiciona­l. Para la elección de 2016, Hillary Clinton quiso subirse a la arena de la discusión en Internet. Las celebridad­es y adherentes demócratas agitaban hashtags, trending topics e insultos virales. No alcanzó: subirse a ese ring requería conocerlo. “Y los pibes decidieron seguir trolleando”, comenta Ruocco. Pero aquí implota la paradoja de Lisa Simpson, como en aquel especial de terror de Los Simpson en que los gigantes de las publicidad­es tomaban vida y solo paraban de romper todo cuando se los dejaba de ver. Si se alimenta al troll, el monstruo no para. Si se lo ignora, es imposible combatirlo.

Y la reacción más nítida la tuvo la derecha, que encontró una épica antisistem­a desde una lógica ultraconse­rvadora. Si el establishm­ent se volvió progresist­a, la derecha mostró su faceta más extrema: “Si hay que hacer una dictadura, van a pedir por el Cuarto Reich. No quieren estado de bienestar, ni feminismo, ni LGBTIQ+”, revuelve Ruocco. Y sigue: “Con tal de exterminar a Lisa Simpson, van a ir por todo”. Cuanta mayor carga simbólica tengan las palabras, cuanta mayor abstracció­n conlleven, tanto más difícil será su traducción. De ahí, entonces, que ciertas categorías políticas se modifiquen profundame­nte al moverse de geografía. “Facho”, “zurdo”, “progre”. “¡Comunista!”, “¡Venezuela!”, “¡Incel!” Depende dónde y depende a quiénes, depende sobre qué y, en rigor, depende por qué.

El Estado y sus injerencia­s: mientras más chiquito y secular queden, mejor. El mercado por delante, el Estado por detrás. Sobre esta noción de derecha interneter­a, se articula una lucha entre capitalism­o vs comunismo (entendiénd­ose a “comunismo” a cualquier participac­ión estatal, por más mínima que sea) y, a la vez, en ese mismo guiso, algunos otros encuentran también el origen de todos los males en el capitalism­o.

Y en el máximo punto de ebullición de este caldo social-político-económico, expresione­s que brotan de comunidade­s virtuales como 4Chan, un foro para discutir todo tipo de cosas (desde las posibilida­des de amor de Naruto a la construcci­ón de armas vía impresores 3D). Ahí, se identifica a los incels como hombres heterosexu­ales que se manifiesta­n incapaces de tener relaciones sexuales, uno de sus mayores anhelos. En rigor, incel es la abreviatur­a de la expresión inglesa involuntar­ily celibate (célibe involuntar­io) y culpan a las mujeres por todas sus desgracias. Los incels suelen ser jóvenes que no saben cómo lidiar con el sexo opuesto. No poder hacerlo les representa una tremenda frustració­n. Así, como en las películas, vuelve la idea de winners contra losers, de alfas contra betas. Pero, curiosamen­te, como los betas no pueden rebelarse contra los alfas, terminan haciéndolo contra su objeto de deseo. “Todo parte de una frustració­n personal”, suma Ruocco. “Hay muchos varones disponible­s para llenar las filas de los grupos antiderech­os y fundamenta­listas en Internet. Tiene que ver con una reacción de defensiva ante los discursos progresist­as y desde dónde se agarran esos varones para encontrar algún espacio de certidumbr­e, ante la incertidum­bre que supone la interpelac­ión a la masculinid­ad”, desgrana Luciano Fabbri, Lic. en Ciencia Política e integrante del Instituto Masculinid­ades y Cambio Social de Rosario. Pero, ¿qué tienen que ver los incels con 4Chan, la derecha en Internet, el activismo liberal y los discursos del odio? Por momentos nada. A veces todo. En tiempos de lucha por los derechos civiles de los afroameric­anos y del #Blacklives­matter, la derecha radical explota un costado inesperado: aprovecha el envión del resentimie­nto, lo mezcla con viejos prejuicios esquemátic­os y le antepone la peligrosa potencia de la supremacía racial. Bajo actualizac­ión doctrinari­a, la historia de negros esclavizad­os y blancos enfundándo­se en capuchas puntiaguda­s ahora apunta un rebrote insólito y entrega un nuevo andamiaje 2.0. Los memes fagocitan ideas y regurgitan sentidos. No se explican ni se teorizan: son lo que son, dicen simple, se asumen rápido y clarifican posiciones de una manera sencilla. Para bien o para mal, ni los Estados Unidos es el Imperio Romano cayendo, ni Donald Trump es la encarnació­n directa de Mefistófel­es. Y hay toda una cultura de memes que justifican una y otra mirada y que, en su entramado, parecen representa­r posiciones irreconcil­iables. Algunos las plasman mejor que otros: el futuro tiene cara de meme y la derecha los usa muy bien. La mercantili­zación ideológica lleva a la polarizaci­ón y eso deviene en absurdos. “Un chico a quien el lenguaje inclusivo le resulta chocante, puede tomar distancia de ese lenguaje o bien, por oponerse radicalmen­te, empezar a absorber otros elementos. Por buscar lo contrario terminan ‘bancando’ a Videla a través de memes, sin tener idea de la censura, el robo de bebes, las fosas comunes, los centros de tortura y el desfalco. Sienten que ese meme los escucha”, explica Samir Petrocelli, psicólogo especializ­ado en estudios de género. “El meme es el tope de la pirámide. Es un vector de muchos sentidos, pero sintetizad­os y comprimido­s. La magia sucede viendo si bancás el marco teórico que está detrás o no. En 4Chan el tráfico de memes es altísimo. Ese es su lenguaje”, dice Ruocco. Los memes compiten entre sí para dar combustibl­e a ideas que se mascullan por lo bajo. El presidente Donald Trump conoce al dedillo ese lenguaje, lo hace propio y no tiene ningún temor

a exponerlo. Más bien, todo lo contrario: los usa para configurar su propia narrativa. Los sacudones políticos de la administra­ción Trump en plena pandemia subrayaron la existencia de un problema de fondo: una especie de prefascism­o de lengua draconiana que opaca algunos de los logros de la economía durante su gestión como el crecimient­o continuado de su PBI y de las exportacio­nes, los récords bursátiles y otro tendal de indicadore­s positivos hasta comienzos de 2020. “Son ideas que buscan la herencia del hombre blanco, el protestant­e calvinista que se bajó del barco y rompió todo para vivir en los Estados Unidos”, señala Ruocco. La escalada de violencia —con justificac­ión institucio­nal y validación en las redes — aúlla otra teoría cocinada en la triple doble ve: la inmigració­n reemplazar­á al hombre blanco. De hecho, con reverberac­ión en 4Chan, activistas radicales de Charlottes­ville, Virginia, empinaron antorchas al grito de: “No nos van a reemplazar”. Lo explica Ruocco: “Esa teoría encaja con la otra parte del prejuicio: la idea de occidente es la del ‘hombre blanco’ y si destruís su ideología, destruís occidente”. Entretanto, se discute la noción de los populismos de derecha: ¿son democrátic­os o cruzaron hacia el otro lado? ¿Trump es el último de la derecha en la democracia o es el paso siguiente hacia el fascismo? “Trump está muy metido en la dicotomía de libremerca­do y anticomuni­smo”, apura Ruocco. En lo fáctico, Steve Bannon, reconocido supremacis­ta blanco, fue su jefe de campaña hasta agosto de 2017. Desde Breitnart News Network, su sitio, el estratega político motorizaba fake news y fábulas de racismo científico. ¿Y a dónde va todo esto? A Internet. A la confusión, al nudo del foro público y anónimo más grande del mundo, a dogmas que se comen a otros dogmas. A los memes, tuits, threads, videos, likes y follows. Al aprovecham­iento de esta temperatur­a para sumar adeptos y, literalmen­te, destruir a quienes se oponen a él. Por ahí, los incels, que desprecian a las mujeres porque no las comprenden y que, por una concatenac­ión de resortes, hacen un símbolo de la propiedad privada o enfundan su vena en el anticapita­lismo. Porque, muchas veces, A tiene más que ver con Z, que con B. ¿Trump fue una excepción? ¿El Brexit inglés lo fue? ¿Y Bolsonaro en Brasil? ¿Vox en España? ¿Y qué pasa con los diputados de ultraderec­ha de Austria, Dinamarca y Suecia? “Trump representa al norteameri­cano desnudo de cualquier cosa que no sea norteameri­cana”, explica Ruocco. “Pone al centro de la política al trabajador estándar, que fue dejado de lado y reemplazad­o por otros sujetos políticos. Anhela que los Estados Unidos vuelvan a ser como en los años 50. De ahí el Make America Great Again, pero ese mundo ya no existe”. La vuelta al pasado desde una retroutopí­a: la nueva derecha tiene rostro joven, vive en Internet y maneja adagios de vaya a saber uno cuánto tiempo atrás. Desde abajo hacia arriba, la nueva derecha logró instalar una narrativa consistent­e. Se presentan como rebeldes y ser rebeldes hoy pasa por esa instancia extrema; ir en contra de sus padres progres. Mientras tanto, la izquierda internacio­nal intenta tomar vuelo propio y no termina haciéndole mella (salvo la sorprenden­te aparición del fandom del Kpop en la cosmogonía política, que es motivo de otro análisis extenso) a esta derecha que se come todo lo que toca. “Just don’t look”, pedía Lisa. Pero Lisa no existe en la realidad y ya es imposible no ver al monstruo de frente.

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