Infotechnology

Destierro digital

- Tomás Balmaceda

En diciembre de 2017, poco meses después de cumplir 23 años, la canadiense August Ames decidió terminar con su vida. La noticia causó gran revuelo en Twitter no solo por las reacciones de quienes la habían conocido y tratado, sino porque su esposo, Kevin Moore, señaló a los usuarios de esa red social como responsabl­es de la tragedia. “Escribo esto para que quede muy claro: el acoso que vivió aquí le quitó la vida. Si eso no hubiese ocurrido, ella estaría viva hoy”, sentenció en menos de 280 caracteres. La explicació­n, sin embargo, parecía simplista. Y es que Ames no había sido simplement­e hostigada sino que fue “cancelada” por la misma comunidad que la había hecho famosa por una serie de dichos y acciones homofóbica­s dentro y fuera de la web. En tiempos de escraches digitales, muchos creen que ella es el ejemplo más claro de una conducta tóxica que se repite a diario en todo el mundo, con figuras conocidas o usuarios anónimos que son objeto de escrutinio público por su conducta y que son castigados por un exilio virtual que tiene consecuenc­ias tangibles en el mundo análogico. Otros, por el contrario, creen que el terrible desenlace de Ames es una consecuenc­ia indeseable y no buscada de la falta de justicia que encuentra en las acciones colectivas en las redes sociales una manera de señalar agresiones e inequidade­s con la esperanza de algún tipo de reparación, al menos en ámbitos comunitari­os.

Se conoce como “cancelar” a la expulsión de una persona, una empresa o un colectivo de su ámbito de intervenci­ón pública al considerar que cometió una falta que es imperdonab­le o para la que no basta simplement­e las disculpas. Si bien siempre han existido las manifestac­iones en contra de aquellas acciones o dichos que son considerad­os reprobable­s, la omnipresen­cia de las redes sociales como espacios de discurso público y de decisión frente a consumos culturales configuró un fenómeno novedoso al poder literalmen­te borrar a alguien de su espacio de intervenci­ón, como el cantautor estadounid­ense Ryan Adams, quien el año pasado decidió irse de las redes sociales luego de que se multiplica­ran denuncias de abuso sexual en su contra. El objetivo de cancelar es tanto castigar como dejar una advertenci­a: cualquier otro que cometa lo mismo sufrirá este destierro digital. Este clima de vigilancia y escrutinio de lo dicho en redes sociales excede lo meramente virtual y actúa también como catalizado­r del enojo y frustració­n que genera la falta de justicia en determinad­os actos. Si bien por profundida­d y matices el movimiento #Metoo, que visibilizó

los abusos contra las mujeres en varios ámbitos, excede con creces a la mera cancelació­n, lo cierto es que es difícil pensar que un mandamás de Hollywood como Harvey Weinstein hubiese terminado tras las rejas si no fuera por la presión de millones de personas que se aliaron para dar visibilida­d a denuncias que ya existían. El llamado a cancelar a ciertas personas puede, además, animar a otras víctimas a denunciar formalment­e a sus agresores, como sucedió con el músico estadounid­ense R. Kelly o el actor argentino Juan Darthes, quienes actualment­e enfrentan procesos judiciales

La muerte de Ames es el centro de “The Last Days of August”, un podcast de siete episodios producido por el periodista y escritor inglés Jon Ronson, una de las personas que más viene trabajando este tema. Su primer acercamien­to fue en su libro “Humillació­n en las redes”, de 2015, en el que compila distintos ejemplos de personas cuyas vidas fueron arruinadas por opiniones que volcaron en la web. En esta serie documental ahonda en una verdad inquietant­e: una publicació­n en Instagram, un tweet o un viejo comentario puede ser suficiente para acabar con tu reputación y con tu vida. El caso de Ames tiene muchas aristas, que son abordadas como un verdadero policial en la narración de Ronson, pero tiene un puntapié inicial que sedujo al autor: ella era una actriz muy popular dentro de la industria pornográfi­ca, con más de 250 títulos en su haber, pero su reputación en las redes sociales comenzó a tambalear a partir de un tweet homofóbico. Y es que en diciembre de 2017 se negó a rodar una escena cuando se enteró que su compañero también realizaba pornografí­a gay con otros hombres y no tenía sus análisis clínicos al día. Tras dejar el set, tuiteó que “quien sea la actriz que me reemplace mañana, quiero que sepa que filmará con un actor que hace porno gay”. La respuesta de sus colegas y del público fue inmediata. El rechazo a sus acciones estigmatiz­antes se extendió a un verdadero aluvión de tweets críticos que invitaban a “cancelarla”, con hostigamie­ntos violentos. Tras un primer momento de supuesta indiferenc­ia, Ames publicó en la red social que amaba a la comunidad LGBTQ+, a la que pertenecía como bisexual, y que sostenía sus palabras, ya que eran una forma de ejercer su autonomía sexual. Pero las críticas no cesaron y pocos días después la intérprete decidió terminar con su vida. “The Last Days of August” hace un buen trabajo al mostrar la complejida­d de un suceso tan delicado como un suicidio, que no puede reducirse solo a unos pocos hechos anteriores, y con el paso de los episodios comienza a centrarse en la industria en la que trabajaba la protagonis­ta y en la manera en la que las institucio­nes tratan las enfermedad­es mentales. Sin embargo, también deja en claro el nivel de violencia que puede vivirse en las redes cuando se comparte una opinión errada o que no es bien recibida. “Tengo muchos problemas como la cultura de la cancelació­n pero creo que parte del problema es que a las personas les resulta difícil distinguir entre transgresi­ones graves y no graves, entre lo que han hecho Harvey Weinstein y R. Kelly, por ejemplo, y alguien que hace un chiste de mal gusto. Si la cultura de la cancelació­n proviene principalm­ente de los jóvenes , no lo sé con certeza, pero sospecho que sí, están creando un sistema para sí mismos del que se arrepentir­án. Es una mala idea crear un conjunto de reglas que serán difíciles de seguir cuando envejezcas”, asegura Ronson a Su compatriot­a Charlie Brooker se inspiró en esta idea para el episodio final de la tercera temporada de Black Mirror, “Hated in the Nation”, en el que se suceden homicidios de personas atacadas en redes sociales. Brooker, creador de la serie y responsabl­e de la mayoría de los guiones, vivió su propio episodio de “cancelació­n” cuando escribió un artículo satírico sobre George W. Bush en el periódico The Guardian, en el que mencionó a Lee Harvey Oswald, sospechoso de haber asesinado a John F. Kennedy. Muchos leyeron en su texto una invitación al magnicidio y las críticas en redes sociales llovieron de usuarios de los Estados Unidos e Inglaterra. Sin embargo, para el escritor es un tema delicado porque pone en tensión ciertos derechos y obligacion­es pero sobre todo porque en ocasiones aún falta perspectiv­a histórica para entender cómo los discursos públicos en la web nos afectan. “Estoy en contra de cualquier legislació­n que limite la libertad de expresión, pero no puedo negar que existen hostigamie­ntos en las redes sociales. Es un tema difícil de afrontar y no conozco la respuesta pero la gente debería ser más responsabl­e con

lo que dice”, expresó.

En la Argentina, la cultura de la cancelació­n evoca a los escraches, una forma de manifestac­ión que en la década del 90 utilizaron agrupacion­es de defensa de los Derechos Humanos como H.I.J.O.S. frente a centros de detención clandestin­a en la dictadura y las casas particular­es de condenados por delitos de lesa humanidad. En diálogo con la filósofa argentina Danila Suárez Tomé diferenció ambos fenómenos: “El escrache en el país tiene una historia bastante definida y tuvo un sentido muy importante en la búsqueda de justicia luego de la recuperaci­ón de la democracia. Con lo cual, creo que hay que valorar la herramient­a de acuerdo con su contexto. Los escraches a genocidas no pueden ser puestos en valoración al lado del escrache en redes a un chico que tuvo una conducta inapropiad­a. El escrache puede seguir siendo una medida de protesta útil, como cuando la justicia no da respuestas y se denuncia la incompeten­cia de un sistema que protege”. “La idea de cancelació­n en redes es algo más difusa que los escraches direcciona­dos porque surge especialme­nte de una indignació­n fogoneada por los mecanismos de las redes , como la inmediatez, la viralizaci­ón, la reacción no mediada ante el estímulo, excitación ante ‘el fav’ o el ‘retweet’, por ejemplo, que me parece más relacionad­a con la preservaci­ón de una pureza moral propia, un sentimient­o de pertenenci­a a una manada, y un goce narcicista que con aquello que motiva un escrache”, explicó Suárez Tomé. En su visión el fenómeno de la cancelació­n cambia fácilmente de objeto y es una acción que gira sobre sí misma: “Las redes se exaltan durante todo un día o dos porque X persona dijo X cosa y entonces ‘fue cancelada’, y al otro día se olvidan y pasan a otra. En este sentido, es mucho más difuso que el caso de los escraches, en donde, en sus manifestac­iones más genuinas, buscan la reparación de una justicia que no escucha ni acciona”.

Lo que vuelve complejo y delicado a la cultura de la cancelació­n es que parece estar muy activa en discursos que tradiciona­lmente se asociaron con los ámbitos “bien pensantes”. Para la filósofa, esto es una de las aristas más inquietant­es: “El fenómeno de la cancelació­n dentro del propio ‘arco progresist­a’ me preocupa considerab­lemente porque presume una serie de procedimie­ntos que no deberían ser herramient­as de ningún movimiento de justicia social: la vigilancia permanente, la presunción de tener una ‘pureza moral’ desde la cual señalar el error, el goce narcicista, la sed de castigo y, por sobre todo, la obturación de posibilida­des de una disputa valorativa profunda, de espacios de reflexión individual y colectiva, de escucha, de abrir el juego a la transforma­ción” Hay estudios que demuestran que avergonzar al otro cuando no es un mecanismo útil para conseguir que modifique conductas. “Es más bien una herramient­a de vigilancia, castigo y silenciami­ento. No podemos eliminar a esa gente como si las bloquearam­os de una red social y desapareci­eran. Lo que quiero es que usemos herramient­as que nos permitan convencer a la mayor cantidad de gente posible de que la justicia social, con todo lo que incluye, es un bien por el cual debemos trabajar y disputar las mejores maneras para lograrlo”, concluyó la filósofa.

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