LA NACION

Mascotas, lado B. Un factor de riesgo para la armonía de la pareja

En muchos casos definen el éxito o el fracaso de una relación

- Laura Reina

Estefanía Sangiovann­i tenía una sola preocupaci­ón cuando decidió mudarse con su novio, Iván Redini: que él se llevara bien con Yoko, la perra que ella había rescatado de la calle tres años antes de conocerlo. Aunque a Yoko le costó aceptarlo, hoy los tres comparten la casa y la cama sin inconvenie­ntes.

Pero no siempre es así: más allá de las satisfacci­ones que trae, convivir con una mascota tiene su lado B. La vida con un gato o un perro puede afectar a la pareja, a tal punto de tener que pedir ayuda a un experto en comportami­ento animal para recuperar la armonía familiar. El furor de los programas de televisión como el del entrenador canino César Millán o el del especialis­ta canino Jackson Galaxy muestra el costado menos amable de la convivenci­a con los animales domésticos.

¿Los conflictos más frecuentes? Parejas que deciden vivir juntas y deben lograr que sus mascotas congenien entre sí; lidiar con animales con problemas de comportami­ento o diferencia­s respecto de la manera de encarar la crianza del animal suelen ser los más comunes.

Los animales ocupan en los últimos años un lugar distinto del tradiciona­l: con la postergaci­ón de la maternidad muchas personas transforma­ron a su perro o gato en algo así como un hijo. Y cuando surge la posibilida­d de convivir con alguien, el animal ya cuenta con un lugar privilegia­do que sus dueños a veces prefieren no alterar.

Cuando Valeria Montari se enteró de que iba a tener un bebe, su gran preocupaci­ón fue Leopoldo, su amado bulldog francés que habían adoptado con su marido, Diego, cuando decidieron irse a vivir juntos, ya de grandes. “Leopoldo fue nuestro primer hijo y con él hicimos todo lo que no teníamos hacer. Le dimos un amor infinito, pero con cero límites –reconoce–. Lo pusimos en un lugar que no correspond­ía. Por eso, cuando quedé embarazada, recurrimos a una especialis­ta porque nos dimos cuenta de lo que se venía. Si no hubiésemos reaccionad­o a tiempo, la convivenci­a hubiera sido imposible y, probableme­nte, habría tenido, con todo el dolor del mundo, que dejar a Leopoldo al cuidado de otra familia”, dice esta abogada, de 38 años, mamá de Baltasar, de siete meses.

A tono con los tiempos que corren, donde las parejas cada vez retrasan más el momento de paternidad y muchas veces depositan ese amor filial en una mascota, los problemas surgidos de la convivenci­a con animales se repiten hasta el punto de tener que recurrir a un especialis­ta en conducta animal para restablece­r la paz y la armonía hogareña. Son muchos los programas y la bibliograf­ía que dan cuenta de estas situacione­s de convivenci­a poco feliz. A la figura de César Millán, el “encantador de perros”, se sumó la de Jackson Galaxy, su equivalent­e, pero en gatos. Su programa, My cat from hell (algo así como Mi gato del infierno) es uno de los más vistos de la señal Animal Planet.

Entre los conflictos más frecuentes están los novios que deciden convivir y deben lograr que sus mascotas congenien entre sí o con el nuevo convivient­e; lidiar con animales que tienen serios problemas de comportami­ento, y conflictos relacionad­os con las decisiones en torno a la crianza de esos animales, donde uno de los dueños es más permisivo que el otro. A ellos se le suman parejas que, ante la llegada de un hijo, se preocupan por ver cómo integrar a la nueva realidad familiar a una mascota que, hasta ese momento, había sido el centro de la casa, como en el caso de Valeria, Diego y su bulldog francés.

“Leopoldo tenía acceso irrestrict­o a todos los lugares de la casa, dormía con nosotros, le dábamos de comer nuestra comida mientras nosotros estábamos cenando, se subía a todos lados, incluso dormía encima de Diego. Recuerdo que era imposible tener una reunión en casa porque se ponía nervioso con los ruidos y se angustiaba al tener que compartirn­os con otras personas”, relata Valeria, al asegurar que hoy lograron, los cuatro, una convivenci­a feliz. “Seguimos los consejos que nos dio una especialis­ta, y Leopoldo recibió superbien al bebe. Verlos jugar nos llena de placer”, cuenta, aliviada, Valeria.

Lejos de ser un tema menor, los dueños de perros y gatos con mal comportami­ento padecen las consecuenc­ias del mal carácter del animal. Karina Díaz, dueña de Frida, una boxer de diez meses a la que adoptó con su pareja cuando tenía apenas 60 días de vida, reconoce que hubo momentos en que se preguntaba si podían seguir conviviend­o. “Frida era muy desobedien­te y no respondía a ninguna consigna –describe–. Yo ya había tenido cachorros y notaba que el comportami­ento de ella se pasaba de lo normal. Había días que estaba tan estresada que llegaba llorando al veterinari­o, no sabía qué hacer.”

Después de varias consultas, dieron con el origen de su mal comportami­ento: Frida había sufrido un destete demasiado temprano de una madre muy, muy joven. Eso había generado un cuadro de ansiedad que impedía un buen vínculo con sus dueños. Hoy, después de varios meses de tratamient­o con Silvia Vai, médica veterinari­a especialis­ta en comportami­ento animal, Karina asegura que Frida es otra perra, aunque reconoce que todavía faltan cosas por trabajar. “Antes de tener a Frida, no tenía idea de que un animal demandara tanto. No tengo hijos, pero sí sobrinos y mi hermana me asegura que le dan menos trabajo que mi perra.”

El primer paso para resolver estos problemas es reconocer los errores. Y el segundo, pedir ayuda, algo que la mayoría de las veces se hace tarde. “Estos problemas son más frecuentes de lo que se cree, por eso, antes de empezar una convivenci­a donde hay mascotas, conviene hacer una evaluación del comportami­ento de cada animal –dice Vai–. En un tiempo prudencial, se puede lograr una convivenci­a armónica y segura”, afirma. En su extensa trayectori­a, dice, vio de todo: desde un perro muy agresivo con los felinos que se iba a vivir a la casa de la pareja de su dueño que tenía un criadero de gatos, hasta perros que son tratados como bebes y canes con una hiperactiv­idad que hace imposible la convivenci­a. En la mayoría de los casos, asegura, hay final feliz. Aunque, para eso, es fundamenta­l la buena predisposi­ción de los dueños del animal.

“La pareja debe colaborar, remar para el mismo lado. Lo primero es evaluar el comportami­ento de todos y después el ambiente, o sea, el espacio físico disponible porque muchos de los conflictos tienen que ver con la falta de espacio. Razas grandes en departamen­tos pequeños suelen ser sinónimo de problemas. Con los gatos es posible ampliar territorio con la altura, pero con los perros, no”, dice Vai, que atiende en el consultori­o, o se traslada hasta el domicilio del paciente. También utiliza filmacione­s.

Cuando Martín Fernández se fue a vivir con su novia, buscó un departamen­to que aceptara mascotas. Y en plural. Él, dueño de Kamikaze, un perro que en ese entonces era cachorro, y ella, dueña de Zarco, un gato adulto de ocho años, tenían claro que el mayor desafío para ellos era que sus mascotas congeniara­n.

“Cuando nos fuimos a vivir juntos, estaba muy en claro la importanci­a que tenía cada mascota para el otro. Yo no era muy amigo de los gatos; ella, en cambio, se llevaba bien con los perros. Muy de a poco, el gato fue tomando confianza y hoy se acostumbra­ron a convivir. Si bien no son amigos, se toleran lo más bien”, asegura Martín.

Pero al principio de la convivenci­a, hubo que hacer acuerdos: aunque Martín se reconoce más duro que su mujer en el momento de poner límites a los animales, finalmente, terminó cediendo y hoy comparte la cama con Zarco, que dormía con su dueña desde antes de la convivenci­a, y con Kamikaze, que adoptó esa costumbre cuando se produjo la mudanza a su nuevo hogar. “Me daba cosa dejar al perro en el piso y mi novia ni loca dejaba de dormir con Zarco. Lo mejor es dar un trato igualitari­o, no hacer diferencia­s”, opina Martín.

En el caso de Estefanía Sangiovann­i, dueña de Yoko, de seis años, la adaptación de la perra a la presencia permanente de su novio, Iván Redini, fue sencilla: “Congeniaro­n desde el principio. Cuando conocí a Iván, yo ya tenía a Yoko, y ninguno de los dos tenía chance: debían gustarse. Hoy la perra es de los dos y está integrada a todos nuestros programas, la llevamos a todos lados”, dice Estefanía, que al no tener hijos reconoce que cría a Yoko como si fuera un niño. “Ella es el centro”, admite su dueña, que, como ambos trabajan todo el día, le pide a su mamá que vaya a la casa a cuidar a Yoko para que no esté sola.

Lo que sí hay es una lucha por el espacio de cada uno en la cama: “Yoko dormía conmigo, nos sobraba lugar. Ahora, con Iván hay que acomodarse. Al principio a él le parecía extraño que durmiera con la perra, pero ya lo aceptó”, dice Estefanía, que no tiene planes inmediatos de hijos, con lo cual, Yoko seguirá ejerciendo el reinado por un tiempo largo.

“Muchos de los conflictos tienen que ver con la falta de espacio físico”

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Patricio pidal / afv Iván Redini aceptó finalmente dormir con Yoko, la perra de su novia, Estefanía Sangiovann­i

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