EL BLUES MÁS TRISTE
Murió B. B. King, el legendario músico, en Las Vegas
“No creo que me dedique a la enseñanza del blues, pero estoy seguro de que me retiraré cinco o diez años después de mi muerte.” Las palabras del maestro B.B. King, pronunciadas en una entrevista con LA NACION en 1998, no hacían más que demostrar que ese guitarrista sensible y virtuoso, que llevaba en el alma toda la herencia del blues, era también un humorista elegante, un gran orador, capaz de embelesar al oyente que tuviera enfrente. Nos dejó ayer, a los 89 años y en su casa de La Vegas, a raíz de una desmejora en la diabetes que padecía desde hacía 20 años. Pero seguramente se retire 10, 50, 100 años después de su muerte.
El Rey del Blues falleció el jueves, a las 21.40, mientras dormía en su casa de Las Vegas, según indicó su abogado, Brent Bryson. El padre de Lucille, su guitarra Gibson, su eterna compañera, había tenido una desmejora en su estado de salud en octubre último, cuando sufrió un desmayo durante un concierto en Chicago, ciudad emblemática para la música que él cultivaba, el blues.
Riley Ben King, tal su verdadero nombre, nació el 16 de septiembre de 1925 en Itta Bena, Mississippi, en la plantación de algodón en la que trabajaban sus padres, Nora Ella Farr y Albert King. Su rica trayectoria artística comenzó en 1947 y con los años se convertiría en un referente mundial de un género musical que ha vivido momentos de esplendor y soportado años de olvido. Distinguido como el Rey del Blues por fieles y súbditos entre los que se encontraban Eric Clapton, Buddy Guy, Mark Knopfler y una extensa lista (los príncipes son otros King: Freddie y Albert), recibió numerosos premios y reconocimientos, más allá de los 15 Grammy que obtuvo en vida. Tuvo una relación sentida con la Argentina, donde debutó en 1980 y se despidió en 2010, y aún más especial con uno de nuestros músicos, Pappo Napolitano (ver aparte).
De estirpe blusera, B. B. King era primo de una de las leyendas del blues rural, Bukka White. En realidad las leyendas son un elemento fundamental del blues, un alimento para sus letras, sus historias regadas con licores baratos y trasnoches eternas. El Rey del Blues supo, como pocos, retratar esas historias, pero también pintar paisajes diurnos y soleados, transmitir y exhalar optimismo. Con su voz, pero principalmente con su guitarra. Y es precisamente con ella (con ellas) con quien tuvo el matrimonio más duradero: hasta el día de su muerte. La querida Gibson Lucille nació en el invierno del 49, mientras su dueño tocaba en Arkansas. Dos hombres se enlazaron en una discusión por una mujer llamada Lucille, provocando un incendio que obligó a evacuar el lugar. “Cuando salí me di cuenta de que me había olvidado mi guitarra en el interior”, solía contar B.B. King en las entrevistas. Y no dudó en regresar al bar. “Casi muero tratando de salvarla. Luego la bauticé con el nombre de aquella mujer para recordar que no debía volver a hacer ese tipo de cosas.”
Las primeras grabaciones de King fueron producidas por Sam Phillips, más tarde fundador del sello Sun y responsable de iluminar a Elvis Presley. Los primeros destellos de popularidad le llegaron gracias a Sonny Boy Williamson II, quien tenía un exitoso programa de radio. El blusero y conductor radial le pidió a los oyentes que llamaran para saber si les había gustado y el resultado fueron decenas de manifestaciones positivas. Allí nacieron las primeras dos B: Blues Boy.
En 1955 y en pleno apogeo del blues eléctrico, con centro en la ciudad de Chicago, B. B. King compró un viejo micro, lo bautizó Big Red y emprendió una extensa gira por los Estados Unidos. Al año siguiente alcanzaría un récord de presentaciones: 342 shows en una temporada.
En esos dorados 50, años de rivalidad entre el estilo de Muddy Waters y el de Howlin’ Wolf, Beale Street Blues Boy o Blues Boy King, como solían llamarlo antes de ponerle la corona que tan bien se ganó, forjaría su prestigio. Sus interpretaciones de clásicos del género como “You Know I Love You”, “Woke up this morning”y, principalmente, el standard “Every Day I Have the Blues”, le darían peso a una carrera que aún estaba empezando. Pero el estallido llegó con “The Thrill is Gone”, un clásico del blues que B. B. hizo propio a fines de los 60. Su presentación del 68 en el Fillmore West de San Francisco marcaría un quiebre en su carrera.
En su sonido armonizan el blues rural de los algodonales con el eléctrico de las grandes ciudades. Su música alcanzaría estirpe mundial a partir de la década del 70, cuando esa conexión entre “las emociones humanas y su guitarra”, tal como el Bluesman definió a su arte en la biografía Blues All Around Me, traspasaría definitivamente la frontera de los 50 estados norteamericanos. Entre nosotros debutaría en el Auditorio Bauen, en el 80; obtendría presentaciones memorables en Obras en los 90 y una despedida en el Luna Park, en 2010, tras una ausencia de 12 años.
En su país fue distinguido con la Medalla Nacional de las Artes y la Medalla Presidencial de la Libertad, además de integrar los salones de la Fama del Blues y el Rock and Roll. Sus giras mundiales y las ventas millonarias de muchos de sus más de 80 registros de estudio, en vivo y compilatorios le dieron con los años un cómodo pasar y una mansión en Las Vegas. Sus acciones benéficas se concentraron en las últimas décadas en la organización Little Kids Rock, defensora de la educación musical infantil gratuita.
Se casó dos veces, tuvo 15 hijos y como buen blusero tenía un mojo. “Llevo a Dios en mi corazón, ése es mi único amuleto.”