Un negocio florido que cambia
Situados en el cinturón verde de La Plata, los productores se adaptan a los cambios en las costumbres
Vendedores de flores lo replantean: menos cementerios, más parejas y fechas especiales.
Guardados en cajas, en una cámara de frío que los conserva a 5 grados mientras esperan a ser plantados, los bulbos de lilium parecen cabezas de ajo. Importados desde Holanda, no se parecen en nada a la flor grande y de pétalos aterciopelados en la que van a convertirse en cuatro meses, después de que Julio Yamada los plante manualmente, uno por uno, bajo un invernáculo de nylon blanco y postes de madera en su campo de la zona de El Peligro, a 22 kilómetros del centro de La Plata y muy cerca de Mercoflor, el mercado mayorista de flores que está sobre la ruta 36 y la calle 426.
Ahí –y en el mercado que al lado ubicó la Cooperativa Argentina de Floricultores–, lunes, miércoles y viernes un centenar de productores como Julio venden desde muy temprano y al mayorista ramos de claveles, rosas, crisantemos, liliums, astromelias y gerberas, entre otras flores que ellos cultivaron y cosecharon casi artesanalmente.
Estos dos mercados –más otro más grande que la CAF tiene en el barrio porteño de Barracas– abastecen a todas las florerías y puestos de Buenos Aires. En el cinturón verde de La Plata se producen más del 60% de las flores del país.
Ingrid Villanova, contadora y referente en economía del Instituto de Floricultura del INTA, trabaja desde hace meses en un relevamiento de productores de flores de corte y plantas ornamentales en el AMBA y en San Pedro, para conocer con más exactitud cómo está compuesto el universo floricultor. Villanova explica que es difícil verificar si la producción de flores se achicó o se concentró en los últimos años, porque las estadísticas del sector no tienen continuidad (el último censo hortícola y florícola es de 2005).
“La actividad es muy dinámica: hay productores que con muy poco capital de trabajo comienzan a producir empleando sólo mano de obra familiar, otros se independizan del patrón y arriendan un campo, otros dejan de producir, se emplean en otras actividades o bien retornan a su país. Estos fenómenos son difíciles de medir”, advierte.
Villanova cree que hoy el principal desafío de la cadena florícola es su profesionalización, para que todo el esfuerzo que ponen en la producción de las flores se traduzca en un valor agregado al final de la cadena. Los productores también deben adaptarse a los cambios de hábitos de los consumidores.
“Hubo un cambio cultural y en nuestra manera de vida. Hoy estamos atravesados por una cultura minimalista: en el jardín ponemos caña en vez de plantas”, advierte Ana Giovanettone, coordinadora del Cluster Florícola del AMBA y San Pedro, formado por 1119 productores que vienen trabajando para que las flores y las plantas vuelvan a ser parte de la vida cotidiana y se produzcan de manera sustentable.
El cambio en los ritos fúnebres sacudió a los pequeños emprendimientos familiares que viven de cultivar flores: antes los velorios duraban 24 horas y llevar coronas era casi obligatorio. Para suplir esta baja, aparecieron nuevas oportunidades de venta, como San Valentín o el Día de la Secretaria.
Cambios
Los cambios en la demanda se tradujeron en cambios en la oferta: aunque todavía las rosas, los claveles y los crisantemos son los más cultivados, cada vez más productores empiezan a producir liliums, astromelias, lisianthus y gerberas, flores “nuevas” para un mercado que cambia. Giovanettone explica: “Había un camino comercial que era para los muertos y ahora tenemos que trabajar para venderles flores a los vivos”.
En La Plata, el trabajo con la tierra siempre fue cosa de inmigrantes: italianos y portugueses les pasaron la posta a familias japonesas, que hoy trabajan a la par de productores bolivianos y paraguayos y de los descendientes de aquellos inmigrantes europeos. En Mercoflor, sin embargo, los japoneses o hijos de japoneses son mayoría. Muchos de ellos nacieron en Bolivia o Paraguay, en medio de un derrotero migratorio que empezó en Japón y que terminaría acá, cerca de la ruta 36.
Así llegaron los padres de Yoshikazu Iwasa, que en su puesto casi vacío después de una mañana que se movió bien, asegura que hoy vende más al interior que a florerías de Buenos Aires. Nacido en Bolivia, “Kazu” es un productor mediano, tiene cincuenta invernáculos con mayoría de gerberas. Mientras él conversa con los clientes y con otros productores, Marcela Cantero, su mujer, señala que la pérdida de algunas costumbres, como enviar coronas florales a los velorios o llevar flores al cementerio, los perjudicó.