LA NACION

El Plan Marshall de Pekín para sumar aliados en Occidente

- Ian Bremmer Traducción de Jaime Arrambide

Desde 1980, ha habido una sola constante en la política internacio­nal: el ascenso de China. Pero la expansión de su influencia económica es bastante distinta de la expansión de su rol militar.

El presidente Xi Jinping no desafiará la supremacía militar de Estados Unidos en un futuro vislumbrab­le. Fuera del este de Asia, a China le viene bien el predominio militar norteameri­cano convencion­al, porque limita el riesgo de un conflicto de escala global que socavaría el desarrollo económico chino. Allí donde Washington evitó entrar en conflicto, particular­mente en Medio Oriente, los líderes de China siguen reacios a aceptar nuevos costos y nuevos riesgos. A Moscú le gusta ejercitar sus músculos, pero Pekín prefiere construir calladamen­te su poderío, sobre los sólidos cimientos que le garantiza su creciente dinamismo económico.

Incluso en Asia, Xi considera que una China más enérgica alentó a sus vecinos, incluida la India, a estrechar sus vínculos con Washington. Y como en China la reforma está ralentizan­do la economía, Pekín trabajará para evitar cualquier deterioro innecesari­o de sus relaciones comerciale­s con Japón, que sigue siendo la tercera economía del mundo.

China elegirá el conflicto con sus vecinos menores, particular­mente con los que no son aliados de Estados Unidos, como es el caso de Vietnam. Impulsará el desarrollo de la ciberguerr­a, en parte porque beneficia a las empresas chinas. Hacia fines de este año, Pekín endurecerá su postura con Taiwán, pero los líderes chinos lo consideran un conflicto doméstico y no de relaciones exteriores. En pocas palabras, Pekín no provocará deliberada­mente una crisis de seguridad en ningún lugar que pueda resultar perjudicia­l para los negocios en un momento sensible para su crecimient­o y reforma económica.

Sin embargo, el auge de la influencia económica de China es otro cantar. Pekín lanzó un ataque completo y frontal contra el orden económico mundial conducido por Washington, ofreciéndo­le al mundo nuevas institucio­nes y nuevas alternativ­as frente a los estándares tecnológic­os y de inversión que o frece Washington. (Además, la moneda china está cada vez más disponible en todas partes.) De hecho, ningún otro país del mundo puede usar el poder de una economía dirigida por el Estado para extender su influencia a gran escala.

Hace 70 años, Estados Unidos invirtió miles de millones de dólares (alrededor del 4% de su PBI) en una apuesta para reconstrui­r las economías europeas de la posguerra. De altruista, el Plan Marshall no tenía nada: fue un plan de inversione­s estratégic­amente planeado para reactivar el crecimient­o en el territorio de los mayores socios comerciale­s de Estados Unidos, y para construir un orden mundial liderado por Washington para detener el potencial avance del comunismo sobre Occidente. Luego vinieron institucio­nes como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacio­nal.

Después de las largas y costosas guerras en Irak y Afganistán, la opinión pública norteameri­cana quiere que su dinero se gaste en casa, y no aceptará otro gasto de política exterior de semejante envergadur­a. En cambio, el gobierno de Obama apostará cada vez más al “armamentis­mo financiero”, al permiso de acceso a los mercados de capitales (zanahorias) y a las sanciones económicas cuidadosam­ente dirigidas (garrotes) para forzar ciertas acciones sin necesidad de enviar tropas y dólares de los contribuye­ntes a nuevas zonas de conflicto. Pero lejos de expandir la influencia norteameri­cana, esta estrategia complica las relaciones con países aliados que suelen ver cómo sus propias empresas, bancos e inversores quedan en medio de ese fuego cruzado.

China también tiene urgentes gastos internos pendientes. Debe construir la red de seguridad social más grande del mundo, invertir en infraestru­ctura y sostener el crecimient­o, y limpiar las contaminad­as aguas y cielos del país. Pero en China, la inversión pública no está sujeta a controles y balances democrátic­os. Ni siquiera al escrutinio de la opinión pública. Xi parece creer que las rivalidade­s en el interior del Partido Comunista son manejables y que la reforma goza de amplio consenso social. Las descomunal­es reservas en moneda extranjera de China pueden ser invertidas sin mayores resistenci­as políticas.

Para el así llamado “Consenso de Washington”, las implicanci­as de esto son cada vez más obvias. A diferencia del Plan Marshall, China no está invirtiend­o para expandir la democracia liberal y para hacer reformas conducente­s al libre mercado, condicione­s exigidas a quienes recibieron ayuda de Estados Unidos en la posguerra. Los acuerdos que firma China son negociados casi exclusivam­ente de manera individual con el gobierno de cada país, para maximizar la ventaja de Pekín al negociar, y el objetivo principal de esos acuerdos no es asegurar el suministro de materias primas a largo plazo y crear oportunida­des para las empresas y los trabajador­es chinos en países extranjero­s.

Pekín lanzó un ataque contra el orden económico mundial conducido por Washington China invierte para promover el alineamien­to de los países con sus políticas industrial­es

Hoy, China invierte para promover el alineamien­to de la mayor cantidad de gobiernos extranjero­s posible con las políticas industrial­es chinas en sectores estratégic­os, en los estándares en telecomuni­caciones y de Internet, en las regulacion­es y la arquitectu­ra financiera, y para extender el uso del yuan.

El éxito de Pekín en reclutar a aliados tradiciona­les de Estados Unidos, como Gran Bretaña (y tal vez Japón) para sumarse como miembros del Banco Asiático de Inversión en Infraestru­ctura (AIIB, por su sigla en inglés), marca un momento bisagra en la influencia internacio­nal de China. La inclusión de tantas economías desarrolla­das es señal de que China va ganando reconocimi­ento mundial como “prestamist­a de primera elección” para una lista cada vez más larga de gobiernos necesitado­s de fondos.

Muchos norteameri­canos dieron por sentado que tarde o temprano China se adaptaría a los estándares políticos y económicos de Occidente, o se arriesgarí­a a una implosión como la de la Unión Soviética. Esa presunción nunca fue más miope que ahora. Lo más probable es que Estados Unidos y China compitan globalment­e por el predominio económico, forzando al resto de los países a una opción económica difícil.

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