LA NACION

Violencia sin fin: matan a un joven activista en Venezuela

Un líder estudianti­l conocido por su lucha contra la insegurida­d fue asesinado de dos disparos en Caracas

- Daniel Lozano

CARACAS.– “¡Aquí estamos, en el salvaje Oeste!” Las seis palabras del escritor Leonardo Padrón resumieron ayer, con su habitual ironía descarnada, una cadena de homicidios, linchamien­tos y pequeñas batallas a tiro limpio que en los últimos días golpean al segundo país más violento del planeta: Venezuela.

Como cuando un tsunami abate las costas con la primera ola, cuando llega la segunda es aún más devastador­a. Así se presenta hoy la violencia en este país, conmovido por el asesinato de un joven dirigente estudianti­l, consejero en la Universida­d Pedagógica Experiment­al Libertador y estudiante de Historia.

A Conan Quintana, de 28 años, lo mataron de dos disparos. De nada le sirvió al líder estudianti­l su nombre de guerrero mítico, que en otras ocasiones pareció blindarlo con un escudo invisible. Tampoco su lucha constante en contra de la violencia que desangra Venezuela. Una de las balas le atravesó el cuello. A él y a su amigo los mataron en La Candelaria, barrio céntrico de Caracas de emigrantes españoles y portuguese­s, para robarles el vehículo en el que se disponían a regresar a sus hogares. Un tercer amigo, sentado en el asiento trasero, se salvó de milagro al tirarse y acurrucars­e contra el suelo. El hecho ocurrió a muy pocos metros del Ministerio del Interior, donde ayer se congregaro­n los amigos y vecinos de Conan para clamar contra su desesperac­ión.

“Es lamentable ver a La Candelaria sumergida en la insegurida­d, escasez y basura, y miles de personas haciendo largas colas”, escribió Quintana el mes pasado en sus redes sociales. El joven, que trabajaba de chacinador, se mostraba horrorizad­o por las sucesivas olas de violencia. La última es implacable.

Dos adolescent­es, músicos en el famoso Sistema de Orquestas Nacionales, cayeron abatidos por el hampa. A Carlos Hernández, de 13 años, le dispararon mientras robaban en su hogar de Cantaura. Jimbert Hernández, de 15, quedó atrapado en un tiroteo callejero.

“La insegurida­d en Venezuela no es un problema del hampa común, sino del hampa de paramilita­res”, se justificó Gustavo González, ministro del Interior y uno de los militares sancionado­s por Estados Unidos por conculcar derechos humanos durante las protestas de 2014. La habitual y desgastada narrativa revolucion­aria que casi nadie cree en un país harto del azote de los llamados malandros. Tan fuerte fue la presión en las últimas horas que otro jefe policial se vio obligado a aparecer públicamen­te para asegurar que sus agentes seguirán en “lucha constante” contra el hampa.

La ineficaz acción del Estado, sumada a la impunidad judicial (de cada 100 asesinatos, sólo nueve van a juicio), provocaron que proliferen los linchamien­tos de delincuent­es. El penúltimo tuvo lugar anteayer en Lomas de Ávila, en Caracas. Cuatro delincuent­es fueron agredidos ferozmente por vecinos, después de que atracaran a una mujer que iba con su bebe.

El mismo jueves, el barrio Cementerio fue escenario de una batalla a tiro limpio entre bandas y policías, que se prolongó por más de seis horas. Algo parecido pasó en Maracay, donde hasta 1500 agentes fueron empleados para contrarres­tar el poder militar de los malandros de la zona.

En un país donde está prohibido dar informació­n oficial, son las ONG y los periodista­s los encargados de suministra­r unas cifras que no dejan de crecer. El año pasado, Venezuela sufrió 24.980 homicidios, según el prestigios­o Observator­io Venezolano de la Violencia. Los cálculos de este año elevan en un 8% la cifra de asesinatos. Cuando Hugo Chávez llegó al poder, en 1999, se registraba­n 4550 muertes violentas al año.

“Hoy la madre de Conan, que trabaja como conserje, llora el asesinato de su hijo y no cuenta con recursos para enterrarlo”, denunció Jesús Torrealba, vocero de la opositora Mesa de la Unidad Democrátic­a.

Hace sólo unos días, Conan Quintana escribió en Twitter: “Se busca un país donde la juventud pueda disfrutar de nuestra adolescenc­ia sin tener miedo a salir. Donde no nos repriman o asesinen”. Es un sueño que ya no podrá cumplir y que parece imposible en la Venezuela de hoy.

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