Detrás de un nicho de poder y negocios
De querellante a un análisis introspectivo. Antes de victimizarse, la dirigencia de Boca debería haber hurgado explicaciones dentro de su casa.
Por los pasillos de la Bombonera, en los días previos al superclásico, la poderosa barra brava, cuyos jefes tienen prohibido el ingreso a los partidos pero no así al club, guardó un inmenso telón de 80 metros de ancho en la cancha de papi fútbol. Es una bandera que habría financiado Carlos Tevez y que estaba lista para ser estrenada anteanoche, si el bochorno no se imponía sobre un mero espectáculo deportivo.
La bandera exhibe leyendas autorreferenciales sobre los hombres que colonizan desde años las tribunas de la Bombonera. “La leyenda continúa. La 12 unida jamás será vencida”, dice en letras azules sobre un fondo amarillo y ornamentada con las copas internacionales que conquistó el club. La referencia a la unión es pura retórica: tres grupos diferentes se pelean y se amenazan por el control de los negocios y el poder. Tres grupos de barras tienen abierto el canal de diálogo con la dirigencia. Es así.
La anécdota de la bandera ilustra las complicidades y la fragilidad de los controles policiales. Si es posible ingresar a la tribuna o a los pasillos internos del club un telón de 80 metros también es posible, y aún más sencillo, meter toneladas de pirotecnia o algún spray con gas pimienta.
Nada de lo que sucede cada partido en la tribuna socios norte, donde se originó el escándalo, es ajeno a la cúpula de la barra brava ni a los encargados de seguridad del club, que supervisan todo por video. El barra que lidera ese sector de la Bombonera reporta a La 12. De espaldas al césped, como si lo que sucede allí fuera anecdótico, este personaje gobierna esa porción del estadio con la política del garrote. A los golpes, supervisa que nadie cuelgue otra bandera que no sea la de “jugador N° 12”. Si alguien se le opone, una tropa de violentos surge en su apoyo.
Este barra también tiene injerencia en los molinetes de entrada y es un viejo conocido de la Policía Federal. Fotos y videos con su rostro fueron cotejados después del primer superclásico en La Boca tras el descenso de River. Aquella vez, el Ministerio de Seguridad suspendió la Bombonera después de otro show de pirotecnia y salvajes disfrazados de hinchas, que, colgados del alambrado, creen sentir un inútil poder para suspender un partido.
Pasaron décadas de recetas antiviolencia que nunca resultaron: prohibir las banderas de tamaño mayor a los 2 metros; poblar de butacas todos los sectores de todos los estadios, y ahora, más reciente, el derecho de admisión, el AFA Plus o la prohibición del público visitante. Nada funcionó.
En tiempos electorales, los tres principales candidatos a presidir el país promocionan livianamente que el público visitante volverá al fútbol. Fuera de micrófono, bajan la mirada, deslindan responsabilidades y se pasan la pelota de un lado al otro. Como hizo ayer el presidente de Boca, Daniel Angelici, que empujó el episodio de anteanoche hacia el campo del delito, para obligar a una reacción de las autoridades policiales, políticas y judiciales.
El secretario de Seguridad de la Nación, Sergio Berni, evalúa la suspensión del estadio de Boca para el torneo local; la sanción de Conmebol regirá sólo para certámenes internacionales. La decisión de Berni despide un tufillo electoral: el kirchnerismo, del cual él es parte, observa con entusiasmo la barahúnda y el descalabro interno de Boca, un nicho de poder y negocios que está en manos de Pro, la fuerza política de Mauricio Macri, el principal opositor al Gobierno.
Pero cuidado: el escándalo de anteanoche sucedió en Boca, pero podría haber pasado en River o en cualquier otro club. A través del fútbol, quizás el manifiesto más auténtico de lo popular, se puede echar una mirada a la realidad del país.