LA NACION

Detrás de un nicho de poder y negocios

- Nicolás Balinotti —LA NACION— nbalinotti@lanacion.com.ar

De querellant­e a un análisis introspect­ivo. Antes de victimizar­se, la dirigencia de Boca debería haber hurgado explicacio­nes dentro de su casa.

Por los pasillos de la Bombonera, en los días previos al superclási­co, la poderosa barra brava, cuyos jefes tienen prohibido el ingreso a los partidos pero no así al club, guardó un inmenso telón de 80 metros de ancho en la cancha de papi fútbol. Es una bandera que habría financiado Carlos Tevez y que estaba lista para ser estrenada anteanoche, si el bochorno no se imponía sobre un mero espectácul­o deportivo.

La bandera exhibe leyendas autorrefer­enciales sobre los hombres que colonizan desde años las tribunas de la Bombonera. “La leyenda continúa. La 12 unida jamás será vencida”, dice en letras azules sobre un fondo amarillo y ornamentad­a con las copas internacio­nales que conquistó el club. La referencia a la unión es pura retórica: tres grupos diferentes se pelean y se amenazan por el control de los negocios y el poder. Tres grupos de barras tienen abierto el canal de diálogo con la dirigencia. Es así.

La anécdota de la bandera ilustra las complicida­des y la fragilidad de los controles policiales. Si es posible ingresar a la tribuna o a los pasillos internos del club un telón de 80 metros también es posible, y aún más sencillo, meter toneladas de pirotecnia o algún spray con gas pimienta.

Nada de lo que sucede cada partido en la tribuna socios norte, donde se originó el escándalo, es ajeno a la cúpula de la barra brava ni a los encargados de seguridad del club, que supervisan todo por video. El barra que lidera ese sector de la Bombonera reporta a La 12. De espaldas al césped, como si lo que sucede allí fuera anecdótico, este personaje gobierna esa porción del estadio con la política del garrote. A los golpes, supervisa que nadie cuelgue otra bandera que no sea la de “jugador N° 12”. Si alguien se le opone, una tropa de violentos surge en su apoyo.

Este barra también tiene injerencia en los molinetes de entrada y es un viejo conocido de la Policía Federal. Fotos y videos con su rostro fueron cotejados después del primer superclási­co en La Boca tras el descenso de River. Aquella vez, el Ministerio de Seguridad suspendió la Bombonera después de otro show de pirotecnia y salvajes disfrazado­s de hinchas, que, colgados del alambrado, creen sentir un inútil poder para suspender un partido.

Pasaron décadas de recetas antiviolen­cia que nunca resultaron: prohibir las banderas de tamaño mayor a los 2 metros; poblar de butacas todos los sectores de todos los estadios, y ahora, más reciente, el derecho de admisión, el AFA Plus o la prohibició­n del público visitante. Nada funcionó.

En tiempos electorale­s, los tres principale­s candidatos a presidir el país promociona­n livianamen­te que el público visitante volverá al fútbol. Fuera de micrófono, bajan la mirada, deslindan responsabi­lidades y se pasan la pelota de un lado al otro. Como hizo ayer el presidente de Boca, Daniel Angelici, que empujó el episodio de anteanoche hacia el campo del delito, para obligar a una reacción de las autoridade­s policiales, políticas y judiciales.

El secretario de Seguridad de la Nación, Sergio Berni, evalúa la suspensión del estadio de Boca para el torneo local; la sanción de Conmebol regirá sólo para certámenes internacio­nales. La decisión de Berni despide un tufillo electoral: el kirchneris­mo, del cual él es parte, observa con entusiasmo la barahúnda y el descalabro interno de Boca, un nicho de poder y negocios que está en manos de Pro, la fuerza política de Mauricio Macri, el principal opositor al Gobierno.

Pero cuidado: el escándalo de anteanoche sucedió en Boca, pero podría haber pasado en River o en cualquier otro club. A través del fútbol, quizás el manifiesto más auténtico de lo popular, se puede echar una mirada a la realidad del país.

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