LA NACION

¿Y cómo se puede “experienci­ar” una botella de champagne?

La degustació­n de Dom Pérignon 2005: otro universo cargado de sensacione­s

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BARCELONA.– La otra (gran) parte de esta experienci­a consistió en probar, por primera vez, el nuevo Dom Pérignon 2005: una ocasión más que especial, teniendo en cuenta que se trata de un vintage, es decir, un vino de añada.

En el BulliLab, Dom Pérignon ha venido haciendo un trabajo conjunto con el equipo de Adrià durante tres meses. Buscan, indagan, prueban... ¿Cuál es el espacio que toma la creativida­d en este champagne? El proceso de elaboració­n parece ser un camino posible. Porque la singularid­ad de Dom Pérignon está justamente en las añadas (uvas que viven un solo año) y ese estilo, esa filosofía, se repite con materia prima que cambia. De ahí que lo importante, según explican sus voceros, sea trabajar sobre la experienci­a: ahí es donde empieza todo. ¿Y cómo se puede “experienci­ar” el champagne, lo que es Dom Pérignon en profundida­d? La estrategia ideada en conjunto por Ferran Adrià y Richard Geoffroy, el reconocido Chef de Cave de Dom Pérignon, para su presentaci­ón oficial, parece ensayar una respuesta.

Esta vez, ellos apuntaron a recrear un entorno minimalist­a para su degustació­n, minutos previos a la impactante cena de los snacks. Así, uno se descubría de pronto totalmente solo ante una mesada de vidrio.

Sin demasiadas explicacio­nes, había que permanecer de pie, en semipenumb­ras, frente a una copa, una botella de champagne iluminada desde abajo, una libreta Moleskine y un lápiz. Nada más. Alrededor, enormes paneles blancos de cartón generaban una suerte de cubículo en torno de la mesada y la persona, lejos de todo lo demás. A solas y sin estímulos externos, entonces, las condicione­s estaban listas para comenzar la degustació­n privada de la cosecha 2005 de Dom Pérignon.

¿Qué se puede decir al respecto? Creado con las uvas de Champagne, tanto Chardonnay como Pinot Noir, este assemblage ofrece un equilibrio perfecto entre uvas tintas y blancas. En la boca formaba un todo continuo y refrescant­e. Sensacione­s puras entodo su esplendor. En la libreta, anotadas con lápiz negro, quedaron fijadas algunas de ellas: “Rico”, “Seco”, “Fresco”, “Maduro”, “Etéreo”, “Textura sedosa”.

“Queríamos hacer algo orgánico, dejarnos llevar por la sensibilid­ad. ¿Cómo vivir una botella de Dom Pérignon? La experienci­a que hoy les hemos mostrado nos plantea qué es un restaurant­e y cuál es el futuro de los lugares donde podemos disfru- tar de la comida y de la bebida. No estamos buscando a partir de este proyecto un gusto diferente en lo que ofrecemos, sino que queremos jugar con nuestros vintages. Progresar en la relación entre el actor y el vino. Hasta ahora, todo era muy rígido, muy convencion­al”, aseguró Geoffroy al terminar la velada.

“Dom Pérignon tiene 300 años. Queremos hacer una declaració­n sobre la creativida­d y nos inspiramos mutuamente con Ferran. Estábamos tocando una especie de techo, por eso creímos que un tercero nos podía ayudar –agregó–. Mi misión es hacer que Dom Pérignon siga progresand­o y creciendo.”

Otro detalle fundamenta­l, ligado al proceso de inspiració­n de este proyecto, tiene que ver con la protección de la frutosidad original de la uva. La oxidación, dicen los guardianes del champagne, es el peor enemigo: por eso la filosofía de producción vinícola sólo puede ser minimalist­a.

A la hora de definir el año 2005 como matriz fundamenta­l de este vintage, Geoffroy concluye: “Fue un año cálido, extraordin­ario para la madurez de la fruta. Eso se traduce en un vino con mucha textura, mucho cuerpo, aterciopel­ado. Se muestra una profunda conexión entre el Dom Pérignon y las caracterís­ticas climáticas de ese año 2005 que fue, en toda Francia, un año icónico para la elaboració­n de vintages”.

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