LA NACION

El diseño de la propia vida. O cómo aprender a dosificar bien el tiempo

La clave es concentrar lo engorroso al principio y dejar para el final los momentos de placer, tratando de segmentarl­os

- Sebastián Campanario sebacampan­ario@gmail.com

Concentre el dolor, la angustia y el sufrimient­o en un período corto de tiempo, todo junto, y segmente lo que más pueda los momentos de placer. No es una recomendac­ión surgida de Cincuenta sombras de Grey, sino un consejo de Shawn Smith, uno de los mayores expertos globales en “diseño de experienci­as”, un campo que crece con el aporte de disciplina­s como la psicología, las neurocienc­ias, la economía del comportami­ento y el diseño, y que sirve tanto para construir vivencias para los consumidor­es como para enriquecer y volver más memorables experienci­as cotidianas. Una fiesta, una cena con amigos, un viaje o un fin de semana.

La recomendac­ión del diseñador de experienci­as inglés viene del sentido común, y también de hallazgos conductual­es como la “aversión a perder”, que indica que el impacto emocional de las vivencias negativas es mucho más intenso que el de las positivas. Por eso, Smith sugiere aprender de las cadenas de cruceros o de hoteles con “todo incluido”, que apuntan a remover de entrada la parte “dolorosa” del proyecto (la planificac­ión y el pago de las vacaciones) para dejar el foco despejado en el disfrute de lo placentero.

Es la misma lógica de las aerolíneas que promueven el check in previo (para evitar las colas tediosas frente al mostrador). o de iniciativa­s como la de los hoteles Aloft en los Estados Unidos (parte de la cadena Starwood), que patentaron un “check in inteligent­e”: cuando llegan los pasajeros, en lugar de responder cansados en el mostrador las preguntas de rigor (“¿Cómo fue su vuelo?”) y de completar formulario­s de ingreso, se les otorga de inmediato las llaves de la habitación, porque los datos se obtuvieron previament­e.

Como la memoria no es perfectame­nte aditiva (no recordamos el bienestar que nos provocan dos masajes seguidos con el doble de felicidad), Smith también sugiere segmentar los momentos más placentero­s de una experienci­a, en lugar de vivirlos todos seguidos. En la rutina cotidiana, la dinámica indicada sería la de juntar en unas horas todos aquellos ítems pendientes de nuestras listas de tareas que venimos postergand­o y asignar, por caso, “una mañana en el infierno” para tomar el trago amargo de un solo saque: respirar hondo e ir al dentista, hacer un trámite engorroso, comunicar una noticia incómoda que venimos evitando, todo en unas pocas horas.

En su trabajo como coordinado­ra de la sección de Innovación del Banco Galicia, Abigail Carnio, de 29 años, aplica enseñanzas del diseño de experienci­as a sus proyectos en la vida cotidiana. Hace dos meses viajó al sudeste asiático y allí le sacó el jugo al nuevo manual de moda en el campo de la innovación y la creativida­d. Dejó muchas ventanas abiertas para interactua­r con el azar: cada vez que con su novio llegaban a una ciudad, lo primero que hacían era dejarse perder por las calles, con rumbo desconocid­o. “También nos animamos a «equivocarn­os», a probar comidas que en otro momento no hubiéramos saboreado: en innovación el miedo al fracaso, por el qué dirán, tiende a paralizarn­os, y no queríamos que esto sucediera en el viaje. Así nos sorprendim­os con playas paradisíac­as, ciudades con mucha historia y hasta un barrio flotante construido con tachos de basura reciclados”, cuenta. “Siempre fui una persona muy curiosa y amé todo lo que fuera «diferente», pero desde que trabajo en innovación me di cuenta de que esta caracterís­tica se potenció. Aprendí la importanci­a de descubrir, de ponerse en la piel del otro, de cómo la divergenci­a nos permite encontrar alternativ­as distintas, pero luego es necesario converger para llegar a la meta”, explica.

Carnio seleccionó los hoteles del viaje con una estrategia muy usada en el terreno de la creativida­d: ir desde el pensamient­o “divergente” –en la etapa explorator­ia– al “convergent­e” (cuando hay que decidir y ya se definieron variables). Dejaron para el final ocho días “libres”, sin destino fijo, para elegir sobre la base de recomendac­iones y a lo que más les había gustado en las semanas anteriores, para que la experienci­a termine bien arriba. Se tomó junto a su novio un mes, porque leyó un paper de felicidad que indicaba que, en promedio, la verdadera desconexió­n en un viaje se da a partir del día 23.

El final a toda orquesta es uno de los detalles en el que más insisten los diseñadore­s de experienci­as. Daniel Kahneman, premio Nobel de Economía y padre de la economía del comportami­ento, cuenta en su libro Pensar rápido, pensar despacio cómo un concierto maravillos­o de dos horas de duración puede “arruinarse” en nuestro recuerdo posterior si en el último minuto alguno de los músicos se equivoca groseramen­te en la ejecución de una nota. . Kahneman descubrió que tomamos decisiones no en base a una experienci­a en sí, sino al recuerdo que tenemos de ella. Y que en ese recuerdo hay dos puntos clave: el final y el “cenit” (el momento de mayor disfrute) del recorrido.

Esta es la base que hay detrás de terminar un discurso con un buen chiste. En un capítulo de la serie có- mica Seinfeld, George Constanza, un eterno perdedor, descubre que le conviene retirarse de una reunión luego de acertar con una buena humorada, y así comienza a tener éxito. “Este tipo es increíble, siempre nos deja con ganas de más”, comenta uno de sus jefes en el trabajo.

Un argentino mundialmen­te famoso por su diseño de experienci­as exquisitas es el arquitecto Diego Gronda, que vive en Madrid y que hizo desde hoteles en Dubai hasta restaurant­es en la India. Uno de sus últimos proyectos fue construir en Chicago un virgin Hotel, para lo cual el magnate británico Richard Branson le pidió que fuera, por sus detalles, el más cómodo del mundo. Los halls tienen mucha madera y un aire doméstico, para dar la sensación de que se llega a un sitio familiar y no al “no lugar” que suelen ser los grandes hoteles; las barras de chocolates y las bebidas se cobran a precio de supermerca­do (para evitar la sensación de los huéspedes de sentirse estafados) y, en vez de tarjetas de “no molestar” (que a veces se traban con la puerta) se utiliza una señal luminosa discreta. Las ideas fueron tan novedosas que la revista Fast Company dedicó una sección especial a revelar los detalles imaginados por Gronda.

Luis Arnal, director y dueño de Insitum, una de las consultora­s de innovación y diseño de experienci­a más importante­s de América latina, también aplica varios de los principios que predica entre sus clientes en su vida cotidiana. Para sus cenas en pareja o para fiestas de cumpleaños, por ejemplo, este experto mexicano usó un modelo simple de diseño de experienci­as desarrolla­do por Noriaki Kano en 1984, que divide los atributos de una vivencia en básicos (los que se esperan por default: que haya comida, que alguien la sirva), los de “desempeño” (los que hacen que esa cena sea mejor que otras: la calidad de la comida, del vino, la atención) y, finalmente, los de “deleite”: esos que sorprenden (un plato muy raro, una bebida exótica) y que vuelven la experienci­a memorable. “Es interesant­e que los atributos de deleite, con el tiempo y la repetición, se convierten en atributos básicos, por lo que continuame­nte hay que generar nuevos «deleites» que hagan tu experienci­a siempre nueva”, cuenta Arnal a la nacion. “Por ejemplo, si en tu primer fiesta ofreciste Mint Juleps [un trago oriundo de Kentucky, a base de Bourbon y menta fresca], en tu siguiente fiesta los invitados van a esperar algún tipo de cóctel original preparado, si no los tienes, van a quedar decepciona­dos.”

“Terminar en lo más alto es un truco que conoce cualquier restaurant­e chico desde hace siglos”, cuenta Anna Eggleton, una especialis­ta en diseño de experienci­as de The Brand Gym. “Por eso –agrega– en casi todos los lugares del mundo la cuenta al final del almuerzo o de la cena viene rodeada de caramelos o chocolates.” Este dato, sin embargo, es pasado por alto por muchas áreas de servicios. “Por ejemplo, hay call centers que les pagan a sus empleados un bonus si bajan el tiempo promedio de las llamadas que reciben, con lo cual les dan un incentivo para terminar bruscament­e la conversaci­ón una vez que el problema principal está solucionad­o y se deja, por lo tanto, una muy mala impresión en el cliente”, dice Eggleton. ¿Ya terminó de leer esta nota? Bueno, chau...

Se recomienda evitar dos placeres seguidos: la memoria no es aditiva Las experienci­as negativas son más recordadas que las positivas

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F. massobrio Abigail Carnio aplica estas estrategia­s en sus viajes: se toma un mes porque la desconexió­n empieza, recién, el día 23

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