LA NACION

Javier Daulte. “Yo no voy al teatro para ser más culto ”

Director, dramaturgo y guionista, triunfa con la obra Venus en piel; perfil de un hombre con el que todos los actores quieren trabajar

- Texto Silvina Ajmat | Foto Paula Salischike­r

Hay un hombre sentado en un bar al que todos saludan. Es morocho, viste camisa y campera oscura. Cada tanto, mira su celular. Una mujer rubia se detiene ante él, le hace unas preguntas y se aleja, prometiend­o verlo “en un rato”. Es Gloria Carrá. Y el hombre es su director, Javier Daulte.

“En un rato”, tendrán el sexto ensayo de Red Carpet, una obra de Neil LaBute que a fines de junio subirá a escena con Carrá, Joaquín Furriel y Muriel Santa Ana. El bar del Paseo La Plaza, donde ahora se presenta el último éxito de Daulte, Venus en piel, protagoniz­ada por Carla Peterson y Juan Minujín, es un lugar concurrido, lleno de actores que lo reconocen al instante. Es que Daulte es el director, dramaturgo y guionista con el que todos quieren trabajar: lo que toca se convierte en oro. ¿Ejemplos? Ace de Oro 2012, Konex de Platino al mejor director de la década 2001-2010, premios con cada estreno (Baraka, Lluvia constante, Un dios salvaje, por nombrar algunos del circuito comercial, aunque también tiene creaciones en el alternativ­o), ficciones de tele (Para vestir santos, Fiscales, Tiempos compulsivo­s)y mucho más. Apenas un puñado en la enorme producción de este artista que no reniega de ningún formato, puede vivir sin televisión, es fan de Steven Spielberg y considera el libro El cine según Hitchcock, de François Truffaut, un manual que todo director debe tener a mano. Es, también, padre de Agustín, de 20 años, que decidió seguir sus pasos: estudia en el Iuna y ya actuó en una obra. Una persona que Daulte define como su “punto débil”, más allá de cualquier obra. –¿Te cambió en algo la vida a partir de la paternidad? –Me cambió mucho. Me hizo ser muy claro respecto de mis deseos. En ese momento [cuando nació Agustín], yo había hecho un programa de televisión, Fiscales, y me ofrecieron hacer otro y dije que no. Me di cuenta de que si yo aceptaba era por la plata, y no quería tener que contarle a mi hijo el día de mañana que hice algo que no me gustaba para poder mantenerlo a él. Quería que él viera que en la vida uno puede apostar a lo que uno quiere y no lo que necesita. –Tus actores suelen destacar el buen clima de trabajo en tus elencos. ¿Cómo generás ese contexto? –Desde el primer día, nos ponemos de pie. No hago lectura del texto. Trato de romper ese primer miedo de empezar a moverse. Porque todos tenemos muchas preguntas y pocas respuestas. Trato de ser muy preciso. Me gusta trabajar con el actor, no que el actor trabaje para mí. Me interesa que todos tengamos ganas de ir a trabajar. Trato de ser muy cuidadoso: el actor cuando ensaya, está expuesto en sus insegurida­des, miedos, vacilacion­es… –¿El director hace las veces de psicólogo y líder? –Y… No se trata solamente de saber de teatro y de lo que uno quiere ver sobre el escenario, sino de conducir un grupo. Es El Flautista de Hamelín: hay que seguir, aunque estés yendo al abismo. –Solés decir que el teatro no tiene que “servir para algo”. ¿Cómo se manifiesta esta idea en tu trabajo? –Yo creo que el teatro es una experienci­a de goce. Obviamente, nosotros queremos que la gente lo considere importante y necesario, pero no lo es. Nos confundimo­s y creemos que el buen arte tiene que ver con los contenidos. Yo no voy al teatro para ser más culto: voy a que me encante. Es una experienci­a de goce, como lo es ver un cuadro maravillos­o, el Guernica o Las Meninas, donde interviene­n los sentimient­os, me conmueven, me impactan, se me clavan en las retinas. Creo que la calidad artística no pasa por los contenidos. Yo sé que mucha gente se enoja con estas cosas que yo digo, esto no quiere decir que yo esté frivolizan­do y quitándole­s mérito a los contenidos, pero si el arte no fuera una experienci­a de goce, no importa qué contenidos tenga. Si logro tener al espectador en la palma de la mano, después vemos qué contenidos. Primero tengo que hipnotizar­te. La relación con el arte se parece a la relación con el amor. A uno le pasan cosas que no puede explicar. –Tenés muy estudiado al espectador… ¿podrías definirlo? –Pienso mucho en el espectador, pero pienso en mí. Hago el teatro que a mí me gusta ver. Lo que más me importa es que me guste a mí. Trato de ser fiel a eso. Porque me importa esta experienci­a de goce. No creo ni me gusta pensar en qué es lo que el espectador quiere. El espectador no sabe lo que quiere. No quiero sobreestim­ar ni subestimar­lo; que no me tomen por tonto ni tampoco crean que soy Borges. –Ganaste los premios más prestigios­os del ámbito cultural argentino. ¿Qué significan esas estatuilla­s para vos? ¿Las tenés en una vitrina especial? –Hay un estantecit­o… Algunos me importan muchísimo, otros poco y otros nada. Me encanta recibir premios, como a todo el mundo. Hay que saber que pueden ser merecidos, pero también es la opinión de la gente, y hay que saber que no es un valor absoluto. Es una especie de confirmaci­ón. Es un halago, una muestra de cariño, así uno lo tiene que recibir. Si yo diera un premio, yo querría que el premiado se alegre de recibirlo, no me gustaría que no le importase. –¿El éxito es el reconocimi­ento?

–Que la gente te diga algo, que te dé una confirmaci­ón, aplaca un poco al monstruo de la insegurida­d que todos tenemos. Pero el verdadero éxito es proponerse algo y hacerlo. Tiene que ver con uno mismo, con poder no ceder frente a las propias neurosis y ser consecuent­e con lo que uno quiere hacer. –Pensando en el arte como búsqueda de trascenden­cia, ¿hay algo por lo que te gustaría que te recuerden? –Un texto escrito puede vivir más que la persona que lo escribió y uno puede pensar que ahí hay algo de trascenden­cia. No sé qué se va a decir de los que hacemos teatro ahora dentro de 200 años. Somos todos parte de una comunidad y lo otro es tan azaroso que si nos preocupamo­s por la trascenden­cia, por querer ser eternos, es una especie de locura, de ataque de omnipotenc­ia que es muy dañino. En todas las películas, el que quiere trascender es el malo, el diabólico. –Después de tanto camino, ¿qué deseos te quedan por cumplir? –Muchísimos, si no qué haríamos. Me gustaría trabajar con Javier Bardem. Sin dudas, cuando uno tiene un hijo y ya el hijo crece, los sueños de uno pasan a ser los sueños del hijo. Que mi hijo cumpla sus sueños, ése sería mi sueño.

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