Kicillof, una piedra en el zapato de Scioli
La charla llevaba casi una hora y el acuerdo parecía inminente. De pronto, Armando Cavalieri sorprendió a sus interlocutores, los empresarios Carlos de la Vega y Osvaldo Cornide, con un requisito adicional en la paritaria. Era la tarde de anteayer en la sede de la Cámara de Comercio, que conduce De la Vega, y el líder del sindicato mercantil venía contando que, dos días antes, desde el despacho de Axel Kicillof, había participado de una larga conversación telefónica con Cristina Kirchner. No hay nada como mirarse a la cara en una negociación. Con el ministro de Economía mudo, Cavalieri había propuesto un aumento salarial de 28%, la Presidenta retrucó con un 26% y acordaron finalmente en 27%. Era la paritaria cerrada. Pero anteayer, delante de Cornide y De la Vega, luego de mostrarse satisfecho con ese 27% (un 17% retroactivo para abril y otro 10% en noviembre, más 1500 pesos no remunerativos en un mes por convenir), sacó la carta nueva: 100 pesos extra que las cámaras deberían descontarles a los trabajadores todos los meses para la obra social. Una picardía sindical de casi 80 millones anuales: que sean los empleados los que compensen parte de la eterna deuda que el Gobierno tiene con los gremios.
Los dos empresarios se opusieron. Dijeron estar dispuestos a aceptar la nueva medida sólo durante dos meses, pero no más porque, recordaron, ese esquema siempre ha supuesto un enorme problema para las pymes. Pasó en otros años. Como los trabajadores se resisten al descuento, son los propietarios los que terminan optando por evitar conflictos y pagar esos 100 pesos mensuales.
El encuentro duró dos horas y terminó en la nada. El desenlace de ésa y otras paritarias, como la que llevan adelante en estos días los metalúrgicos, signarán parte de la despedida del Gobierno y, en especial, la de Kicillof, a quien la Presidenta le encomendó esta tarea que hasta el año pasado hacía Julio De Vido. De aquí a las elecciones de octubre, el ministro de Economía empezará entonces a pisar sobre ese terreno fangoso. Está en juego, además de una pauta salarial razonable que no socave el nivel de empleo, el rol que Kicillof tendrá en el plan de Daniel Scioli para asegurar lo que cantan los militantes en los actos: “Para el proyecto, la reelección”. No es el mismo Scioli de hace unos meses: es el que encabeza las encuestas y que muestra en estos días, según testigos, ínfulas de armador. Para el Gobierno, el Scioli menos confiable. Los recelos son mutuos. “Y… Kicillof no es Lavagna”, dijeron en La Plata al ser consultados sobre la posibilidad de que el economista los acompañara en la fórmula presidencial. Es probable que, si nadie propone caminos intermedios como el cargo de diputado o senador, Kicillof sea la primera prueba de lealtad el día después de un eventual triunfo.
Desde la óptica del kirchnerismo, esa encrucijada puede extenderse a otras candidaturas, como la de gobernador de la provincia de Buenos Aires. Porque, si bien desde La Cámpora prefieren allí a un experimentado como Aníbal Fernández para sumar intendentes prestos a abandonar a Sergio Massa, cuatro encuestadores contratados por una multinacional pusieron a varios sciolistas en estado de alerta. Según esos sondeos, ningún candidato a gobernador le sumaría un solo voto a Scioli, pero hay uno solo que podría restarle: Aníbal Fernández. Escudriñar las secretas razones por las cuales parte del PJ lo prefiere de todos modos podría ser un gran ejercicio para asomarse al lado menos idealista de la política.
Kicillof transita, en cambio, el camino opuesto al del jefe de Gabinete: debe darles a los bonaerenses por lo menos una razón para convencerlos más allá de la presión de la Presidenta, que anteayer volvió a reivindicarlo públicamente exaltando virtudes que en la Argentina se han vuelto tesoros escondidos. “Lo atacan porque no lo pueden comprar”, dijo la jefa. Pero el PJ clásico no es el kirchnerismo y, más allá de las cuestiones ideológicas, valora resultados. Ahí sí, entonces, la gestión del ministro con gremios y empresarios vuelve a ser gravitante.
Si se atiende a esa lógica, el sindicalismo no le ha hecho hasta el momento a Kicillof excesivos favores. Todo lo contrario: Hugo Moyano y Luis Barrionuevo aprovecharon el recrudecimiento de la postura salarial del Gobierno para ponerle fecha a una protesta masiva de 36 horas que arrancaría el 10 del mes próximo con una movilización a media tarde para seguir con un paro.
Llegar a un entendimiento no será sencillo para ninguna de las partes. Cada dirigente arriesgará en la protesta su futuro personal. Por ejemplo, Omar Maturano, secretario general de La Fraternidad y ex aliado de la Casa Rosada, fantasea con conducir la CGT mostrándose más duro que hace unos meses. “Quiere ser hoy el Moyano de los 90”, sonrieron con ironía en otro gremio. A dirigentes con un pasado afín, como José Luis Lingeri, los inquieta además el resultado de octubre, que podría afectar emprendimientos personales como la gestión en Agua y Saneamiento (AySA). Al día siguiente de las elecciones internas en la Capital Federal, en algún lugar del conurbano alquilado para la ocasión, el conductor del Sindicato del Gran Buenos Aires de Trabajadores de Obras Sanitarias reunió a un puñado de integrantes del gremio y, con Carlos Ben, presidente de AySA, advirtió que el primer objetivo después de las elecciones debería ser defender los intereses de la compañía. La conclusión fue ambivalente: si bien una eventual privatización de Macri podría emerger como primera amenaza, la gestión de Scioli en la provincia tampoco augura una administración para ilusionarse.
El más comprometido de todos ellos es, con todo, Antonio Caló, líder de la CGT. Hace unos días, en Tecnópolis, el jefe de la UOM le transmitió su ansiedad a Héctor Méndez, líder de la Unión Industrial Argentina (UIA). “Si no consigo nada, me la van a cobrar”, se sinceró. Su principal problema es que Méndez podría recitar la misma frase, idéntica, del otro lado del mostrador. “Tengo a la UIA pacificada y alineada”, le garantizó hace semanas el empresario a Kicillof por mensaje de texto. Un respaldo en medio de las negociaciones que el ministro de Economía haría mal en esperar de Scioli. “Es un problema entre Caló y el Gobierno, no nos vamos a meter”, dicen en la gobernación.
Un purista de la fidelidad política podría definir esta prescindencia como una doble traición del gobernador. Hacia Caló, porque el metalúrgico fue el primer líder sindical en respaldar su candidatura presidencial. Y hacia Kicillof, responsable de la paritaria, que viste su misma camiseta.
A falta de ayuda, el ministro debería agradecer en cambio este curso acelerado de lealtad peronista.©