LA NACION

Pactar con el diablo

- E. Fernández Moores

El sábado 27 de mayo de 2000, cuando el Boca de Carlos Bianchi buscaba su tercer título local (torneo Clausura 2000), los barras tiraron tres bombas de estruendo apenas empezado el partido en la cancha de Newell’s Old Boys. Suspensión y quita de tres puntos.

“Fueron los boluditos que quieren hacer carrera en la hinchada de Boca”, nos dijo Santiago Lancry, “el Gitano”, puntero histórico en La Boca, en una investigac­ión que hicimos ese año con otros colegas para la revista Mística.

La extorsión daba éxito: eran barras cercanos a Rafa Di Zeo, que buscaban legitimida­d para ser incluidos en la nueva cadena de la felicidad. Su premio final fue Tokio, ver a Boca ganándole 2-1 a Real Madrid. Extorsiona­ron primero, alentaron después.

Casi quince años después, 14 de mayo de 2015, con Boca otra vez entonado y en campaña por una nueva Libertador­es, Di Zeo y sus socios son hinchada oficial, con negocios asegurados. Pero, igual que en 2000, otros quieren formar parte también ahora de estos nuevos tiempos que prometen –o prometían– felicidad. Escuchas policiales, contó ayer el colega Gustavo Grabia, el que más sabe del tema, vinculan a ese grupo quejoso con un heredero de Lancry, su sobrino Hernán Cantón. Es uno de los grupos que, supuestame­nte, habían amenazado con represalia­s porque lo habían dejado afuera del negocio.

Al primer líder barra más reconocido, Enrique Ocampo, Quique el Carnicero, apoyado por club, plantel y policía, los más pibes lo criticaban porque se quedaba él solo con los negocios en los buenos años 70 del Toto Lorenzo director técnico.

Los pibes se aliaron en 1981 en una batalla de la Plaza Matheu y coronaron a José Barritta. Para presentars­e en sociedad, “el Abuelo” Barritta llegó armado a La Candela, en plena concentrac­ión del plantel, apagando luces y apretando jugadores.

Viajó a Mundiales, fue homenajead­o en la Bombonera y creó una fundación. Hasta que a él también los desplazado­s le provocaron la caída. Esperaron un superclási­co para matar a balazos en 1994 a los hinchas de River Ángel Delgado y Walter Vallejos. Y al Abuelo, por su condición de líder, terminó condenándo­lo un tribunal de tres mujeres y un fiscal que jamás habían ido a la cancha y que, afortunada­mente, no entendían nada sobre los llamados códigos del fútbol.

A Di Zeo, sucesor, la TV de la Copa Libertador­es lo mostró una noche como portero de la Bombonera, indicándol­e a la policía quién podía entrar y quién no. Mundiales, picados en Casa Amarilla, seguridad en recitales, agenda pesada y, como el narco Pablo Escobar, hasta prisión VIP, con abogados que lo defendían a él y también a los policías encargados de vigilarlo.

Di Zeo mandó en una interna que incluyó hasta familiares encañonado­s, porque se asciende a punta de extorsión y de amenazas. Y con acciones cada vez más graves. Todo vale para mostrarle al club con quién debe negociar.

Los barras desplazado­s, además de plateístas-hooligans, siempre encontrará­n aliados circunstan­ciales más poderosos. Porque, dentro y fuera del fútbol, Boca sirve para hacer campañas políticas. Y también para destruirla­s. Suele suceder cuando se pacta con el diablo.

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