Gaseados y desamparados
Miedo. Para todos y todas. La semana que comenzó con los tres principales candidatos a la presidencia hablando y bailando sin complejos para ganar votos se cerró con los mismos tres al borde de la mudez para no perderlos. Si Elisa Carrió, Margarita Stolbizer, Ernesto Sanz y Florencio Randazzo reaccionaron en cuestión de minutos, Mauricio Macri y Sergio Massa callaron hasta el final del viernes. Daniel Scioli no habló. Hacerlo es un riesgo para la campaña: ése era el gran temor de los asesores de los tres desde el mismo momento en que el caos ganó la Bombonera.
Muy diferente de aquel lunes con Marcelo Tinelli en el que Macri, Massa y Scioli bailaron, revelaron intimidades, aceptaron obedientes que se burlaran de sus defectos e incluso imploraron al conductor que se presente para la presidencia de la AFA. Esa noche sí convenía hablar. El jueves, no. No importa si a los tres el fútbol y el deporte los ayudó a llegar al lugar en el que están. No importa si el fútbol es, a la vez, una de las grandes fuentes de alegrías y problemas del país que quieren gobernar.
Tinelli tampoco habló. Esperar que lo hiciera tenía cierta lógica: es, al fin y al cabo, vicepresidente de un club importante, también el hombre que quiere mandar en el fútbol argentino antes de que termine el año. No habló en público, aunque en off su análisis fue demoledor.
Entre las conversaciones del viernes posabsurdo circuló una frase: “El presidente de la AFA estuvo inubicable”. Cuando por fin se lo encontró, Luis Segura tampoco aportó mucho: “El fútbol tendrá parte de su culpa, pero si hay una responsabilidad que no tenemos es la seguridad”. Dentro de unos días Segura estará en Zurich. Joseph Blatter le preguntará por esas imágenes que dieron la vuelta al mundo. Quizás hasta entonces encuentre una explicación más sólida.
También necesita tiempo el secretario de Seguridad, Sergio Berni, que siempre se apresura a poner la cara aunque eso no necesariamente alcance. Fue la noche en la que compartió dos “verdades”: no hubo bengalas en la Bombonera y “los cacheos son cacheos”.
Tiempo, demasiado, necesitó Darío Herrera, el árbitro que dirigió el partido con personalidad y que después no supo qué hacer ante una noche que lo desbordó. “Tranquilidad”, repetía Herrera. No la tenía y no le llegaba de Roger Bello, ese veedor de la Conmebol pegado a un teléfono del que esperaba que el alivio de una orden.
Tampoco encontraba la medida la televisión. Desde el comentario de que el árbitro debería cambiar las camisetas de varios jugadores de River (“están manchadas”), hasta la insistencia en especular acerca de cuándo continuaría un partido que era evidente que había acabado para siempre.
Y los jugadores de Boca... Daniel Osvaldo –quizá por un pasado europeo que le demostró que se puede vivir de otra manera– mostró sensibilidad con Leonardo Ponzio, pero hasta ahí llegó. ¿Por qué fue tan tibio anteanoche Daniel Angelici? ¿Qué le pasó a Rodolfo Arruabarrena? ¿Por qué rendirse ante la especulación ventajista de Agustín Orion y Fernando Gago? ¿Por qué no apoyar a los colegas, abrazarlos y salir con ellos de la cancha para clausurar por siempre un partido que puede envenenar por décadas al fútbol argentino? Quizá por miedo. Ellos, al igual que candidatos, autoridades y periodistas, tienen miedo. Y la gente, gaseada y desamparada, también.