Es más que una guerra, es fútbol
Es la madrugada. Sólo el silencio transita una avenida semidesierta. Una decena de motos que avanzan en zigzag a gran velocidad, sirenas que aturden y luces enceguecedoras, de repente, alteran la solitaria espera en Figueroa Alcorta. Las miradas amenazantes, los gestos agresivos que parten desde las motos, intimidan a quienes el rojo del semáforo detuvo allí.
Son las 2.30. Lo más parecido a un comando antiterrorista bloquea el cruce por La Pampa. El ruido se intensifica. Se ve venir una caravana de patrulleros y móviles policiales. Más sirenas, más luces. Parecen dispuestos a pasar por encima de todo. Forman parte de un ejército de 1300 efectivos que escapó del horror de la Bombonera.
Un helicóptero sobrevuela la zona. Proyecta sus reflectores en busca de un enemigo invisible. No está allí. Casi no hay nadie en la calle. El objetivo sí está cerca. El rescate está por concluir con éxito. Faltan cuadras para arribar al búnker.
El grupo no llega completo al campamento. Ponzio, Kranevitter, Vangioni y Funes Mori, más de tres horas después de la agresión con sustancias químicas, reciben atención médica. Tienen quemaduras de primer grado y los ojos lastimados. Es la consecuencia de una emboscada, de una maniobra artera. Es el resultado de la complicidad con una mente enfermiza que imaginó estar en una trinchera. Ninguna mirada amenazante, ningún gesto agresivo hubo entonces. Sólo la pasividad de los efectivos desplegada en el escenario de un juego.
“Esto es más que una guerra, es un producto de la sociedad y lo generamos todos como país.” Tiene razón Ponzio. Es más que una guerra. El ataque aparece en cualquier lugar. Desde las plateas, ahora, los proyectiles vuelan sobre los jugadores que intentan el regreso a los vestuarios. La media noche ya quedó atrás. Esto es más que una guerra. Es fútbol argentino. Sigue en cualquier cancha.