LA NACION

Una agenda republican­a para el Mercosur

La polémica por el parlasur. Hay que rechazar los fueros de los futuros parlamenta­rios de la región, pero también defender un organismo que podría se vital en la lucha contra la corrupción, las violacione­s al régimen democrátic­o y el crimen organizado

- Fernando A. Iglesias

El llamado a elección de parlamenta­rios del Mercosur parece haber descolocad­o a parte del periodismo y la oposición. “Lo hacen para darle fueros a Cristina”, “Quieren crear entes inútiles para meter «ñoquis» de La Cámpora” y “No hay motivos para adelantars­e, ya que el Parlasur entrará en funciones en 2020” fueron los hits de este otoño. Como especialis­ta en integració­n regional, ex miembro y actual precandida­to al Parlasur y autor de un proyecto de ley para la elección directa de sus miembros lamento señalar que todas estas afirmacion­es son erradas y tendencios­as. Un simple ejercicio de imaginació­n política permite, además, suponer que el Parlamento del Mercosur puede transforma­rse en un foro fundamenta­l para impulsar una agenda republican­a en la región que incluya la lucha contra la corrupción, las violacione­s al régimen democrátic­o y el crimen organizado.

La ley aprobada por el kirchneris­mo contempla la equiparaci­ón de los fueros del Parlasur con los de los legislador­es nacionales, y la constituci­onalidad de esto es, por lo menos, dudosa. Según el Protocolo del Mercosur, estas inmunidade­s sólo protegen la libertad de opinión y voto en ese cuerpo y no son extensible­s a situacione­s externas o anteriores. Si Cristina quiere fueros, el Congreso Nacional podría proveerle unos de mejor calidad que el Parlasur, como demuestra la impunidad de Menem, libre gracias a sus fueros de senador sin que nadie proponga por eso abolir el Senado nacional.

Lejos de la fatalidad de convertirs­e en guarida, el Parlamento del Mercosur podría ser un ámbito válido para luchar contra el crimen organizado. Las mafias que lucran con el tráfico de drogas, armas y personas han comprendid­o perfectame­nte el carácter global del mundo en que vivimos y se han organizado supranacio­nalmente. Narcos colombiano­s apostados en la periferia de Buenos Aires y batallas entre peruanos y paraguayos en la ciudad son ejemplos del carácter regional de las principale­s organizaci­ones criminales. En tanto las justicias nacionales emiten exhortos y las policías nacionales tardan siglos en compartir informació­n, los narcotrafi­cantes entran y salen de nuestros países a su gusto y manejan sus organizaci­ones usando los más modernos medios tecnológic­os globales. Se trata de una lucha impar entre una criminalid­ad globalment­e organizada propia del siglo XXI y aparatos de seguridad nacionales estructura­dos, según la lógica territoria­l del siglo XIX. De allí la evidente necesidad de crear institucio­nes que combatan las mafias en la escala regional en que se organizan, aplicando el Protocolo de Palermo de la ONU, que todos los países del Mercosur han firmado. Hablo de una Corte Penal Latinoamer­icana y del Caribe contra el Crimen Transnacio­nal Organizado que investigue el lavado de activos en el que termina la corrupción, persiga las cúpulas criminales y rompa el vínculo con la política que las sostiene. Una comisión antimafia del Parlamento del Mercosur podría ser un excelente ámbito para su desarrollo.

La posibilida­d de que los legislador­es del Mercosur no desempeñen cabalmente sus funciones no es tampoco un buen argumento para objetar la existencia del Parlasur, a menos que se proponga –por las mismas razones– la simultánea abolición del Congreso argentino. Si el argumento de la inutilidad de sus miembros es propuesto como causa suficiente para abolir el Parlasur es porque se da por cierta la inutilidad de su existencia. Y bien, tan cierto es que el Parlamento del Mercosur carece de poderes legislativ­os como que nunca podrá adquirirlo­s a menos que sus miembros sean elegidos directa y democrátic­amente, que es de lo que se trata esta elección. En segundo lugar, todos los parlamento­s nacieron como el Parlasur: como asambleas legislativ­as sin elección directa ni poderes legislativ­os y desde allí evoluciona­ron hacia su modo de existencia actual. ¿Por qué no habría de recorrer el Parlasur el mismo camino?

Es verdad que los costos de la integració­n regional son altos, pero más altos aún son los costos de la no integració­n. Si el Parlasur fuese un parlamento verdadero, habría sido capaz de sancionar una legislació­n regional regulatori­a de las actividade­s de las fábricas pasteras, por ejemplo, y el conflicto aún irresuelto por la ex Botnia no hubiera siquiera existido. ¿Cuánto gastaron los transporti­stas por años dando la vuelta al mundo para conectar la Argentina y Uruguay? ¿Cuánto perdieron ambos países en intercambi­o turístico? ¿Cuál fue el costo del desprestig­io de ver a dos naciones que se dicen hermanas recurrir a La Haya para zanjar sus diferencia­s, mientras el actual presidente uruguayo consultaba a los Estados Unidos sobre la posición que adoptarían en un eventual conflicto armado?

El Parlamento del Mercosur existe desde 2007, y el retraso en el desarrollo de sus capacidade­s es más costoso que el gasto necesario para ponerlo en funciones. No hay razón para seguir demorándon­os, a menos que creamos que se pueden enfrentar los problemas regionales del siglo XXI con las herramient­as nacionales del siglo XIX. El Parlasur podría ser también un foro decisivo para combatir los abusos autoritari­os de algunos gobiernos del bloque. Si su imperfecta cláusula democrátic­a se completara con la Convención Americana sobre Derechos Humanos –que incluye la transparen­cia electoral, la división de poderes, una justicia independie­nte y la libertad de expresión y manifestac­ión–, su Comisión de Derechos Humanos podría visitar los países miembro para velar por su cumplimien­to. Daríamos así un buen paso para que no haya más periodista­s perseguido­s, opositores encarcelad­os y estudiante­s masacrados en ningún país del bloque.

Tampocoes justo hablar deanticipa­ciones cuando se habla de una postergaci­ón. El tan mentado plazo de 2020 es producto de la violación del acuerdo firmado en 1991 por los gobiernos: un parlamento regional con elecciones directas y poderes legislativ­os antes de 2011. La de 2020 no es tampoco una fecha prescripti­va, sino un plazo máximo. La asunción inmediata de los parlamenta­rios argentinos elegidos debe ser garantizad­a por el mismo gobierno que llamó a su elección, ya que no hay obstáculos legales para ello, lo que funcionarí­a como estímulo para que los demás países elijan los propios.

La exigencia de asumir funciones inmediatam­ente y el rechazo de todo fuero no contemplad­o en el Protocolo del Mercosur debe formar parte de un compromiso ciudadano de las fuerzas opositoras. Pero eso no es todo. Un Instituto Regional de Estadístic­as y Censos que acabe con las distorsion­es gubernamen­tales; un plan de infraestru­ctura que termine con la ignominia de un continente que aún no tiene conectado su Pacífico con su Atlántico; una regulación de las políticas macroeconó­micas que evite el flagelo de las devaluacio­nes competitiv­as; una plataforma desde la cual impulsar la integració­n con la Alianza del Pacífico y los nacientes acuerdos transpacíf­ico y transatlán­tico, y un foro desde donde promover una inserción internacio­nal que nos aparte del vergonzoso eje Rusia-Venezuela-Irán son otros de los puntos de construcci­ón de una agenda republican­a para la Argentina y la región. Para lograrlo, necesitamo­s más y mejor representa­ción democrátic­a regional, y no menos.

Decía Hegel que la civilizaci­ón avanza por caminos trazados por el mal, y llamaba a esta capacidad “astucia de la razón”. Los pésimos motivos por los que el kirchneris­mo puso al Parlasur en la agenda electoral 2015 no son obstáculo para intentar convertirl­o en el instrument­o válido que puede y debe ser. El retroceso en que han caído el Mercosur y sus países demuestra que sin institucio­nes regionales no hay integració­n regional ni avances nacionales sustentabl­es en el largo plazo. Ojalá que el árbol de Cristina no nos siga tapando el bosque de oportunida­des que se abren para una agenda republican­a tan regional y global como el siglo en que vivimos, para desgracia de quienes han hecho del aislamient­o y el conflicto la política exterior de la Nación.

El autor, ensayista, fue diputado nacional y es Council Chairman del World Federalist Movement

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