Entre la historia y la leyenda
Un libro de impronta familiar evoca la gloria de dos “ases” del turismo carretera; la memoria de la raíz hispánica, vigente en la Argentina
N o podía haberse elegido mejor lugar que el salón del último piso del Automóvil Club Argentino para presentar el libro Los Emiliozzi. De la historia a
la leyenda, de Irma Emiliozzi, hija de Torcuato y sobrina de Dante, los célebres y populares hermanos que marcaron la historia del automovilismo argentino, particularmente del turismo carretera.
Entre los presentadores, estaban directivos del Automóvil Club Argentino, representantes de la municipalidad de Olavarría, Juan Carlos Pérez Loiseau y los corredores Jorge Cupeiro y Carlos Marincovich. Mientras hablaban, en una pantalla se proyectaban noticieros de las décadas de 1950 y 1960. Al borde de la ruta, se reunían los habitantes de las ciudades y de los pueblos para ver correr a los Emiliozzi. Ellos llegaban a lugares muy aislados donde el paso de los “ases” del volante, como se los llamaba, era un acontecimiento que la población recordaría hasta el año siguiente, porque en esos parajes no ocurría nada memorable. Lo memorable era el dúo de hermanos a quienes veían apenas por unos segundos, cuando volaban por los caminos ante sus ojos.
Éste es el segundo libro que Irma dedica a la historia de su padre y de su tío. El primero, Los Emiliozzi: testimonios y recuerdos, es un álbum de la memoria, mientras que éste, al narrar la vida de los dos hermanos, ofrece un panorama del turismo de carretera y del significado que tuvo en su momento para la sociedad nacional. Ciento treinta y ocho fotografías ilustran aquellas peripecias. “Sin proponérselo, mi tío y mi padre contribuían a consolidar el federalismo”, dice la autora. Con su coche, la famosa Galera, como la habían bautizado los amigos, los Emiliozzi unían ciudades y pueblos apartados. La cupé Ford 39, modificada por el dúo con una inventiva de iluminados, vencía a los modelos más nuevos. Durante la presentación, un “tuerca” recordó lo que había dicho un periodista hace medio siglo: “Los Emiliozzi no compran velocidad, la fabrican”.
“Mi tío y papá eran mecánicos geniales, incorporaron reformas en la Galera, el Ford, con las que se adelantaron varios años a las innovaciones de la firma estadounidense.” El taller de los Emiliozzi en la calle Necochea era una especie de centro magnético para Olavarría. Todos estaban pendientes de ellos. No hace mucho, como si estuvieran vivos, conmocionaron una vez más a la comunidad. Fue cuando se inauguró el Museo Municipal Hermanos Emiliozzi en lo que fue el taller de la dupla. La joya más preciada de la nueva institución es, por supuesto, la Galera.
Irma Emiliozzi, cuya vocación es la investigación literaria (es autora de Francisco Ayala en La Nación), comentó el temor que la rondó durante la escritura de este libro de automovilismo: “No quería que la figura de mi padre, por ser mi padre, opacara a la de mi tío. Creo que el resultado es equilibrado”. En verdad, la inclinación literaria de Irma primó sobre el lazo paterno, porque su tío, el solitario, aparece en el relato envuelto en un clima de misterio que despierta mucha curiosidad. Dante era, en efecto, un hombre silencioso y el silencio siempre concentra la atención. Con ese silencio, quizá él compensara el lugar común de los relatores deportivos, que siempre hablaban del “rugido de los motores”.
Enrique Larreta, el autor de La gloria de Don Ramiro, como Gabriele D’Annunzio, construyó su personaje con empeño y tenacidad. La muestra Larreta
y la mise en scène del hispanismo, en el Museo del barrio de Belgrano que fue su casa, es una cabal demostración de ese esfuerzo. Alrededor de treinta fotos, cartas y manuscritos trazan un perfil del personaje y del escritor, La idea de la mise
en scène y de Larreta como un régisseur tiene su jugo: conviene recordar que Don Enrique fue autor de teatro y que dirigió una película, El linyera, basada en uno de sus textos dramáticos.
La exposición tiene cuatro ejes temáticos. El primero registra la actividad de Larreta como diplomático en Francia. Su condición de representante argentino, en una época en que la Argentina contaba en Europa, le permitió frecuentar el gran mundo de la Belle Époque. En una de las fotografías, se lo puede ver en el castillo de Bois Boudran, que pertenecía a una de las mujeres más hermosas, elegantes y asediadas de Francia, la condesa de Greffulhe, que le inspiró a Proust el personaje de la duquesa Oriane de Guermantes. Otro capítulo de la exposición es “La mise en scène”. Larreta temía que la inmigración, sobre todo la italiana, llevara al olvido de las raíces hispanas, por eso se preocupó por recrear escenarios en sus propiedades que evocaran a España. La casona de Belgrano, el Museo, es un ejemplo de esa inquietud y, sobre todo, de la vocación escenográfica del novelista. La estancia Acelain es, en ese sentido, el mayor logro de Larreta. El escritor no vivía ni paseaba por las calles de Ávila, su ciudad predilecta, pero podía hacer que en la pampa argentina surgiera una extensión alucinada de la Madre Patria. Ese proyecto hispanista se gestó temprana y lentamente. Ya en 1904, Larreta coleccionaba fotografías de iglesias jesuíticas cordobesas que tenían el “tono” buscado para sus residencias.
El tercer panel de la exhibición es “Amigos, maestros y discípulos”. Figuran allí dos amigos franceses de Larreta muy especiales: Maurice Barrès, el escritor y político francés, y Paul Groussac, el director de la Biblioteca Nacional, tan admirado posteriormente por Jorge Luis Borges. Entre las fotos de amistades, sorprende encontrar una de Rudyard Kipling. Por supuesto, también hay una de Manuel Mujica Lainez, al que podría considerarse como un epígono, claro que en este caso, el epígono, como escritor, superó al maestro.
“El álbum del viajero” es la última parte del recorrido. En una fotografía de 1915, Larreta aparece junto a Maurice Barrès visitando las trincheras de la Primera Guerra Mundial. En ese entonces, el argentino pensaba redactar una novela de guerra, un plan que sufrió modificaciones. Entre las cartas, hay una que llama la atención: la escritora Edith Wharton, otra escenógrafa a la manera de Larreta (se le debe un libro sobre arquitectura y decoración), le escribe a éste sobre La gloria de Don Ramiro.C