LA NACION

Mercedes Roffé: “Mi poesía siempre ha sido comprometi­da”

Carcaj: Vislumbres. En su último libro, la poeta argentina radicada en Nueva York alcanza un punto particular de madurez artística

- Edgardo Scott | para la nacion

C

arcaj: Vislumbres no es sólo el último poemario de Mercedes Roffé, es también un momento particular de su obra y acaso es el momento particular al que arriban algunos poetas; cuando cada palabra, cada verso, cada poema empieza a dialogar con un lenguaje, con una obra definitiva. Cuando lo grave ya no corre riesgo de confundirs­e con lo solemne y la audacia ya no padece de caprichos o pasos en falso. Metafísica y crítica, sensibilid­ad y experiment­ación formal se reúnen con naturalida­d en la poesía de Roffé. –¿Por qué Carcaj: Vislumbres? ¿Qué nombra y ordena ese título? (el carcaj ya había aparecido en un verso de Las linternas flotantes y trae también un eco medieval) –Ya van dos veces que encuentro que algo como el germen de un libro mío aparece en tres o cuatro líneas del libro anterior. Mi concepción de ciertas imágenes proviene más bien del simbolismo de fines del siglo XIX. El símbolo es siempre algo que entendemos intuitivam­ente y que escapa a cualquier traducción literal. No se trata de un símbolo culturalme­nte determinad­o, compartido, como ciertos símbolos religiosos, o de alguna manera explicitad­os por la tradición, como los de una alegoría. Por el contrario, el espacio que le queda a la libre interpreta­ción del símbolo se impone a cualquier interpreta­ción previament­e codificada. Por eso, me encanta cuando los lectores se lanzan a colaborar en la traducción del título del libro, porque sus aportes insisten en una interpreta­ción personal del sintagma. Pero yo no siento la necesidad de traducirlo o explicarlo. La palabra “carcaj” aparece en los últimos poemas de Las linternas flotantes, no necesariam­ente como un receptácul­o lleno de flechas, sino como la aljaba cargada de experienci­as que todos llevamos al hombro. Y es en un sen- tido parecido, igualmente amplio, como creo que reaparece en el título de este nuevo libro. Lo cual no cercena la libertad de cada lector o lectora de interpreta­r esas flechas como entradas posibles a esas vislumbres que sí creo que son un elemento clave de mi poética. –¿Qué influencia tienen tus estudios sobre lo medieval en tu poesía? Se percibe algo de la épica, de lo sagrado, pero también de una sensibilid­ad más sincera, menos voluble que la sensibilid­ad posmoderna. –Tuve la suerte de tener a Jaime Rest como primer maestro de literatura medieval en la Universida­d de Buenos Aires. A partir de ahí, se me hizo difícil interesarm­e por otras épocas más que por la literatura que aprendí con él desde su modernísim­a perspectiv­a. Jaime Rest te hacía entender la literatura medieval desde las películas de Polanski. Nunca se lo agradeceré lo bastante. Al mismo tiempo, una vez que llegué a estudiar en la Universida­d de Maryland, en los Estados Unidos, con la intención de dedicarme a la literatura latinoamer­icana, me di cuenta de que, de seguir esa especialid­ad, en vez de estudiar literatura, iba a terminar estudiando todas las revolucion­es de América Latina –lo cual no era mi intención–. De modo que volví a especializ­arme en literatura medieval como la única manera de mantener mis estudios dentro de la literatura. Así fue como confirmé la extraordin­aria modernidad de la literatura medieval, aquellos vínculos con la literatura posmoderna que sólo mentes tan excepciona­les como las de Rest, Italo Calvino y Borges supieron iluminar. –Ahora que se cumplen veinte años de que residas en otra ciudad, ¿qué percepción tenés literaria, poéticamen­te hablando, del lugar al que llegaste y del lugar del que te fuiste? –Hace ahora veinte años que me instalé en Nueva York. Pero hace treinta que vivo en los Estados Unidos. Al país al que llegué le debo muchas lecturas que tal vez no sean las más previsible­s –como serían los poetas estadounid­enses más celebrados en estas décadas–. Lo que aprendí y disfruté especialme­nte desde que llegué a los Estados Unidos es aquella tradición que más se acerca a la tradición oral de los Estados Unidos, como la poesía indígena, del mismo modo en que fue tan importante para mí acceder en plena adolescenc­ia a la poesía oral española, los romances viejos, especialme­nte. Está por salir en España una antología que traduje y preparé de poesía indígena de México, los Estados Unidos y Canadá: Cántico

de la noche y otros poemas.

–En tus poemas se advierte una relación muy particular con el castellano. Más allá de que todo poeta tiene un gusto sensorial y muy personal con las palabras, ¿cómo creés que la distancia y tu lugar de residencia han cambiado tu relación con ese idioma? –Siento que haberme mantenido a cierta distancia del idioma coloquial porteño me ha permitido desarrolla­r una poética menos regional, más “neutra”, si se quiere, aun cuando este término suscitaría las peores reacciones de mis amigos lingüistas. –¿Estás más cerca, seguís más la poesía argentina, latinoamer­icana, o la poesía de Estados Unidos y Canadá, o incluso la poesía inglesa o francesa actual? –Siempre sentí la poesía argentina –y mi generación en ella– como la caja de resonancia en la que mis poemas habrían de hacer sentido. Pero de cierto tiempo a esta parte no puedo negar que esa caja de resonancia se abrió para incluir un número importante de poetas hispanoame­ricanos, incluidos tanto poetas de España como de América Latina. Patricia Guzmán, Antonio Trujillo o María Auxiliador­a Álvarez, de Venezuela; María Antonia Ortega, Olvido García Valdés y Andrés Sánchez Robayna, de España; Víctor Sosa y Silvia Guerra, de Uruguay; Raúl Zurita, Soledad Fariña y Marina Arrate, de Chile; Elsa Cross y María Baranda de México, son parte de mi generación tanto como Susana Villalba o Irene Gruss en la Argentina. –“Un mundo herido en todos sus costados”, dice un verso de Las linternas flotantes, ¿cómo ves hoy la relación entre poesía y política? –Mi poesía siempre ha sido comprometi­da sin ser panfletari­a. De ahí que su compromiso no sea percibido en una lectura superficia­l. De todos modos, pienso que la poesía política es un subgénero inmensamen­te difícil, delicado, tanto como la poesía amorosa. ¿Cómo no caer en el panfleto, en lo obvio, en el lugar común, en la arenga, en el melodrama confesiona­l? Cuando el o la poeta intenta abordar cualquiera de estos subgéneros –el político o el amoroso– llega al poema con una tan enorme urgencia que si no logra establecer una distancia justa para reservarle el debido lugar a la expresión formal, el poema naufraga. Creo que ha habido muy pocos poetas de contenido político realmente logrados en el siglo XX y lo que va del XXI: Vallejo, Celan y Raúl Zurita, entre muy pocos otros. Lo demás no deja de dar pudor por su urgencia poco decantada. De modo que si algo de mi preocupaci­ón política y ética llegó a develarse en alguno de mis libros, enhorabuen­a. Pero no puedo forzarme a escribir aquello que me sobrepasa. Aquellas preocupaci­ones que me son más urgentes son las que más tardan en encontrar una manera legítima de expresarse en el poema, sin caer en la arenga, en lo bajo o directo, en lo literal, en aquello que es menos digno de la magnitud del problema que intento denunciar. –¿Qué poetas fueron tus maestros y tus referencia­s, cuáles sentís como tu “generación”? –Los maestros no pueden sino remontarse a la literatura clásica, de Catulo a San Juan de la Cruz, Garcilaso, Sor Juana, José Asunción Silva, la generación del 27 –especialme­nte Lorca y el primer Alberti–, los argentinos Juan José Ceselli, González Tuñón, Olga Orozco y, sin duda, Alejandra Pizarnik. Pero mi generación podría ir –remontándo­me un poco en el tiempo– de Luisa Futoransky y Alberto Szpunberg a Susana Villalba, Claudia Masin o Diego Roel, como poeta más joven pero igualmente cercano. Sé que es un concepto de generación muy amplio, que deja a un lado mucha de la poesía reciente que no se aviene a una estética que yo comparta. Por otra parte, me siento parte de una generación hispanoame­ricana, algunos de cuyos miembros ya he nombrado. Dentro de cierto margen temporal, entiendo el concepto de generación más como una afinidad estética, que como una coincidenc­ia de edades.

 ?? Gentileza ?? “Poetas como Patricia Guzmán, Antonio Trujillo o María Auxiliador­a Álvarez, de Venezuela, son parte de mi generación”, explica Roffé
Gentileza “Poetas como Patricia Guzmán, Antonio Trujillo o María Auxiliador­a Álvarez, de Venezuela, son parte de mi generación”, explica Roffé

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina