Sacude a españa una pelea en la familia real
El rey le quitó a su hermana el título y ordenó desmentirla cuando ella dijo que había renunciado voluntariamente
MADRID (De nuestro corresponsal).– La tensión en la Casa Real española ya no se puede esconder debajo de la alfombra. Luego de quitarle por decreto el ducado de Palma a su hermana Cristina, el rey Felipe VI ordenó desmentirla cuando la infanta alegó que había renunciado voluntariamente al título. En simultáneo, la Casa Real intensificó la presión sobre Cristina –imputada por delitos de corrupción– para que renuncie a sus derechos dinásticos.
MADRID.– Pocas veces las tensiones en la familia Borbón quedaron tan expuestas como en las últimas 24 horas. El rey Felipe VI no sólo le quitó por decreto el Ducado de Palma a su hermana Cristina, imputada por delitos de corrupción, sino que ordenó desmentirla cuando ella intentó alegar que había renunciado voluntariamente al título.
Dispuesto a demostrar que va en serio con su promesa de conducir “una Corona ejemplar”, el rey de España quiso subrayar que el decreto que recogía la revocación era un castigo dispuesto por él, como consecuencia de las acusaciones que pesan sobre la infanta y su esposo, Iñaki Urdangarin.
En simultáneo, la Casa Real intensificó la presión sobre Cristina para que renuncie a sus derechos dinásticos. Es un paso simbólico –figura sexta en la línea de sucesión del trono–, pero se considera decisivo para despegar al monarca del caso Nóos antes del juicio oral, previsto para 2016. Ese escándalo explica en gran medida el desprestigio de la monarquía que precipitó hace un año la abdicación de Juan Carlos I.
“Es una decisión que sólo ella puede tomar. Está en sus manos”, dijo una fuente oficial del Palacio de La Zarzuela, despojada de la cautela habitual para referirse a los conflictos en la familia. Trascendió que Felipe VI volvió a pedirle a Cristina que claudicara.
La aspereza entre los hermanos quedó al desnudo ayer a primera hora cuando la infanta quiso demostrar que había sido ella quien decidió devolver el Ducado de Palma que le había concedido su padre en 1997 como regalo de casamiento.
A través de su abogado, Miquel Roca, difundió una carta manuscrita fechada el 1º de junio en la que se declara inocente y le pide a su hermano que disponga las actuaciones necesarias para formalizar su “renuncia” al título.
La reacción de la Casa Real fue inmediata. Inusual y fulminante. A través de los canales oficiales de comunicación, ratificó que Felipe VI había tomado la decisión de revocar el ducado y que la carta de renuncia había llegado al palacio ayer, por correo electrónico, después de que el rey le comunicara a la infanta el castigo que había resuelto.
No pudo quedar más claro el malestar del monarca: la jugada de su hermana sonó a un desafío a su autoridad, una forma de restarle mérito al decreto. El texto de la controversia está escrito en tinta azul en cuatro hojas con el membrete del Ducado de Palma y datado en Ginebra, donde la infanta vive desde hace un año y medio con Urdangarin y los cuatro hijos de ambos.
“Cuando en los últimos tiempos, como consecuencia de las acusaciones infundadas dirigidas contra mi persona, he conocido iniciativas que ponían en cuestión la continuidad del título de Duquesa de Palma, lo he vivido con enorme disgusto e incomodidad”, dice.
Y sigue: “Después de una larga y dolorosa reflexión he llegado a la conclusión que debo manifestar a S.M. [Su Majestad] mi voluntad de renuncia al título, evitando así cualquier polémica que por razón de ello pudiera plantearse en la ciudad de Palma”.
Según Roca, la infanta quiso tomar ese camino “por respeto al título y a la Corona”. Explicó que a la mujer, que hoy cumple 50 años, le causaba “mucha pena” perder el ducado.
El rey llevaba tiempo esperando que la infanta lo ayudara con actos de renunciamiento a limpiar la imagen de la monarquía. Jamás llegaron. En los últimos días, su inquietud creció cuando Cristina pareció levantar el perfil público.
Aun cuando el diálogo entre ellos está casi roto desde el estallido del caso Nóos, Felipe invitó el mes pasado a su hermana –sin Urdangarin– a la fiesta reservada por el bautismo de la princesa Leonor, la heredera. Ella fue y filtró a la prensa su asistencia.
Esta semana reapareció en Madrid junto con sus padres, Juan Carlos y Sofía, en el funeral de Karam de Bulgaria. Resultó una presencia incómoda –muy buscada por los flashes– en una ceremonia en la que Felipe VI cumplía el papel de anfitrión de aristócratas de toda Europa.
Con el decreto publicado ayer, el rey hizo uno de sus golpes de efecto más sonados, justo cuando está a punto de cumplir el primer año en el cargo. Hay que remontarse a 1924 para encontrar un antecedente de revocación de un título nobiliario en España (cuando Alfonso XIII retiró la dignidad de infante a su primo Luis Fernando de Orleans por su vida disipada).
Era una medida extrema que Felipe VI hubiera preferido evitar por las consecuencias que tiene en la familia. Cristina cuenta con la protección de la reina Sofía, que ve injusta la situación cercana al destierro que vive su segunda hija. La infanta Elena también la apoya. Juan Carlos aprueba la firmeza de su hijo.
La infanta está imputada como cómplice de los delitos presuntamente cometidos por su esposo con la falsa ONG Instituto Nóos. A él la Justicia lo acusa de haberse apropiado de 6 millones de euros a través de contratos públicos inflados y obtenidos a dedo en Madrid, Valencia y las islas Baleares. Puede terminar preso.
El escándalo estalló en 2011 y ya aquel año Cristina y Urdangarin fueron apartados de las actividades de la Casa Real. Ella perdió después la asignación económica que recibía por su papel en la monarquía. Tuvo que vender su palacete de Barcelona. Vive lejos de España. Ya no es duquesa. Ahora sólo le quedan los derechos dinásticos, su último bastión de resistencia.