¡Auxilio! Se nos vienen los alemanes
Se sabe: Cristina dijo en Roma que la pobreza en el país no llega al 5%, y al día siguiente Aníbal agregó que Alemania tiene más pobres que nosotros. Lo que no sabe es el bolonqui internacional que se armó. El problema no fue lo de Aníbal. Como diría Pagni, se suele hablar encima. El problema fue Cristina, porque a ella sí se la toma en serio, en el país y en los grandes centros de poder. Así, al anunciar urbi et orbi que en la Argentina los pobres son una rareza en extinción no hizo más que desatar un tsunami de reacciones que van del interés genuino a la sospecha, de la envidia a la admiración. En la Cancillería ya no saben qué hacer. Misiones de todo el mundo quieren venir a ver cómo logramos derrotar un flagelo que tiene en vilo a la humanidad. Quieren conocer la fórmula. Claro: no hay más que un puñado de países, incluidos los más ricos, que lleguen a ese extraordinario 5%. Me llamó Timerman (¿se acuerdan? El canciller…) desesperado: “Carlos, please, ayudame: qué les mostramos, qué corno les decimos”.
Su voz trémula era un brutal contraste con las burlas y humoradas que siguieron en las redes sociales a las palabras de la Presidenta y de Aníbal. La tristemente célebre Dra. Alcira Pignata se hizo un festín en Twitter. Tuiteó o retuiteó una foto de un rancho miserable en el Chaco y un texto que decía: “Impenetrable, Selva Negra, Alemania”, y otra de un picado de chicos descalzos en una villa del GBA: “Selección de Alemania, campeón 2014”, y otra de uno de nuestros tantos trenes chocados: “Moderno tren bala ingresando a la terminal de Berlín”.
@coronelgonorrea, célebre también él por su acidez, escribió: “Merkel pregunta si no nos da vergüenza andar haciendo paros de la abundancia mientras ellos comen salteado”. Indignada, una hija mía me copió lo que había visto en Facebook: una convocatoria para juntar “alimentos no perecederos, frazadas y remedios que puedan ser enviados a Alemania, Dinamarca o algunos de esos países necesitados”. Y circuló un mail en el que se informaba que este año la colecta de Cáritas, que se hace hoy y mañana, se va a destinar “a países cuyos niveles de pobreza son peores que los nuestros”. Como ven, todo de pésimo gusto. Una verdadera bajeza: ahora que tenemos la pancita llena nos reímos del hambre de nuestros hermanos europeos.
Les voy a explicar por qué la Presidenta, que nunca habla de más, dijo lo que dijo. Como es sabido, el Indec dejó de informar hace dos años el índice de pobreza. Desde entonces, la oposición y los medios nos acusaban de silenciar la cifra para esconder que cada vez había más pobres. Y citaban investigaciones como la del observatorio de la Deuda Social de la UCA, según la cual el índice era de 27%. Sorpresivamente, desde el año pasado el observatorio se llamó a silencio. Igual que el Indec. Los pícaros lo atribuyeron a un pedido especial de Cristina al Papa: “Por favor, querido Francisco, dígales a sus amigos de la UCA que se dejen de contar pobres. Es desestabilizador”. La realidad es muy distinta. Fruto de una campaña orquestada por los fondos buitre, los poderes concentrados y la prensa hegemónica, el Indec fue perdiendo credibilidad. Nadie respeta sus estadísticas. Los directores del Indec terminaron todos en terapia: desconfían de sí mismos. ¿Convenía, en ese contexto, decir que la pobreza se iba reduciendo a pasos agigantados? ¿Alguien iba a creer? No, y por eso se tomó la decisión de no hablar más del tema. Pero creció el misterio. La solución, cuándo no, era Cristina. La de ella sí es palabra santa. A ella sí le creen. De hecho, tiró lo del 5% y, salvo grupúsculos muy activos, al país lo invadió un legítimo orgullo. La miseria, la marginalidad, las villas, la desnutrición, la falta de agua potable, todo empezaba a formar parte del pasado. La UCA sale a contar pobres y sus investigadores vuelven con las manos vacías. Una maravilla. Sólo hay un riesgo: que nos llenemos de alemanes.
Ésa era la preocupación de Timerman. La invasión de extranjeros. La otra invasión, la de jovencitos de La Cámpora a la Cancillería,
Todo el mundo quiere conocer la fórmula con la que logramos desterrar la pobreza
es aceptada por él para congraciarse con Cristina y Máximo, así que todo bien. Le han llevado una verdadera legión de militantes, pibes divinos a los que mandan a la calle a repartir volantes de Recalde y obedecen sin chistar. Antes los diplomáticos soñaban con viajar y vivir en otros países. Ahora estos camporitos se conforman con salir a hacer campaña por los barrios.
En cambio, lo de las misiones extranjeras que vienen a pedir la fórmula contra la pobreza es un problema para Timerman. “Van a recorrer un poco el conurbano, van a toparse con las villas, con harapientos, con mocosos pidiendo plata en los semáforos, con familias que buscan comida en los basurales, con gente durmiendo en las calles… ¡Por Dios, qué les decimos!”, me insistió. Parecía a punto de quebrarse.
Es increíble que a estas alturas yo tenga que darle la respuesta a nuestro canciller, que lleva años viajando por el mundo con el relato debajo del brazo. “Héctor querido, my friend, cuando te pregunten por esos desamparados, por esos hambrientos, por esos cirujas, vos poné cara de sorprendido y, sin perder la calma, deciles: Señores, ¿se tomaron el trabajo de contarlos? Ahí está el famoso 5%.”