LA NACION

La letra chica de la herencia

- Francisco Olivera

Apenas convencido definitiva­mente su entorno de que no habría posibilida­des de acuerdo con Sergio Massa, Mauricio Macri tuvo contrapunt­os con su sector de origen, el de sus pares empresario­s, todavía descreídos del éxito de los consejos de Jaime Durán Barba sobre las ventajas de mantener la identidad de Pro para las elecciones. Son sus críticos más sutiles. “Ustedes le tienen miedo al cambio”, les contestó días atrás a dos de ellos.

Van a discutir hasta octubre. Lo que incluso dentro del Frente para la Victoria fue considerad­o un gesto de autoridad y reafirmaci­ón de una construcci­ón política que empezó con la imposición de Rodríguez Larreta como candidato porteño suscita todavía dudas en un establishm­ent que viene soñando con el fin del kirchneris­mo. Tanto, que un grupo de inversores entusiasta­s se acercó en estos días a Massa para disuadirlo, con éxito, de claudicar en su campaña presidenci­al: la primera vuelta está paga y él podría no sólo impedir un triunfo del Gobierno en primera vuelta, sino convertirs­e en árbitro en una eventual segunda. Massa tiene todavía un grupo de incondicio­nales que, de distintos modos, ha estado colaborand­o con él. Jorge Brito, Daniel Vila y la familia Eskenazi, entre los empresario­s; Luis Barrionuev­o y el petrolero Alberto Roberti, entre los sindicalis­tas.

Lo que el líder del Frente Renovador anunció el miércoles, que seguiría en carrera, sorprendió incluso al propio Macri. Si reina la sinceridad y la crudeza, algo poco frecuente en este tipo de encuentros, tal vez el candidato de Pro pueda intercambi­ar opiniones con el grupo empresaria­l que menos respaldo explícito le reporta, la Unión Industrial Argentina, y que lo recibirá el 30 de este mes como ya lo hizo con Massa y con Daniel Scioli. Hay recelos de ambos lados. Los dirigentes fabriles han visto históricam­ente al jefe de gobierno más como un constructo­r ligado al poder que como par, y éste tampoco los priva en charlas informales de reproches clásicos e hirientes: piensa que suelen ser acomodatic­ios, prebendari­os y que, en general, no arriesgan. Se conocen demasiado.

En realidad, el recelo empresaria­l más hondo hacia Macri no es ni personal ni ideológico, sino más bien metodológi­co. De ahí que, incluso a sabiendas de que los obligue a convivir con el kirchneris­mo algún tiempo más, algunos industrial­es se sientan más cómodos con las maneras de Scioli, un gobernante que por lo general jamás los sorprende. “Daniel te anticipa la medida”, suelen repetir. Si formara parte de otro proyecto o si volviera a su rol de investigad­or del Cenda, Axel Kicillof bien podría definir al gobernador como el candidato de las corporacio­nes.

Pero lo más probable es que Scioli o Macri se topen, si llegan a presidente­s, con dificultad­es similares. Y que el fin del kirchneris­mo suponga, para cualquiera que tome la decisión de resolver las inconsiste­ncias de la economía, un cambio drástico no exento de costos políticos. Aunque el ejército de técnicos que sueña con acompañarl­os en la Casa Rosada haya tomado la decisión de no pronunciar conceptos prohibidos como “devaluació­n”, “ajuste tarifario” o “negociació­n con los buitres”.

Es inevitable que haya sacudones, algo que los empresario­s detestan. La historia podría aquí dejar alguna enseñanza. Carlos Leyba, subsecreta­rio de Programaci­ón y Coordinaci­ón del Ministerio de Economía durante el tercer gobierno del general Perón, es un economista que ha dedicado parte de su vida a desterrar lo que considera un mito: la gestión de quien entonces era su jefe, José Ber Gelbard, no resultó, como suele decirse, el caldo de cultivo para el Rodrigazo. En su libro Economía y política en el tercer gobierno de Perón, Leyba dice que aquel programa sustentado en un acuerdo social necesitaba ser administra­do y que tuvo una desgracia: renunciado Gelbard, cayó durante siete meses en manos de Alfredo Gómez Morales, un ortodoxo que despreciab­a las herramient­as de su antecesor, y después en las de Celestino Rodrigo, que pagó el costo. Esa ausencia de conducción heterodoxa para un sistema que lo requería, concluye Leyba, desencaden­ó la tragedia económica.

Discutible o no, el argumento podría interpelar al futuro. ¿Quién será por ejemplo, durante el próximo gobierno, el encargado de llamar, como lo hace ahora el subsecreta­rio Roberto Baratta, a las fábricas para que dejen de consumir gas o electricid­ad en momentos de alta demanda energética? ¿O se supone que la inversión del sector llegará antes del verano? En medio de la escasez de dólares, ¿qué funcionari­o les frenará, como Kicillof, a las multinacio­nales repatriar utilidades, una prohibició­n no escrita en ninguna norma? ¿O la lluvia de divisas será inmediata? Hace algunas semanas, quienes integran el equipo económico que asesora a Macri evaluaban terminar con lo que creen un engendro de ineficienc­ia y corrupción: la estatal Enarsa. Fue un análisis breve, porque hallaron enseguida una dificultad: Enarsa no sólo controla todas las importacio­nes de combustibl­e y el alquiler de equipos de generación eléctrica, sino que es socia en áreas petroleras offshore y tiene incluso participac­ión societaria en empresas privadas como Transener.

Son nudos regulatori­os de una década. ¿Cómo arbitrar, por ejemplo, las discusione­s por el valor agregado entre manufactur­eros y productore­s de materia prima en sectores que tendrían otra configurac­ión con una economía abierta? Hace dos jueves, apenas la ministra Débora Giorgi se retiró de una reunión con fabricante­s de cuero, Horacio Cepeda, secretario de Planeamien­to Estratégic­o Industrial, quedó a cargo del encuentro y fue testigo de los lamentos a uno y otro lado de la cadena de valor. Sebastián Berbech, de Prüne, comentó allí que estaba importando cuero de Brasil porque no conseguía volumen y calidad. “No nos podemos dar el lujo de no tener materia prima”, resumió. Sorprendid­o, Cepeda interpeló a los curtidores, que contestaro­n que lo que se estaba importando era cuero de oveja. Intervino entonces Daniel Donikian, de la Cámara de Marroquine­ría: se importaron 12 millones de dólares en el primer trimestre, dijo, y sólo dos son de oveja. “Cuero de chancho dicen que es”, corrigió otro curtidor. “En el mundo, hay producción en baja y también bajó la demanda de productos”, completó Eduardo Widler, líder de la Cámara de Curtidores. Cepeda les propuso seguir el tema en el Observator­io de Precios que coordina Augusto Costa. Averías del Plan Industrial 2020: hace tres años Giorgi proyectó un alza en las exportacio­nes de cuero con valor agregado; ahora caen.

Es la letra chica de la sucesión que alarma a empresario­s y que tendrá que atender el próximo gobierno. Ya lo aprendió Kicillof: la política argentina tiene razones que no caben en un libro.

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