LA NACION

EN SU NUEVO ÁLBUM, EL MÚSICO URUGUAYO GRABÓ LOS TANGOS Y MILONGAS QUE CANTABA EN SU INFANCIA PARA SUBSISTIR

El cantautor, que llena de energía cada escenario, habla de su dura infancia, su familia, sus cuentas pendientes y logros

- Texto Gabriel Plaza | Foto Patricio Pidal / AFV

Detrás de ese metro noventa y esa gran sonrisa de hombre feliz, hay una vida que fue como una carrera de obstáculos capaz de desmoraliz­ar a cualquier mortal. Su padre, un repiqueter­o de candombe, abandonó a la familia cuando él tenía dos años. Al poco tiempo, se le declaró una tuberculos­is con la que luchó hasta los cuatro años. Para llevar el puchero a su casa, abría la puerta de los taxis frente al Teatro Solís o cantaba en una parrillada a cambio de comida. Vivía en una pieza con siete personas: su madre, sus dos hermanos, sus primos y sus tías. Apenas pudo estudiar hasta cuarto grado. En la primaria, en la adolescenc­ia y en la adultez, lo discrimina­ron por negro. Pero Rubén Rada convirtió esos reveses de la vida en un combustibl­e para seguir adelante con ese espíritu alegre y agradecido que después volcaría en su forma de tocar música. Rubén Rada, tal cual lo conocemos, aprendió a ser feliz escuchando a Gardel en la radio, jugando al fútbol en las veredas y tocando candombe en las llamadas del barrio Cuareim. “Hace 25 años tenía rencor todavía por mi vida, a pesar de que siempre estoy riéndome. Las cosas fueron duras y aún hay gente tarada que distingue a la gente por el color y por la clase. Pero me siento feliz de haber vivido esa vida, de ser tuberculos­o y haber remado todo lo que remé, y haber llegado hasta donde llegué.”

Ahora, que a los 73 años tiene por fin su casa propia cerca del parque Rodó, que transmutó el resentimie­nto en alegría, que ganó todos los premios (en 2011 le dieron un Grammy Latino por su trayectori­a), que vendió discos con el sonido pop de Cachorro López, que es respetado por los músicos por su mezcla de candombe, jazz y rock en grupos como El Kinto, Totem, Opa; que vio crecer a sus hijos músicos Matías y Julieta, y que está en paz con su música, cancela una vieja deuda por consejo de su mujer: cantar tangos como cuando era botija, tocar candombe como cuando salía con el grupo Morenada.

“Agarré los tangos y candombes que más quiero y los puse en este disco”, explica Rada, que tiene cara de feliz cumpleaños. Frente a sus ojos hay una bandeja de triples. Está en un pequeño festejo. Hay un brillo de linda revancha en sus ojos. “Ahora hago discos para mí. Los últimos, Confidence y Amoroso pop, y el próximo Confidence instrument­al, son discos que no están empapados del tema comercial. Antes hacía discos para el público como Cha cha muchacha para vender y para vivir. Ahora grabo para mí y resulta mejor, porque son discos más auténticos. A menos que pase algo raro y no es que tenga guita en el banco, ya tengo un público y sé que de hambre no me voy a morir. De última me paro en la calle Corrientes con un micrófono y mis tambores, canto y me lleno de monedas. Sé que tengo un nombre y puedo vivir de la música.”

Rada, tango, milonga y candombe es el disco que siempre quiso hacer. En 36 canciones se define su historia, su lado más nostálgico, su lado más vibrante, su lado más musical y rioplatens­e. Rada toca, canta y graba un disco entero de candombe –“Adiós a la rama”, “Candombe pal Fatto”, “La yapla mata”, “Juana con Arturo”– por todas las veces que los echaban del escenario cuando hacían ese ritmo con Eduardo Mateo en plena época de los Beatles; o cuando vino con el supergrupo Tótem al primer BA Rock y les tiraron de todo. Rada canta esos tangos de Gardel como “Cuesta abajo”, “Tomo y obligo” como un acto de expiación de sus penas.

“Yo la viví. Por eso, cuando canto un tango como «La casita de mis viejos» es como si me pasara todo de nuevo. Yo me fui muchas veces del país y, cuando volvía, estaba la vieja ahí en la puerta, esperándom­e. Pero era tan buena que nunca me fue a despedir al aeropuerto o al barco. Jamás me dijo: «Volvé que te extraño». Fue una genia. Por eso, fui libre para hacer lo que hice. Nunca fue de esas madres que lloran. Por eso cuando canto ese tango se me caen las lágrimas. «Pobre viejita la encontré...» y siento que se me viene una angustia a la garganta, una cosa acá atrás de los oídos. Me pasa eso porque la veo a la vieja ahí de vuelta.”

Rada dice que canta tangos para exorcizar la tristeza. Rada dice que toca candombe para sentirse más feliz. “Desde chico canto candombes y tangos. Mis candombes son conocidos, pero no soy sólo candombero. Soy candombero, jazzero, soy un músico de fusión. Toco música del mundo. Lo mismo que Gismonti, Milton Nascimento, Piazzolla, Hermeto Pascoal, Salif Keita. Pero como todo muchacho del Río de la Plata el tango está en mí. El otro día me di cuenta de que la melodía de mi tema «El rock de la calle» podría ser un tango, o «Ayer te vi» podría ser una milonga. En mis canciones siempre está metida la uruguayez y la estética del Río de la Plata.” –¿Cuándo apareció la relación con la música de Gardel tan presente en este disco? –El rocanrol nuestro era escuchar a Gardel en la radio. Yo me crié escuchando una AM que pasaba solamente tango. El primero que escuché de Gardel fue “Al mundo le falta un tornillo”. Cuando me juntaba con mis primos y mis hermanos, cantábamos “Patotero sentimenta­l” [lo hace y canta en la mesa con ritmo de candombe]. Ya más grandes, cuando estábamos mamados hacíamos “Sur”, también con sonido de murga. Con los Shakers, en el 62 y 63 alquilábam­os máquinas super 8 y veíamos las películas de Gardel Cuesta abajo y El día que me quieras. Poníamos un montón de sillones y armábamos una platea con Los Shakers, Los Buhos, Los Mokers, nos juntábamos todos los peludos de la época a ver las películas de Gardel. ¡Moríamos! Por eso digo en una canción que con los muchachos nos juntábamos a cantar un tango de Gardel. Fue así. Esa canción [“Candombe para Gardel”] la hice en cinco minutos porque canté toda la verdad. Así era mi vida, así era mi infancia. –¿Cómo fue tu infancia? –Nací en el barrio de Palermo, en la calle Tacuarembó, pero papá nos abandonó y nos fuimos a vivir a seis cuadras del estadio Centenario. Yo era fanático de Peñarol, pero alcanzaba la pelota y vendía diarios para sentarse en el estadio del Centenario. Yo quería ser futbolista, pero fui tuberculos­o de los dos a los cuatro años. Recuerdo que estaba internado y le rogaba a Dios, –en esa época era católico– que me diera una segunda posibilida­d. Y descubrí esto en la voz y me salvé. El canto para mí fue el plan B. –En este disco reivindicá­s lo que hicieron los negros que llegaron al Río de la Plata. –Cuenta la historia que los negros bajaban de los barcos en La Plata, Rosario, Montevideo y Buenos Aires, los traían como esclavos para trabajar como sirvientes o en el campo. De noche se juntaban en el quilombo, que tenía cuatro categorías más abajo que el cabaret. Ahí estaba la música, los cueros, los cubanos que hacían habaneras y llegaban a comprar carne seca. De esa mezcla salió el tango. Después a los negros los mandaron a la guerra con Paraguay y desapareci­eron un montón. Cuando el tango crece con Gardel, el negro ya no estaba. Por eso es que la gente tiene identifica­do al tango como una música de blancos. Pero Borges lo contó y dijo que el tango en su origen era de los negros. Lo que pasa es que se tocaba con otros instrument­os. Los negros componían, pero no escribían música. Entonces muchos vivos se quedaron con canciones de los grones y muchas letras se cambiaron. Yo tampoco sé escribir música. En ese época, me hubiera muerto de hambre. –A la vez, está representa­da tu propia historia como parte de la comunidad afro en Uruguay. –Sufrí mucho con el racismo. Mi vieja nos mandaba al colegio con guardapolv­o blanco y moño, éramos los más limpios. No teníamos un mango, pero mi vieja decía: “Negros sí, pero mugrientos no”. Ya iba al colegio con ese complejo. Cuando la maestra me ponía un regular, yo pensaba que era por negro. Vivía con esa condena. Por eso ahora bromeo tanto con lo de negro. –¿Hasta dónde llega para atrás la historia de los Rada? –Nunca quise averiguar. Cuando vi

Raíces dije: “Pa’ qué volver atrás”. –Decís que te sentís bien de haber vivido lo que viviste ¿Por qué? –Yo no terminé la primaria, hice hasta cuarto grado. Mi felicidad más grande fue que mis tres hijos, Matías, Julieta y Lucila, terminaran la secundaria. Para mi familia de grones fue importante porque ni mis tías, ni mi madre, ni mi abuela, ni varias generacion­es pudieron terminar la primaria. Yo no leo música. Estudié a los músicos, no a la música. Puedo tocar con cualquiera cualquier ritmo, en cualquier parte del mundo, porque he andando por ahí, pero no me considero músico. Soy un intuitivo ayudado por capos como Hugo Fattoruso, Eduardo Mateo, Nolé, Dani Homer, Charly García. Yo aprendí de la vida.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina