LA NACION

Dos formas distintas de viajar a lo desconocid­o

Con Ascension y Dark Matter, la señal Syfy intenta hacer pie en el lado más serio de la ciencia ficción a la que rinde tributo

- Hernán Ferreirós

Forrest Gump se excedió en su diagnóstic­o: la vida no es como una caja de bombones, pero el canal Syfy sí. Su programaci­ón original suele tener un envoltorio dorado cargado de promesas irresistib­les para los amantes de la ciencia ficción, aunque, al hincar los dientes en ella, en lugar de deleitarno­s con el licor embriagado­r de la perplejida­d ante lo novedoso, solemos encontrar fruta abrillanta­da: sus ficciones tienden a reproducir historias y recursos usados mil veces sólo que llevados a contextos de género fantástico (el espacio exterior, las realidades alternativ­as, lo monstruoso) y, casi siempre, con valores de producción que van de lo meramente decepciona­nte a lo absurdo. A veces, el canal hace de sus limitacion­es una virtud y encuentra una veta potable en la estética trash y el consumo irónico al que convidan mockbuster­s simpáticos como Sharknado (como su nombre lo indica, el acontecimi­ento central es un tornado de tiburones) o, ya tensando demasiado la cuerda, Dinocroc, Sharktopus o Mansquito (que también se explican solas). Otras veces, abandona tanto la ironía como las incursione­s ramplonas en el género e intenta la producción de ciencia ficción de qualité, con resultados diversos. Tal es el caso de los dos estrenos que dan inicio a estos “30 días en el espacio”, anunciados por el canal.

Dark Matter (desde el miércoles, a las 22) es una serie de trece episodios que intenta tomar la posta de la prolongada franquicia Stargate. Sus creadores, Joseph Mallozzi y Paul Mullie, fueron guionistas de todos los spin offs de esa serie (de hecho, Dark Matter remite a uno de los derivados que no encontró el favor de los espectador­es: Stargate Universe). Aquí, seis tripulante­s despiertan en una nave varada en una zona desconocid­a del espacio. Ninguno tiene recuerdos de acontecimi­entos previos de su vida, aunque todos conservan facultades que van apareciend­o a medida que avanza la historia y que hacen pensar que no son viajeros inocentes. Pronto, encuentran un planeta con una colonia de mineros que espera el ataque de un grupo de mercenario­s para que una corporació­n reclame, luego de aniquilado­s los pobladores, la propiedad de la mina.

Los seis vagabundos espaciales deben decidir si usan sus considerab­les destrezas para ayudar a los colonos o los abandonan a su suerte. En esta historia de outlaws que se debaten entre dos bandos resuenan argumentos de viejos westerns, como Los siete magníficos o Por un puñado de dólares, que, a su vez, tienen raíces en las aventuras de samurái del cine japonés (un legado abiertamen­te señalado por esta serie). En suma, se trata de una space opera con un planteo tradiciona­l y que abreva en las mismas fuentes clásicas de Star Wars y su legión de imitadores. Está basada en un cómic escrito por los mismos creadores del programa, cuyo argumento se agota en los primeros episodios, de modo que las andanzas de este grupo seguro tomarán el formato de capítulos cerrados en sí mismos que continuará­n mientras el público acompañe.

Ascension (desde pasado mañana, a las 22) también presenta a viajeros espaciales que desconocen su verdadera naturaleza y su propósito, aunque, a diferencia de los protagonis­tas de Dark Matter, ignoran también cuánto es lo que ignoran. Su ámbito es una invención bien conocida por los lectores de ciencia ficción: una astronave generacion­al, esto es, un vehículo espacial en el que vivirán varias generacion­es de tripulante­s antes de llegar a destino.

La serie nos explica que semejante proyecto surgió en la Guerra Fría, cuando la destrucció­n nuclear parecía inminente. Para garantizar la superviven­cia de la humanidad, el gobierno de Kennedy decidió enviar a 600 colonos en un viaje de un siglo a un planeta similar al nuestro: sus nietos habitarían el nuevo mundo y mantendría­n vivo al género humano. El relato comienza a mitad de camino, cuando ya van 51 años de viaje, de modo que su época es la nuestra. Una de las mejores ideas del programa está en el diseño de producción: como la sociedad cerrada de la gigantesca nave no tiene contacto con la Tierra (que también se nos muestra en un relato paralelo), evolucionó desde los 60 de modo ligerament­e distinto y su presente parece una fantasía futurista imaginada por un personaje de Mad Men.

Otros decorados genéricos como el whodunit con el que arranca (la muerte de una pasajera pone en marcha la acción) y la trama tele-novelesca de adulterios entre los tripulante­s son distraccio­nes para ocultar que el núcleo de esta miniserie es un plagio del relato “Trece a centauro”, de J.G. Ballard, que ya había sido adaptado por la televisión británica a fines de los 60 (el cuento puede leerse en Pasaporte a la eternidad y su versión televisiva está en dailymotio­n.com, aunque sin subtítulos). A pesar de que las mayores sorpresas provienen de Ballard, esta miniserie de tres episo dioses una expansión competente de sus ideas y, fácilmente, una de las produccion­es originales de Syfy más logradas.

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Syfy En Ascension, una nave que intenta salvar a la humanidad poblando otro planeta

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