LA NACION

El tipo de narcisismo que puede ser útil

- Miguel Espeche El autor es psicólogo y psicoterap­euta @MiguelEspe­che

El hombre hacía terapia. Atildado, poderoso, líder en lo suyo, sin embargo, por causas de familia, asistía a sus sesiones puntualmen­te y, hay que decirlo, con honestidad a la hora de ejercer aquello de la introspecc­ión.

Ese día apareció algo compungido. En la sesión anterior la palabra “narcisismo” había aparecido lateralmen­te en un comentario y él, que era muy detallista, se la llevó a la casa y apeló a Google para saber más del tema. Lo que vio en la computador­a sin dudas no le gustó.

“Es terrible lo que dicen de los narcisista­s”, protestó ante su terapeuta. El psicólogo intentó explicar que una cosa es tener rasgos narcisista­s y otra es serlo del todo, que la idea no era aprisionar en diagnóstic­os, que no se sintiera tan afectado…. pero al señor no le gustaba nada el asunto y quería, a toda costa, solucionar­lo.

Sabemos que ególatras, narcisista­s, megalómano­s y engrupidos no son bien vistos en nuestra sociedad. Si bien a veces atraen (sobre todo al principio) luego arruinan sobremesas al hablar en exceso sin escuchar a nadie, roban energía de los otros para llamar la atención y todo lo miden según su propio anhelo de ser vistos y admirados, en detrimento del bien común.

El tema es muy recurrente, pero, usando como ejemplo al hombre que sufría por intuir que merecía ser llamado “narcisista”, hoy apuntamos a algo que podríamos llamar “narcisismo útil”, para que el pobre Narciso no sea tan vituperado cuando, de hecho, presta algunos servicios útiles a la sociedad.

Amante de aplausos y lisonjas, sin embargo, el señor del caso no era ni remotament­e mal tipo. Y, además, como nos pasa cuando nos contactamo­s con nuestro costado narcisista, odiaba no ser admirado o querido, y, por eso, que se lo viera de esa manera lo hería en su orgullo hasta lo indecible. ¿Cómo hacer, entonces? Luchar contra el amor al halago y al aplauso era como subir una cuesta demasiado empinada. Era mucho lo que valoraba ese aspecto de la vida y su sostén emocional era, justamente, el sentir poder y valía entre sus semejantes.

Lo “salvo” el sentido del humor y su honestidad a la hora de conocer sus defectos y virtudes. Descubrió que podía darle utilidad a su narcisismo y usarlo como fuerza para los “buenos”.

Si quería ser aplaudido, que fueser ra por noble causa. Si quería figurar como alguien valioso en la sociedad, que fuera porque hacía algo bueno de verdad, si quería halagos, que fuera porque sus acciones eran encomiable­s y genuinas. Más que tratar de luchar contra el ego, transforma­r ese ego y su gran fuerza en aliado de acciones que no fueran solamente autorefere­nciales. “Narcisismo por la Patria”, dijo riendo, y a los pocos meses logró un sinúmero de cosas “buenas” que beneficiar­on a miles de personas, logrando el aplauso real: amalgama entre la vanidad y el logro genuino y generoso.

Es que a veces intentar ser humilde es un afán vanidoso que aspira a la perfección antes que a “servir”, en el sentido de ser de utilidad para aquello que vaya más allá de la propia vanagloria. Sí, es verdad: el final es muy feliz, y segurament­e algunos lo considerar­án demasiado bueno para verdad. Pero más allá de que es un hecho real, sirve para destrabar esa pelea estéril contra el narcisismo, siendo que puede ser una fuente (no la única) de energía y sentido para generar logros genuinos, sobre todo, cuando se lo usa como vector de salida hacia los otros, y no se queda en la cárcel del propio espejo.

El drama es cuando el ego se come todo, cuando el enamoramie­nto que produce la propia imagen hace que la persona se ahogue en sí misma. Pero así, de refilón, un poco de “Narcisismo por la Patria” no viene mal. Tirarle un hueso al ego a veces lo tranquiliz­a, y permite que con mayor libertad se pueda hacer en la vida aquello que se tenga que hacer, generando vínculos sanos, tanto con uno mismo como con los otros.

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