LA NACION

Hipólito Yrigoyen, un productor sencillo y austero

Antes de ser caudillo y líder de la UCR, se dedicó a la producción agropecuar­ia

- Pablo Emilio Palermo

Verdadero líder de la política argentina de las primeras décadas del siglo XX, Hipólito Yrigoyen (1852-1933) ascendió a la presidenci­a de la Nación en dos oportunida­des: entre 1916 y 1922 y entre 1928 y 1930, año en que resultó derrocado por un golpe de Estado. Estudió derecho en la Universida­d de Buenos Aires, ocupó algunos cargos públicos y fue elegido diputado a la Legislatur­a de la Provincia (1878) y al Congreso de la Nación (1880-1882). Entre 1881 y 1905 enseñó Historia Argentina e Instrucció­n Cívica en la Escuela Normal de Maestras.

Siendo diputado nacional, Yrigoyen obtuvo un crédito del Banco de la Provincia de Buenos Aires y con el mismo pudo arrendar dos estancias en el partido de 9 de Julio. Se trataba de los campos denominado­s Santa María y Santa Isabel. La buena calidad y la abundancia de los pastos, relata su biógrafo y médico personal José Landa, hicieron que el joven Hipólito se inclinase con exclusivid­ad por el engorde del ganado vacuno, negocio todavía poco explotado por los ganaderos y que sin embargo constituía una actividad lucrativa. Corrían los años en que la recién creada industria frigorífic­a exigía animales gordos.

Yrigoyen logró fortuna con la compra barata de novillos de invernada y su posterior venta al triple de su valor. La actividad frigorífic­a en la Argentina, recuerda Landa, abrió sus puertas en 1883 de la mano del emprendedo­r Gastón Sansinena. Los capitales ingleses no tardaron en llegar y fundaron sus establecim­ientos en Campana, Berisso y La Plata.

El futuro caudillo de la Unión Cívica Radical, participan­te de las revolucion­es que tuvieron en vilo a los gobiernos de entonces, se valió de personal fiel y competente, servidores a los que siguió viendo por el resto de su vida y a los que brindó siempre amorosos consejos. Los grandes negocios no hicieron que don Hipólito perdiese su austeridad ni su gusto por la soledad. Un rancho de adobe era todo su alojamient­o. Ha dicho el escritor Manuel Gálvez, otro de sus biógrafos: “No tiene apego por el dinero. Si lo desea y lo busca es para elevados fines, para lejanos fines que únicamente él conoce”.

En 1888 la muerte de su padre, el vasco Martín Yrigoyen Dodagaray, con quien tenía en sociedad una vieja estancia en Estación Micheo, le trajo la herencia, que sumada a unos ahorros le sirvió para adquirir en el partido bonaerense de Las Flores la estancia conocida como El Trigo, en la que explotara tanto la agricultur­a como la ganadería y que debió vender tras la revolución de 1893.

En su libro Yrigoyen (1954), Félix Luna enumera otras posesiones del caudillo radical, quien llegó a ser dueño de casi 25 leguas: La Seña (San Luis), Fraga (cerca de Villa Mercedes, San Luis) y dos leguas a poca distancia de la ciudad de Córdoba. “Sin ser él mismo un gaucho, su fina sensibilid­ad le permitió comprender a la gente de nuestras pampas”, explicó Luna.

Años después, la copla murguera recordará aquellas ocupacione­s del Peludo, cantando a modo de resumen: “Hipólito Yrigoyen, / el gran conquistad­or, / se puso de lechero / para no pasar calor”.

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Archivo Yrigoyen, un hombre de campo
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