El mercado lingüístico de la campaña
El sociólogo Pierre Bourdieu sostenía que las palabras no son inocentes ni se producen en el vacío. Postulaba que ellas existen dentro de un mercado lingüístico, donde se valorizan en competencia con otras, siguiendo una lógica propia de la economía. Si se acepta la premisa, se advierte que las palabras poseen un precio variable y están sometidas a un régimen de pérdidas y ganancias. Y que detrás de la formación de esos precios existen relaciones de fuerza determinantes. En el mercado lingüístico, todos los hablantes son productores de palabras, pero no cotiza lo mismo el discurso sofisticado de un miembro de la elite, que el balbuceo desesperado de un refugiado que no habla la lengua del país. Detrás de la imposición de las palabras y de sus significados, existe una lucha de poder, velada en ocasiones por un ingenuo ideal de igualdad.
En uno de sus posibles abordajes, la mediocre campaña electoral argentina puede ser interpretada como una disputa por la prevalencia de dos palabras, en torno a las cuales los competidores pretenden dilucidar el sentido de la elección. Ellas son “continuidad” y “cambio”, con sus diversas mixturas y adjetivados. En términos de Bourdieu, estas palabras poseen un alto precio en el mercado lingüístico porque registran mucha demanda. La mayoría de los votantes, que optarán por alguna de las dos fuerzas principales, necesitan de ellas para fundamentar su decisión. Sabiéndolo, las maquinarias de comunicación de esos partidos refuerzan el mensaje en un sentido u otro. Intentan monopolizar los términos, apropiándoselos. Así, se venden y se compran en el mercado lingüístico frases como “somos el cambio” o “representamos la continuidad”, buscando la identificación del elector.
Dentro de esa lógica y atendiendo al resultado de los sondeos, se observa que el Frente para la Victoria y Pro están resultando los más eficaces para monopolizar el mercado lingüístico de la campaña. El oficialismo, cohesionado y con poder mediático, se apropia progresivamente de la continuidad; Pro, en paralelo, convence de que equivale al cambio. En ese contexto, la evolución declinante de Massa puede interpretarse como el fracaso para mediar entre continuidad y cambio. Su eslogan, “el cambio justo”, queda asfixiado por los términos que sus competidores imponen en el mercado lingüístico. Otra forma de ver la polarización es entenderla como una lucha por la selección de las palabras, similar al de las especies de Darwin. Continuidad versus cambio superan la selección y se constituyen en una opción sencilla para el votante medio, que elegirá presidente evaluando su bienestar económico personal, no cuestiones estratégicas o ideológicas de fondo que le son ajenas.
El éxito en imponer las palabras no implica, sin embargo, saber interpretarlas, poder responder correctamente sobre su significado. Continuidad y cambio, como lo define cualquier análisis lingüístico elemental, son términos polisémicos. En la esfera política, como en la vida cotidiana, cambiar o conservar pueden significar muchas cosas diversas. ¿Qué quieren los votantes que se inclinan por la continuidad? ¿Desean que Cristina siga monopolizando el poder? ¿Quieren que lo comparta? ¿Y los que se pronuncian por el cambio qué pretenden? ¿Que ella sea procesada? ¿Que se privaticen de nuevo las empresas públicas? ¿O, simplemente, que exista diálogo, reconciliación política, menos populismo? Los que abrazan el cambio, ¿están diciendo también que quieren alternancia o, en realidad, le solicitan rectificaciones al régimen actual? Es difícil saberlo, aunque los analistas del mercado procuran acercarles una respuesta a los ansiosos candidatos que disputan la presidencia.
No obstante, el diagnóstico no despeja las dudas. Pareciera que existe consenso sobre apenas un par de puntos. Primero, que la sociedad está dividida prácticamente por mitades a la hora de juzgar y elegir; segundo, que la mayoría desea un cambio moderado o una continuidad con innovaciones, descartando cualquier transformación brusca. El resto es materia de divergencia. Se discute sobre huidizas magnitudes: unos sostienen que la mayoría desea el cambio, los otros afirman que se votará por la continuidad. Imponer la tendencia, convencer acerca de ella, es parte de la lucha por el poder que se acerca al desenlace.
Más allá de quién gane, la discusión sobre continuidad y cambio pone el foco en los sentimientos del votante medio, relativizando la propuesta que deberían hacer los futuros gobernantes a la sociedad. Ellos parecen limitados a recoger impresiones, calibrando el mix de lo que se debe continuar o revocar. Otra porción del electorado, más consciente e informada, no se contenta con eso. Aguarda que los candidatos ofrezcan un plus de principios y valores. Que se jueguen por algo. Espera un conjunto de metas que permitan proyectar no sólo un país de consumidores satisfechos, sino uno de ciudadanos empeñados en mejorar la vida común. Para una minoría significativa de argentinos, la cuestión no se agota en el mercado, sea lingüístico o económico, también deben contar los ideales.