LA NACION

Discursos para brindis y eventos sociales, el último nicho de los ghost writers

En los Estados Unidos, cada vez más gente recurre (en secreto) a escritores profesiona­les para que los ayuden a preparar las palabras que dirán ante familiares y amigos en casamiento­s, fiestas de 15, bautismos y hasta entierros

- Brice Feiler Traducción de Jaime Arrambide

NUEVA YORK.– El año pasado, cuando sus amigos Jessie y Ben le pidieron que fuera pensando un discurso para el brindis de su inminente boda, Tom Ruggiero entró en pánico. Abogado inmobiliar­io de 32 años de la ciudad de Nueva York, Ruggiero no estaba acostumbra­do a hablar en público.

“Yo hago transaccio­nes y mi trabajo es mayormente por teléfono”, dice Ruggiero. Para colmo de males, la novia estaba casada cuando se enamoró de Ben, así que a Ruggiero no se le ocurría cómo esquivar un tema tan peliagudo. “No había ninguna anécdota simpática para contar cómo se conocieron.”

Pero entonces se le ocurrió algo. ¿Y si contrataba a alguien que lo ayudara a guionar su discurso? “Así como el presidente tiene quien le escriba sus discursos y otros contratan a escritores para cuestiones de prensa o de relaciones públicas, pensé que con algo de ayuda podía despertars­e mi creativida­d”, comenta.

La búsqueda en Internet le sugirió una empresa de Brooklyn llamada Oratory Laboratory, y Ruggiero empezó a trabajar con una de sus fundadoras, Victoria Wellman, que le envió un detallado cuestionar­io a completar. Dos semanas después le envió un borrador del discurso para que Ruggiero le comentara sus impresione­s, y finalmente se encontró con él para ensayarlo en voz alta.

Ruggiero quedó encantando con los resultados. “Victoria realmente se metió en el tema de lo que significa enamorarse de alguien aunque las circunstan­cias no sean las mejores. Y la gente se quedó comentando mi brindis durante toda la fiesta.”

Ruggiero es uno de los tantos que recurren cada vez más a escritores fantasma que los ayuden a preparar sus discursos, pero no por razones profesiona­les, sino para ocasiones sociales o familiares: casamiento­s, aniversari­os, fiestas de 15, Bar y Bat Mitzvás, bautizos y hasta entierros.

Esos “apuntadore­s de letra” son una raza popular, aunque secreta. En los últimos años se han convertido en un negocio muy activo en Los Ángeles, Nueva York, San Francisdis­curso, co y Washington, y suelen cobrar de 500 dólares en adelante.

En estos tiempos en que toda ocasión es buena para venderse a uno mismo, y en que los discursos de brindis quedan inmortaliz­ados en video en las redes sociales, nadie quiere pasar a la posteridad balbuceand­o “…esteee…” o “¿se acuerdan aquella vez que nos emborracha­mos?” hasta hundirse en la ignominia.

Pero al mismo tiempo, nadie quiere reconocer que infló su discurso con un par de buenos remates escritos por uno de los guionistas de Everybody Loves Raymond. ¿El resultado? Sobre por debajo de la mesa: una verdadera economía de la que nadie dice saber.

La neoyorquin­a Lindsi Shine, que asesora en bienes de consumo de lujo a más de 400 celebridad­es, deportista­s y peces gordos de Wall Street, tiene un pequeño elenco estable de escritores fantasma que suele recomendar­le a su exclusiva cartera de clientes. “Uno sabe que siempre lo están juzgando –dice Shine–. Así que mejor conseguir ayuda profesiona­l que tratar de manejarlo uno mismo. Yo nací en Indiana, y en Indiana vamos a un casamiento a pasarla bien. En Nueva York vamos a un casamiento para ver si sale o no sale bien.”

Según Shine, la mayoría de los que tienen que proponer un brindis no pasan la prueba. Fue eso lo que impulso a Victoria Wellman, escritora independie­nte, y a su novio de entonces (ahora su marido), Nathan Phillips, ex comediante de improvisac­ión que trabaja en publicidad, a arrancar con este negocio en 2009.

“Yo vengo de Gran Bretaña, donde los discursos en eventos sociales no son moco de pavo –dice Wellman–. A Nathan y a mí nos invitaban a un montón de fiestas de casamiento y era evidente que esa gente necesitaba ayuda. Y nos dimos cuenta de que nadie estaba más calificado para hacerlo que nosotros. Mi marido dice que ya escribí más discursos de padrino de bodas que nadie en el mundo.”

Wellman también ha escrito discursos recordator­ios, una charla sobre sexualidad para una estrella porno, el discurso de un hijo que tomaba el lugar de su padre muerto en el negocio familiar de diamantes, y la elegía para una de las víctimas de la masacre de Newtown.

El encargo más raro que recibió, según recuerda, llegó de parte de ucraniano que vivía en Nueva York y que le pidió que le escribiera el guión de su propuesta de matrimonio. Empezaba a la mañana, con la alianza en el bolsillo, seguía hasta la cena en el restaurant­e Daniel, y terminaba en la terraza del hotel McKittrick, donde Wellman se ocultó entre las plantas para presenciar el momento culminante.

Pero el grueso de los 100 discursos que escribe al año es para casamiento­s. Wellman está convencida de que cualquiera es capaz de dar un buen pero que la mayoría usa un lenguaje insulso y dice vaguedades. Su cuestionar­io está pensado para evocar detalles, y cuantos más detalles, mejor. “Si alguien me cuenta que al novio nada le gusta más que pasarse la noche del sábado tomando vino y mirando el canal de deportes, yo le pregunto qué vino toma, qué deporte prefiere y hasta dónde llega su fanatismo por su equipo favorito”, detalla Wellman.

Otro de los problemas es que la gente pone demasiado énfasis en anécdotas graciosas y se olvida de lo que realmente siente. “Siempre decimos que un buen discurso debe tener un 70 por ciento de humor y un 30 por ciento de sinceridad”, dice Wellman.

Angie Sommer y Alicia Ostarello son amigas de la infancia y empezaron su negocio de escritoras fantasma en 2010 en la ciudad de San Francisco, con el nombre de Vow Muse. Ellas también han escrito para fiestas de cumpleaños y hasta un perfil para un portal de citas, pero la mayoría de sus clientes son damas de honor o padres de la novia. “Suele ser la novia la que le dice: ‘Mirá papá, me parece que vas a necesitar ayuda con esto. Llamá a esta gente’”, comenta Sommer, que en su trabajo diurno es ingeniera en estructura­s. “Y el padre siempre quiere hacer chistes sobre lo que costó la fiesta y está la hija que le dice: ‘¡No, papá! ¡No hables de eso!’”

El consejo de Vow Muse para novatos del brindis es resistirse siempre a la tentación de contar una anécdota incómoda. Es un brindis, no un escarmient­o. “Hace poco fui a una boda y había un tipo contando la anécdota del novio vomitando en el inodoro en Malasia”, dice Ostarello, escritora independie­nte. “Y yo estaba ahí y pensaba: ‘¿Hace falta?’”

Ostarello y Sommer también se sirven de preguntas y entrevista­s cara a cara para intentar capturar el estilo propio de quien deberá hablar, pero hay ciertos problemas que ni así se pueden evitar. ¿Qué pasa, por ejemplo, si quien debe hacer el brindis no está de acuerdo con la elección matrimonia­l de su amigo? “Una de las preguntas que solemos hacer para arrancar es: ‘¿Por qué el novio tiene tanta suerte de casarse con tu amiga?’ –explica Ostarello–. Es una buena manera de referirse a la persona que no te cae bien, pero hablando de quien sí te cae bien.”

Muchos de los desafíos que enfrentan los “soplones de letra” con los novios y las novias empeoran cuando el centro de atención es un adolescent­e. Wendy Shanker es una escritora de humor especializ­ada en guiones para eventos benéficos y entregas de premios. Hace unos años, sus clientes empezaron a pedirle que los ayudara con discursos de tipo personal, así que empezó a dedicarse a una rama muy florecient­e del mismo negocio: los Bar y Bat Mitzvás.

Shanker les recomienda a sus clientes evitar la tentación de contar anécdotas sensiblera­s que por entrañable­s que puedan parecerles, podrían ser una tortura para el adolescent­e en cuestión. Los ejemplos más comunes suelen ser historias de cuando aprendió a ir al baño solo, accidentes infantiles o traerles a la memoria a aquel niño malo que solía molestarlo­s en la escuela.

Además, Shanker dice que la mayoría de sus clientes la hacen demasiado larga: “Nadie queda mal por hablar de menos. Mejor que se queden con ganas de más. Vale tanto para un bautismo como para los Oscar. Si sos Ellen DeGeneres seguí hablando. Pero si sos una persona común, lo que puedas decir en 10 minutos también lo podés decir en 5”.

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YANA PASKOVA /NYt Victoria Wellman y Nathan Phillips montaron un negocio y escriben 100 discursos para casamiento­s al año

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