LA NACION

Matías Meichtri. “En muchas ocasiones no se puede prevenir el femicidio”

Este psicólogo que trabajó la temática durante muchos años cree que hoy el concepto de “violencia de género” resulta insuficien­te

- Texto Gabriela Origlia

En los últimos siete años, 1808 mujeres y niñas fueron asesinadas en contexto de violencia de género, según el Observator­io de Femicidios de La Casa del Encuentro: una mujer muere cada 31 horas. El psicólogo Matías Meichtri Quintans, quien trabajó en España (al 14 de este mes se registran 12 femicidios y 54, el año pasado) y República Dominicana en esta problemáti­ca y hoy colabora con la cátedra de Criminolog­ía de la Facultad de Psicología de la Universida­d Nacional de Córdoba, sostiene que el concepto “violencia de género” es insuficien­te para abarcar el fenómeno. En diálogo con la nacion plantea que es un problema de la época; abordar los temas sin mediación. Subraya el valor de la red de contención, en especial cuando el caso se judicializ­a y el agresor suele volverse más violento. Entiende que el problema de las políticas públicas es que no miran al individuo sino que actúan sobre la base de un protoco- lo donde la persona debe encajar. – Los datos de violencia de género van en aumento en la Argentina, ¿por qué? –Creo que el concepto “violencia de género” no alcanza para dar cuenta de la totalidad del fenómeno. Hay más determinan­tes que la cuestión del género; visto solo desde esa perspectiv­a es encasillar­lo. Se trata de hechos donde en una persona actúa la ira sin ninguna red que le frene; es muy propio de la época, no del género. Vivimos un tiempo signado por la inmediatez, por el consumo, por lo efímero y las relaciones entran en ese circuito. Si hay un problema se aborda sin mediación. Lo compulsivo siempre pide más, nada lo hace frenar; los episodios van in crescendo… –Pero en la mayoría de los casos hay antecedent­es, denuncias, ¿no sirven como señales de alarma? –Desde afuera abundan las teorías sobre los atacantes y las víctimas, pero se excluye lo que les pasa a cada uno realmente. ¿Por qué una mujer que tiene un botón antipánico acepta reunirse sola con su ex pareja? Tal vez es porque cree que el botón es una ayuda, pero ese dispositiv­o no se activa sólo, el botón necesita de alguien que sienta una señal de alarma y lo toque. Este tomar decisiones y actuar sin poner la propia responsabi­lidad en juego no pasa sólo en estos casos, es igual que cuando se gasta más de lo que da la tarjeta… Acá pasa por creer que el botón en sí protege… –Mujeres víctimas reclaman que la asistencia del Estado no es suficiente, que no las comprenden, que las hacen sentir culpables…

–Posiblemen­te tenga que ver con el compromiso que asumen en la realidad en que se ven envueltas. Se dan casos que no siguen el tratamient­o porque no confían en que les sirva, pero sí confían en que un botón las salva. Tenemos que tener presente que es muy complejo hacerse cargo del proceso en el que están inmersas. A veces denuncian o son empujadas a denunciar y, después, más que sentirse aliviadas se someten a más presión y no la resisten. En un caso judicializ­ado la pareja deja de ser novio y pasa a delincuent­e, de la esfera privada se pasa a lo público y muchas veces eso no se soporta y se termina retirando la denuncia o tapando los hechos. Se trata de hacer un buen uso de los recursos existentes. –¿Por qué una mujer que denunció regresa, vuelve a reunirse con quien la agredió? –Lo que se juega es el amor; por paradójico que sea, es así. Pasa por lo que significa para esa mujer ese hombre. Hace un siglo la pareja tenía una trama simbólica (la religión, la educación, la cultura…) que advertía y reglaba los actos, ahora eso no está. Lo que tenemos en la actualidad son formas de funcionami­ento descarnada­s donde no hay previsión de qué consecuenc­ias pueden traer. –¿Qué se puede aprender de la experienci­a española en este tema? –Allí se impusieron tratamient­os, por ejemplo, en casos de violencia cruzada como medida penal alternativ­a a la cárcel; los dos miembros de la pareja cumplían programas formativos con objetivos predetermi­nados. Sirvió porque por primera vez mucha gente empezó a hablar de lo que le pasaba: uno no sabía cómo separarse, otro no podía hacer que la pareja dejara de beber, lo que fuera… Este esquema se comenzó a aplicar en los Estados Unidos y Canadá en los 70 y lo que busca es revisar ciertos temas y adaptar al sujeto. La contrapart­ida es que no hay una mirada individual. –¿Alcanzan? –Ayudan, pero el problema de los protocolos es que todo debe encajar y entonces hay circunstan­cias que no son tratadas y que también desencaden­an violencia. Por eso suele pasar que las víctimas no se sientan escuchadas, porque no entran en esos casilleros. Ésa es la distancia de las políticas públicas: tienen el mismo patrón para todos los casos; están plagada de buenas intencione­s, pero no siempre suelen ser efectivas. –¿Hoy se pueden prevenir los femicidios? – Muchas veces no. Es difícil. La prevención es un acto subjetivo: hace falta que el sujeto implicado se percate que es arrastrado por un movimiento que va más allá de su razón. Que intuya que si no se detiene terminará en lo peor. Eso irrefrenab­le debe ser una señal de alarma que lo empuje a buscar una respuesta, a querer saber sobre esa inquietud. De lo contrario cae por la pendiente que los lleva a lo fatídico. –¿La informació­n ayuda a concientiz­ar o provoca imitación? –-Hay fenómenos en masa por identifica­ción; por ejemplo aparece que alguien quema a otro y en poco tiempo surgen varios casos. Es el riesgo de mostrar el fenómeno en crudo; el medio no basta como instancia preventiva porque hay una separación entre los que nos pasa y lo que se vive como entretenim­iento o como espectácul­o.

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