Desconfiados
Suelo leer la columna de Miguel Espeche. Me gusta su prosa, su lenguaje coloquial, que parece tener una clara intención de provocar una reflexión en el lector. Esta vez me quedé muy pensativa luego de leer su artículo referido a los desconfiados. Me gustaría transcribir unas expresiones metafóricas que utilizó Espeche: “Desconfiar muchísimo de todo, para así no sufrir ni penas ni traiciones, parapetados en esa suerte de “preservativo anímico” que es el eterno desconfiar. Digámoslo: en el “barrio” los confiados son tontos y los desconfiados, piolas” (…) “Se trata de mejorar la perspicacia de la confianza para confiar mejor, antes de cambiarse al club de los desconfiados seriales”.
Es evidente que si el ser desconfiado fuera una estrategia funcional y efectiva para acabar con la traición, no habría más conflictos entre parejas, hermanos, socios, amigos, etc. El descreimiento no mata la mentira, no elimina las dudas, no deja tranquilo al desconfiado. Ningún celoso durmió mejor sabiendo que sospechar lo puede inmunizar del engaño. El engaño ocurre, o no, independientemente de la persecución despiadada del que se siente amenazado.
La peor de las desconfianzas es la de no creer en uno mismo. La del alcohólico que en plena recuperación, sabe que esa invitación al bar con amigos, puede hacerlo tirar la toalla. Tenerse fe, ser intuitivo, quererse, confiar en las propias virtudes y dones, es el mejor camino para formar parte de la tribuna de los confiados. El que pisa fuerte y, seguro de sí mismo, no anda espiando la vida de los demás.
¡Un aplauso para Espeche! Roberta Garibotti
DNI 18.534.548