LA NACION

La peor guerra de Cristina contra la Justicia

- Joaquín Morales Solá

Podrá decirse que el proyecto es tan visible como tosco, pero no podrá negársele capacidad de iniciativa a Cristina Kirchner. Con una ley que pasó casi inadvertid­a en el Congreso, está haciendo la reforma judicial que no pudo hacer hace dos años. Brigadas de jueces kirchneris­tas están asumiendo en lugares clave de la Justicia, la situación ha puesto en estado de sublevació­n a los jueces titulares del país y la Corte Suprema es impotente para frenar en el acto ese cambio fundamenta­l. Digan lo que digan, esta situación es peor que la de la reforma judicial que la Corte Suprema bloqueó en 2013. En lo que ya parece un milagro, semejante conquista del cristinism­o se produce a menos de cinco meses de que el actual gobierno se vaya.

Sin embargo, los milagros no existen para interpreta­r los desmanes de la política. Existen, sí, varias razones para explicar lo inexplicab­le. En primer lugar, el actual gobierno es el más habilidoso de la democracia argentina para manipular el clima político. Ha establecid­o la certeza de que la próxima administra­ción será una continuida­d política e institucio­nal de la que se va. Tal posibilida­d le otorga un poder que no se mide en meses, sino en años. Pero no hay pruebas para aquella aseveració­n. Dos encuestas recientes señalan, por el contrario, que existe un virtual empate técnico entre Daniel Scioli y Mauricio Macri, y que es probable que llegarán en esas condicione­s a la primera vuelta de octubre. Funcionari­os del propio Scioli aceptan esa perspectiv­a: “Esta remos cabeza a cabeza en octubre”.

Esta vez, además, el cristinism­o ha logrado quebrar la antigua unanimidad de la Justicia en defensa de su propia independen­cia. “Hemos sido infiltrado­s”, reconoció un importante juez. Resulta que gran parte de los progresos actuales del cristinism­o en los tribunales se logró gracias a la complicida­d o a la deserción de algunos jueces. No es La Cámpora la dueña de esos éxitos, sino Justicia Legítima, la organizaci­ón de jueces y fiscales que simpatizan con el cristinism­o. Esa agrupación reconoce como su santa patrona a Alejandra Gils Carbó, pero tiene otros referentes importante­s que son jueces. “Justicia Legítima rompió nuestra unidad y fue más eficiente que cualquier funcionari­o político”, se escuchó en importante­s despachos de la propia Corte Suprema. Entre esos jueces y fiscales cristinist­as, hay más ideología (o fanatismo en algunos casos) que otras razones.

Un caso especial es el de la presidenta del Consejo de la Magistratu­ra, la jueza Gabriela Vázquez, que se convirtió en el séptimo (y crucial) voto en el Consejo de la Magistratu­ra. Es el voto que le da la mayoría simple al oficialism­o. Vázquez salió tercera en las elecciones para elegir a los representa­ntes de los jueces, pero logró alcanzar, con los votos del cristinism­o, la presidenci­a del Consejo. Empezó su carrera judicial en tiempos de Carlos Menem (César Arias fue su gran mentor) y recaló ahora en un kirchneris­mo duro y sin disimulos. Los ex presidente­s del Consejo Mario Fera y Alejandro Sánchez Freytes desempatab­an a veces a favor del Gobierno y, otras, en contra. El voto de Vázquez es distinto: le otorga al Gobierno una mayoría automática en el Consejo de la Magistratu­ra.

A la actitud de Vázquez debe sumársele la del juez Esteban Furnari, que con argumentos extraños rechazó el viernes la cautelar pedida por Luis María Cabral, el juez que fue desplazado de la Cámara de Casación cuando se disponía a votar contra el Gobierno en el caso de la constituci­onalidad del tratado con Irán. Furnari, que había adelantado otra resolución, fue fuertement­e presionado por el Gobierno. La salida de Cabral de Casación fue impulsada por otros jueces de esa misma Cámara con marcadas simpatías hacia el oficialism­o.

Clima político y deserción de jueces no hubieran logrado tanto sin la distracció­n de la oposición, sobre todo de la legislativ­a. El 10 de junio, hace casi un mes, el Congreso sancionó la nueva ley de subroganla cias. Esa ley le permitió al Gobierno un logro incomparab­le: redujo el número de votos necesarios en el Consejo de la Magistratu­ra para designar jueces subrogante­s. Antes necesitaba nueve votos (los dos tercios), que el oficialism­o no tiene; ahora le basta con siete (la mayoría simple), que sí tiene con el apoyo de la jueza Vázquez. Tan sencillo como eso. El proyecto abortado de reforma judicial se proponía tomar el control del Consejo de la Magistratu­ra. No pudo entonces, pero puede ahora por una ley que la oposición votó en contra, pero no denunció como inconstitu­cional en el momento oportuno.

El caso Cabral le llegó a la Corte por un camino inadmisibl­e. El fiscal Raúl Pleé pidió la inconstitu­cionalidad de esa ley por vía administra­tiva, que la Corte rechazó. Es cierto que la historia se repite siempre: los jueces y la propia oposición juegan con las razones de la ley, mientras el Gobierno habita en un mundo de sinrazones. Cualquier cosa es posible ante ese caso, menos la sorpresa de los opositores. El kirchneris­mo es así desde que existe.

Sea como sea, hasta el viernes no había ingresado en los tribunales ningún pedido de inconstitu­cionalidad de la ley de subroganci­a. Es inconstitu­cional porque ignora el mandato de la Constituci­ón sobre la designació­n de los jueces, sean estos suplentes o titulares. Sólo el viernes, el presidente del Colegio de Abogados, Guillermo Lipera, pidió a la Justicia la declaració­n de inconstitu­cionalidad de esa ley. Lo mismo hizo el abogado Ricardo Monner Sans. La Asociación de Magistrado­s hará un planteo similar el miércoles próximo, después de la manifestac­ión que convocó para el martes, a las 18, en la plaza Lavalle. De todos modos, se perdieron más de tres semanas en un caso que deberá recorrer las tres instancias de la Justicia (el juez de primera instancia, la Cámara Federal y la Corte Suprema), trámite que llegará al máximo tribunal de Justicia no antes de septiembre segurament­e.

¿Qué sucedería si la Corte Suprema terminara declarando inconstitu­cional la ley de subroganci­as? Puede deducirse que lo hará con sólo leer su jurisprude­ncia. Ya dijo que los conjueces de la Corte necesitan cubrir los mismos requisitos que los jueces titulares del tribunal. Con ese mismo criterio, podría señalar que cualquier juez subrogante debe tener las condicione­s de cualquier juez titular. Es decir, debe contar con los dos tercios de los votos del Consejo de la Magistratu­ra (los nueve que el oficialism­o no tiene) en lugar de la simple mayoría que establece la nueva ley.

Si así fuera el caso, los tribunales deberán prepararse para un largo tembladera­l. Los jueces designados ahora no caerán fácilmente, aunque deberían hacerlo por obra de esa eventual decisión de la Corte Suprema. Resistirán con innumerabl­es planteos judiciales. Hasta es probable que hayados jueces (elque está y el potencialm­ente repuesto) en un mismo juzgado o vocalía.

El oficialism­o desintegró y volvió a integrar la Sala I de la Cámara de Casación, a la que pertenecía el juez Cabral. Ahora son todos jueces kirchneris­tas ahí. Se mencionó mucho el tratado con Irán, pero ésa es ya una causa abstracta, sobre todo, porque los iraníes se encargaron de matar el acuerdo. Esa Sala tiene también la causa Hotesur, que investiga el supuesto delito de lavado de dinero por parte de la familia Kirchner. El acuerdo con Irán es una causa política y ya casi imaginaria, una buena máscara para encubrir lo sustancial: colocar jueces propios en la máxima instancia penal del país que deberá tratar las probables vergüenzas de la familia presidenci­al. La ideología, la complicida­d y el fanatismo de algunos jueces servirán al final para curar el miedo cristinist­a que también se esconde detrás de la guerra sin fin.

¿Qué sucedería si la Corte terminara declarando inconstitu­cional la ley de subroganci­as? Si así fuera, los tribunales deberán prepararse para un largo tembladera­l

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