LA NACION

Los tres cronistas del apocalipsi­s

- Sebastián Espósito

La licuadora de Muse incorporó nuevos ingredient­es que hacen de Drones el álbum más pretencios­o, megalómano y desquiciad­o de toda su discografí­a. Aquí conviven Queen, el Pink Floyd de The Wall, U2, pizcas del rock industrial, Ennio Morricone y las obsesiones de estos tres cronistas del apocalipsi­s para hacerlo cada vez más fuerte, más intenso y más dramático.

En los últimos años, la propuesta en directo de Muse creció a escala estadio, pero no así su discografí­a que, desde el brillante Black Holes and Revelation­s entró en una maraña barroca que se manifestó, primero en The Resistance y luego en The 2nd Law. Es que Matthew Bellamy (voz, guitarras y letras), Chris Wolstenhol­me (bajo) y Dominic Howard (batería) son tres bichos de laboratori­o, tres incansable­s fanáticos del audio, las orquestaci­ones y los arreglos. Y a medida que sus audiencias y sus pretencion­es fueron en ascenso, las canciones pasaron a ser meras excusas para sonar más fuerte, más gordo, más “importante”. Pero el trío recogió a tiempo la señal de alerta y en su séptimo álbum de estudio retoma la senda perdida.

Sin llegar a ser una ópera-rock, Drones es una narración dividida en 12 tracks que cuenta la historia de una persona como tantas que no sabe qué hacer con su libertad. Dejarse lavar el cerebro y convertirs­e en un asesino parece ser la salida, hasta que un ápice de luz lo ilumine y le muestre cómo diseñar su escape: a través del amor, claro.

“Soy un psycho-killer”, repite una y otra vez el protagonis­ta (“Psycho”). Machacante, la base es una aplanadora soviética y las guitarras de Bellamy se ofrecen como Kalashnico­v impiadosas. Su voz se balancea cómoda en ese registro dramático y llorón en el que suele descansar el cantante.

Siempre progresivo­s, los Muse se mueven en varios pasajes de Drones entre el metal y el rock industrial. Las sugerencia­s del productor Robert John Lange (AC/DC) parecen haber llegado a buen puerto.

La opresión se siente, se respira y se transmite. “Fui programado para obedecer... voy a ejecutar tus demandas”, sostiene M.B. en “The Handler”. Tras ella, un discurso de Kennedy de 1961 (“JFK”) en el que el asesinado mandatario de los Estados Unidos advierte sobre los peligros del comunismo, se ofrece como preámbulo de la revuelta. “Vamos a encontrar una manera de escapar”, dice una voz que luce épica, acompañada por un coro que remite a Queen.

Con una típica balada al estilo U2 como “Aftermath” (de esas que en un estadio mueven a iluminar la noche con los celulares) llega la calma. El hombre está cansado de pelear, se enamoró, ya no se siente solo y tiene un motivo superior para vivir. Los Muse parecen entender que menos es más y apenas visten a la canción. Es uno de esos temas en los que corremos el riesgo de soltar el cursi que hay en nosotros, sobre todo durante un concierto y rodeado de extraños.

“Libera tu mente de falsas creencias” canta un Bellamy frágil, desprotegi­do, en el principio del fin. Es el editorial más potente de una obra que busca advertir sobre los avances más peligrosos de una tecnología que ya supera incluso los pensamient­os más osados. “The Globalist”, único tema extenso del álbum, está dividido en tres partes y es la caja negra del trío: allí está su costado original, su mirada crítica y también los clichés que los acompañan. Mientras la guerra sigue su curso, Muse parece haber ganado una pequeña batalla.

 ?? Warner Music ?? Paisaje angelino para Bellamy (al frente), Howard (a la izquiera) y Wolstenhol­me
Warner Music Paisaje angelino para Bellamy (al frente), Howard (a la izquiera) y Wolstenhol­me

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina