LA NACION

Miguel Ángel Solá, un actor para el asombro

- Verónica Pagés

Habría que empezar por preguntars­e por qué ver o por qué volver a ver Hoy: “El diario de Adán y Eva de Mark Twain”. Y distintas serían las respuestas de acuerdo con la repitencia del espectador del que se trate. Teniendo en cuenta que desde su estreno y esta reposición pasaron 20 años, puede que la memoria flaquee en algunos puntos sensibles, pero no en todos. Y aquí se abre una respuesta personalís­ima de quien está dentro del grupo de los repitentes. Es cierto que el factor sorpresa ha menguado, pero el tiempo lo pone casi a nuevo. Por lo que es fácil volver a disfrutar esta historia de amor que se narra a cuento de otra.

Dos historias de amor en una, podría decirse. La primera, la que salta a la vista, es la de este primer hombre y esta primera mujer que se diría que no tienen nada en común, sin embargo todo se va dando para que el encuentro suceda. Adán y Eva son los personajes que Dalmacio y Eloísa interpreta­n en un radioteatr­o de la década del 50. Ellos le prestan el cuerpo y las voces a estos dos que se enamoran pese a todo. Y luego están ellos, los actores de la escena dentro de la escena, que viven una historia de amor que se descubre fácil, pero que ellos se empeñan en silenciar frente a los otros.

Puede ser que una de las razones de volver a ver Hoy: “El diario…” haya sido ver en escena a Miguel Ángel Solá. Y bien hecho está, ya que el actor sigue impactando con sus interpreta­ciones (Adán, y las versiones de joven y de viejo de Dalmacio). La desopilant­e forma de acercarse a su Adán genera una mezcla perfecta de gracia y ternura, y estremece su modo de otorgarle cuerpo y alma a su Dalmacio en la vejez.

A veces, es sólo un movimiento –casi impercepti­ble– en la espalda o un tono que cambia en la mirada, y ya está contando otra cosa con su cuerpo, se está dejando atravesar por una emoción… siempre nueva. Uno lo pudo ver una y mil veces a este tremendo actor en escena (en televisión, cine, teatro o radio), y nunca deja de asombrar. Lleva al espectador de la nariz desde la sonrisa más liviana a la emoción más profunda. Así, como si nada.

O también puede pasar, en algún caso, que las ganas de volver a ver la misma obra sea para ver a Paula Cancio en el rol que interpretó años atrás Blanca Oteyza. Y sale mucho más que bien parada. No debe ser fácil para esta joven actriz meterse en la piel de Eloísa (o de Eva, o de Adriana) y, sin embargo, banca la parada con buenos recursos. Se acopla, se amalgama a su partenaire y sabe cómo sacar provecho de eso.

Lo que puede que se haya lastimado con los años es el propio texto y la puesta radiofónic­a del mismo que, por momentos, lo vuelve demasiado quieto, lo encorseta, lo aletarga. Es como si la melancolía hubiese ganado todos los territorio­s, aún los de la risa franca, y resulta un poco abrumador.

Y entonces, salta a la vista que la razón de por qué uno puede ir por primera vez o volver después de años a ver Hoy:“El diario…” es Miguel Ángel Solá. Esta obra otorga la excusa perfecta para descubrirl­o o volver a disfrutarl­o haciendo lo que mejor sabe hacer: crear recuerdos imborrable­s.

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Prensa Solá y Paula Cancio, en esta nueva versión

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