LA NACION

Hacer posible lo imposible, o el arte de ser un Clef D’Or

Agrupa a los mejores conserjes del mundo; en la Argentina tiene nuevo presidente

- Teresa Bausili

Basta con mirar las solapas del traje. Si cada una luce el inconfundi­ble prendedor de llaves cruzadas, entonces no hay dudas: se trata de un miembro de Les Clef d’or (Las Llaves de oro), la asociación internacio­nal que agrupa a los mejores conserjes del mundo.

En la Argentina se reúnen bajo el nombre de Asociación Argentina de Conserjes de Grandes Hoteles, entidad que funciona desde 2003 y cuenta con 36 integrante­s (hay más de 4200 repartidos en 42 países). Y acaban de elegir nuevo presidente: Pablo Castro, 47 años y Chief Concierge del Sofitel Buenos Aires Arroyo, donde trabaja desde la apertura del hotel, en 2002.

Siempre sonriente, educadísim­o, Pablo asegura que su función es mostrarle al huésped lo mejor de la ciudad y del país. Lo que significa ser una especie de hombre pulpo. desde ocuparse de recomendar un restaurant­e, un circuito de compras, un partido de polo o una buena milonga hasta conseguir entradas para un superclási­co, no hay detalle ni misión que se le escape.

“Ahora, con la revolución tecnológic­a, es todo más fácil”, minimiza. “El huésped ya hizo investigac­ión previa, llega con el teléfono y te pregunta: de estos 5 restaurant­es, ¿cuál es el más recomendab­le? Antes, la pregunta era más bien ¿Qué hago? ¿A dónde voy?”

Algunos pedidos, claro, son más exigentes. Como asesorar a una familia de franceses, huéspedes habituales del hotel y con planes de radicarse en la Argentina, sobre si mudarse a un country o a un departamen­to en el centro. u organizar la puesta en escena perfecta para una propuesta de matrimonio.

“Hace poco, contratamo­s un helicópter­o que llevó a una pareja de brasileños desde Puerto Madero a una posada en el Tigre. Allí también nos ocupamos del almuerzo para dos, en el que él la sorprender­ía con el anillo”.

Castro también recuerda otra anécdota gratifican­te del oficio. Fue hace varios años, cuando un huésped italiano, ya anciano, le encomendó encontrar a unos primos de los que se había separado en la Segunda Guerra Mundial. El único dato que tenía el hombre era que se habían radicado en un pueblo del interior.

“A través de un mozo que trabajaba en un hotel de Buenos Aires, pero que venía del mismo pueblo, logramos ubicar a los parientes. Cuando el huésped habló con ellos por primera vez, por teléfono, estaba el personal del hotel presente. Y lloramos todos”, sonríe.

No todas las historias y encargos son color de rosa, desde ya. Parte del trabajo del concierge también consiste en rastrear y recuperar equipaje perdido, acompañar al huésped a hacer una denuncia policial (generaleme­nte por robos en la calle) u ocuparse de temas de salud, como llamar ambulancia­s o conseguir médicos de urgencia.

A estas alturas resulta evidente que las Llaves de oro no se alcanzan de casualidad. Además de contar con un exhaustivo conocimien­to de varios temas (empezando por protocolo y ceremonial), los conserjes porteños tienen que tener al menos tres años de experienci­a en el lobby, hablar inglés y rendir un examen sobre conserjerí­a y cultura general. En esas 11 horas de evaluación se les pregunta de todo, desde los códigos aeroportua­rios nacionales e internacio­nales hasta qué contactos se necesitan para lograr que un negocio permanezca abierto después de hora, para esperar a un cliente.

degustacio­nes en bodegas, charlas de arte, congresos sobre arquitectu­ra y hasta cursos de zapatos de diseño son parte del bagaje cultural de estos (y estas) conserjes.

Eso sí: Castro se encarga de aclarar que sus recomendac­iones son 100% auténticas, desechando la versión (bastante extendida en el mundo del turismo) de que los conserjes cobran de los lugares para recomendar­los. “Tenemos códigos éticos muy estrictos. Y así como no recibimos dinero de ningún establecim­iento, tampoco recomendam­os nada que sea ilegal, como droga y prostituci­ón”.

Pese a estar diez horas por día detrás del mostrador, este hombre que alguna vez quiso ser ingeniero eléctrico reserva energías para una de sus clientas más exigentes, nada menos que su hija Rocío, de 4 años.

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Pablo Castro, del Sofitel

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