Con varias Películas en el podio de las más vistas, el Cine argentino parece reconciliarse Con su propio público
Ayer, el top semanal de películas que da a conocer cada día la consultora Ultracine con los números de la concurrencia a las salas no pudo ser más auspicioso para el cine argentino. En el comienzo de una de las semanas más taquilleras del año (ya se vive casi a pleno el clima de las vacaciones de invierno) el cuadro de las diez películas más vistas en la Argentina incluye cuatro títulos de producción local. Y todo indica que algo similar ocurrirá dentro de una semana con la incorporación a la cartelera de la apuesta local más fuerte para este receso de mitad de año.
No son pocos los que se entusiasman con estos datos, de por sí auspiciosos. Los más optimistas se animan hasta a hablar de un posible cambio de época. No es la primera vez que el cine argentino reciente ubica las producciones de mayor potencial taquillero en el lugar buscado, pero a diferencia de experiencias anteriores más o menos cercanas, lo que aparece como novedosa es la certeza de que una película argentina funciona a partir de ese fenómeno tan esquivo para la producción local que es la recomendación de boca en boca.
Hace un año, para esta fecha, ocurría todo lo contrario. Los estrenos nacionales mostraban una diversidad parecida a la de hoy, pero con mucha menos fortuna en las boleterías. La magnífica Aire libre (con mejor respuesta de la crítica que del público) cerró su paso por la cartelera con casi 50.000 tickets vendidos, y tanto Amapola como el documental sobre el boxeador Maravilla Martínez pasaron sin pena ni gloria pese al importante esfuerzo puesto en ambos lanzamientos.
Todo lo contrario ocurre en estos momentos. Los tres largometrajes argentinos que desde hace algunas semanas no dejan de convocar espectadores y vender entradas tienen algo en común (más allá, como dijimos, de su diversidad temática) difícil de percibir a simple vista. Pero más allá de cualquier explicación,
Abzurdah, Sin hijos y La patota son películas que convocan, despiertan curiosidad, abren espacios de debate. Existe un genuino interés por verlas, y la prueba está en el promedio de espectadores por sala que el trío registra en el circuito multipantalla y en las interminables colas que dan la vuelta a la manzana en el Gaumont durante los fines de semana.
El común denominador menos perceptible aparece en el dispositivo que llevó adelante estos proyectos. En algunas conversaciones recientes entre productores, directores, actores y autoridades del cine local, de las que viene haciéndose eco
la
nacion, un punto de consenso parece claro: por fin, después de muchísimo tiempo, empieza a derrotarse el viejo tabú que impedía la convivencia entre la disposición al riesgo artístico y la búsqueda natural de la mayor repercusión posible en la taquilla. En otras palabras, se puede ser popular sin ceder lo esencial del compromiso artístico. Y esto ocurre en una comedia hecha y derecha (Sin
hijos), en un drama psicológico juvenil inspirado en un best seller (Abzurdah) y en un thriller político (La patota). En mayor o menor medida, y desde sus variaciones de género, las tres interpelan al espectador y lo impulsan a buscar explicaciones frente a lo visto. Con una salvedad: no aparece en ninguno de estos casos una idea preconcebida que fuerce al espectador a tomar a priori una posición antes de ver la película. Todas las discusiones aparecen después de que la historia fue contada.
De toda esta experiencia se desprende un primer corolario. Por ahora provisional, pero firme en una postura que de perdurar no tardará en extender las actuales satisfacciones: el público argentino empieza a reconciliarse con el cine argentino. A mirar con interés, compromiso e incipiente apego una producción a la que hasta ayer le daba la espalda, sobre todo cuando no traía consigo el atractivo de alguna figura convocante. Todos coinciden en que lo mejor de este nuevo cuadro de situación es que, por fin, una película ya no depende solamente de un nombre, sino de la historia que se cuenta. Y que una nueva generación de productores (en la que podemos incluir nombres como Juan Vera, Matías Mosteirín y Hernán Musaluppi, entre otros) tiene la voluntad de salir de estrechas y forzosas disyuntivas. Ya no existe la antigua opción de hierro entre compromiso artístico y masividad.
A mediados de agosto, El clan y la mirada sobre los crímenes seriales de la familia Puccio según la mirada de Pablo Trapero será la próxima prueba para comprobar si la tendencia se corrobora y empieza a dibujar, ahora sí, estrategias dirigidas al mediano y al largo plazo. Es cierto que no aparecen este año en el horizonte muchos títulos en condiciones de alinearse con esta mirada (tal vez la única sea la película sobre el papa Francisco que protagoniza Darío Grandinetti y cuyo estreno en la Argentina está previsto para el 10 de septiembre), pero para el mundo cinematográfico local lo importante es sentar las bases de un cambio conceptual y el reconocimiento de que es posible llenar salas con películas argentinas capaces de entretener y estimular interrogantes.
Entre quienes toman decisiones lo primero que aparece es el recuerdo de 2013, año en el que tres títulos argentinos (Metegol, Corazón
de león y Tesis sobre un homicidio) superaron el millón de espectadores y una cuarta (Séptimo) estuvo muy cerca de esa marca. Desde el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales también se hizo notar el aumento de la participación del cine argentino en el total de los estrenos anuales: del 15% en 2013 al 18% en 2014.
El año pasado, detrás del insuperable y por un buen tiempo irrepetible éxito de Relatos salvajes (con sus casi cuatro millones de tickets vendidos) aparecen ocho títulos por encima de los 100.000 espectadores. En lo que va de 2014, Abzurdah está a punto de superar los 700.000, Sin
hijos no tardará en alcanzar el medio millón y La patota, con un lanzamiento de envergadura menor, se acerca a los 100.000.
Estos números dicen, por un lado, que el número de estrenos argentinos crece y que el número de films de mayor convocatoria se achica respecto de lo ocurrido en 2014. Las cifras se engrosarán gracias a las dos propuestas pasatistas y sin pretensiones de estas vacaciones (Socios
por accidente 2 y Locos sueltos en el zoo, estreno del próximo jueves). Pero la sensación térmica detrás de la temperatura es otra. Hay una nueva mirada, otra disposición para encarar los proyectos y un acercamiento progresivo entre películas y público que, hacia adelante, debería llegar al sueño imaginado por Ariel Winograd, el director de Sin hijos: “Tuvimos 10 películas argentinas con 300.000 espectadores. Ojalá lleguemos a las 30 películas de 100.000 espectadores cada una”.
Los más entusiastas se animan hasta a hablar de un posible cambio de época Ya no existe la antigua opción de hierro entre compromiso artístico y masividad