LA NACION

Con mi doble en el Palacio de Knossos, Creta

- Por mariana tsiaculias

Sabía que yo estaba en el Palacio de Knossos, en Creta. Me vi hace mucho tiempo en un folleto que me mostró mi tía al regreso de alguno de sus viajes. No lo podía creer, era yo en pinta y dije: “Un día voy a ir a Creta, antes de que el physique du rol deje de acompañarm­e, y voy a verme inmortaliz­ada desde hace miles de años por los minoicos.” Llegó el día. Después de algunas vueltas por Turquía, y aviones y barcos, saltando por algunas islas griegas, finalmente aterrizamo­s en Sitia, alquilamos un auto y emprendimo­s el viaje atravesand­o toda la isla hasta Kissamos, mas de 250 km. Una autopista coronada de punta a punta con flores de colores y perfumes. Despuésdec­onocerElaf­onisi,bellísimap­layarosa,fuimosalaa­ventura a buscar mi retrato . Muy temprano a la mañana emprendimo­s camino a Heraklion. Junto con la entrada nos dieron los folletos y todo tenía en la portada a “La Parisina”, ese perfil de mujer que me llevó hasta allí. Recorrimos el inmenso museo al aire libre aunque. después de horas ahí adentro, la parisina no aparecía. Preguntand­o a los guías oficiales del museo, me dijeron que esa sección estaba cerrada por reformas. Mi cara y la de mi marido se transforma­ron de tal forma que empezaron a consultars­e entre ellos y por handy para ver si podían mostrármel­a, por lo menos de lejos. Luego de varios minutos, la negativa absoluta e irrevocabl­e llegó. Les mostraba mi perfil y el del folleto y asentían con el parecido, y rogando explicando la distancia que recorrimos para llegar ahí para verme y nada, nada pudo cambiar esa decisión. Mi marido yo hicimos un equipo: él se quedó en la plataforma principal y yo busqué si podía ingresar por donde me habían inHace formado los guías extra oficiales que esperan clientela afuera del museo. Entre corridas y saltos, mi marido me hace señas desde la parte alta del palacio para que salga rápido de donde estaba. Salí corriendo y me topo de frente con una persona de seguridad transpirad­a y agitada preguntánd­ome si encontré lo que buscaba. Le dije que no con cara de piedra y emprendimo­s la salida. Parece que los guías y seguridad del lugar vieron a mi marido solo y empezaron a buscarme algo desesperad­os. Según él, lo miraban y señalaban y salían corriendo. Claro está que no hice nada ilegal, pero los muchachos parece que se asustaron. A la salida del museo, ya abatida, hice un último intento en la boletería, como buscando una posibilida­d más, diciéndome a mi misma: ¡No puede ser! Y vino la respuesta más esperada: No te preocupes, lo que está exhibida aquí es una réplica, como casi todo lo que está en los museos al aire libre. Vayan al museo arqueológi­co que está en el centro de Heraklion, la entrada es gratis y van a encontrar el original. Agarramos el auto, y lo más rápido posible llegamos al centro. Entramos al museo, folleto en mano preguntand­o por ella, por mí, ¡por nosotras, bah! Ahí estaba ella, inmovil, pensativa, miraba al horizonte. Yo no lo podía creer, quise explicarle todo lo que paseé para verla, los kilómetros que nos separaron por tanto tiempo, quise contarle que casi había perdido las esperanzas de que nos encontremo­s, pero no le dio importanci­a a mis palabras. Sólo me invitó a que la acompañe a mirar al horizonte, en silencio y sin más, la seguí y fuimos una por unos instantes. Ella sabía que iba a ir a verla, y yo sabía que me estaba esperando.

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