LA NACION

Así es el fútbol

- Por Ezequiel Fernández Moores.

SANTIAGO, Chile.– “¡En nombre de todo Chile, muchas gracias!”. Arturo Vidal, dos semanas atrás acaso el hombre más cuestionad­o de todo Chile por sus copas de más y choque con la Ferrari, agradecía feliz dentro del campo el elogio de la cronista que, apenas después de la victoria, asumía la representa­ción de todo el país. “El conmovedor llanto de Sampaoli que emocionó a todo Chile”, titula emol. com, del diario El Mercurio. El sitio donde, también apenas días atrás, el DT argentino que ayer sí fue fiel a su estilo y que acertó con los cambios, recibía editoriale­s críticos por no haber echado del plantel al indiscipli­nado Vidal. Así, sabemos, es el fútbol.

La TV nos muestra un estadio cubierto con 40.000 banderas rojas, del tamaño permitido por las autoridade­s. Regalo de Leonardo Farkas, el millonario excéntrico que vive haciendo donaciones y premiando trabajador­es. Y que ya aclaró que no quiere ser presidente, pese a las campañas en redes sociales y al descrédito de una clase política acusada de corrupción y que, en plena Copa América, tuvo que desfilar como nunca antes frente a los tribunales. “Si yo fuera presidente –dijo tiempo atrás Farkas, mostrado ayer por la TV, igual que la presidenta Michelle Bachelet– sería un dictador blando. Los echaría a todos”.

La Roja, como llaman a la selección en Chile, se unió creando el habitual enemigo externo. Primero, lo dijo Alexis Sánchez en conferenci­a previa a la Copa, enojada porque el público, más típico de Clubes SA, debía alentar cuando el equipo más lo necesitaba. Y, segundo, enojada contra su propia prensa. Porque los diarios editoriali­zaron exigiendo que Vidal fuera expulsado del equipo. Porque afirmaron que Sampaoli había sufrido una rebelión interna y perdido autoridad ante el plantel, como llegó a decirle Valdivia a un cronista de TV, rogándole que dejara de inventar historias. Y porque, como afirmó el líder Gary Medel, en la conferenci­a previa a la final, quisieron poco menos que formarle el equipo a Sampaoli. El enojo final, dijeron, fue porque creían que la prensa había agrandado en exceso a la selección argentina después del 6-1 a Paraguay.

El fútbol es un atajo fácil para metáforas de todo color. La selección chilena había superado un duelo clave contra Uruguay. Había puesto a prueba su carácter. La expulsión de Cavani tras el dedo de Jara provocó numerosos intercambi­os acerca de ética, hombría y todos los lugares comunes que suele ofrecer la épica del fútbol. “Huevos –escribió un forista en El Mercurio– es despertar el día después de que 215 segundos de un terremoto grado 8.8 te botó a suelo tus sueños que has construído en los últimos 30 años y busques por donde comienzas de nuevo; huevos es meter medio cuerpo en el barro para rescatar la polera de tu club favorito después de que un alud de lodo se llevó todo lo que pudo; huevos es luchar contra las llamas de un fuego tirano y demoníaco que consume todo por lo que has trabajado en tu vida; huevos es levantarse a las 5 de la mañana y subirse al trasporte público indigno e ir a un trabajo de esclavo y a fin de mes recibir una miseria de sueldo; huevos es tener una clase política corrupta y condescend­iente de ella misma”. El aficionado terminaba diciéndole a un imaginario enojado hincha uruguayo: “ven a mi país y quédate conmigo cuando la tierra se sacuda, no llores, no corras, quédate conmigo; ven a mi país cuando el mar se salga, no llores, no corras quédate conmigo; ven a mi país y dímelo en la cara, dime que no tengo huevos”.

La final de ayer, intensa sí, pero mal jugada, fue una batalla puramente deportiva. La Copa de los escándalos, por la corrupción en la Conmebol, por la salida de Neymar, por la Ferrari de Vidal y por el dedo de Jara, ofreció ayer tensión sólo futbolísti­ca, lejos del agresivo cántico “Chileno decime qué se siente”, de himnos insultados y de inútiles recuerdos de disputas de cuando ambos países sufrían sendas dictaduras. Olvidando tanto pasado común. “Para qué vivir tan separados”, cantaban Los Jaivas en 2010 en el Obelisco, en plena fiesta del Bicentenar­io. Cuentan, eso sí, que la familia de Messi sufrió cuando fue reconocida ayer en el estadio y debió buscar refugio para evitar agresiones. Más sufrió Leo dentro de la cancha.

Argentina, que igualmente pudo haber ganado porque acaso tuvo las ocasiones más claras, y que casi se lleva el triunfo en el minuto final del tiempo reglamenta­rio, jugó sin embargo su peor partido de la Copa. El partido en el que menos arriesgó. En el que menos tocó. En el que, para no sufrir sustos, eligió pelotazos inútiles. Pero sin tirar casi nunca al arco. Y lo sufrió contra un rival obligado por su propia historia y que demostró tener una selección que, juegue bien o mal, lleva años de trabajo. Di María volvió a desgarrars­e en un esfuerzo que era inútil. Tevez, paradójica­mente el primero que ayer subió a un podio al que nadie quería subir, el segundo mejor futbolista argentino de la temporada, quedó en el banco. Martino dijo en la conferenci­a que prefirió a a Higuaín “por su envergadur­a física”. Pastore perdió precisión. Y Messi, casi siempre detenido con faltas, el único que acertó su penal, no pudo reaccionar ante la adversidad de un equipo que, en rigor, dio ayer un retroceso en la búsqueda de su nueva identidad. Messi es el capitán de una selección que jugó dos finales en dos años. Pero las perdió. Capitán de una selección que ahora será primera en el ranking de la FIFA, pero que, a su vez, carga una mochila que ahora vuelve a hacerse pesada. Así es el fútbol. ¿Y si Higuaín hubiese anotado esa última jugada? ¿Y si entraban los penales del mismo modo que habían entrado ante Colombia?

Acaso sirva volver a la carta del hincha chileno en El Mercurio, que termina hablándole al hincha uruguayo sobre la diferencia entre la vida que trascurre dentro y fuera de una cancha y recordándo­le que, pese a tanto ruido, en el fútbol se pierde y se gana: “Pierde digno –dice el hincha chileno al uruguayo, al que toque, al hincha del equipo derrotado–, pierde con lealtad por tu rival, eso es lo que te hace grande”.

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