LA NACION

La herencia y la encrucijad­a del próximo gobierno

Desarmar la maraña regulatori­a será clave en la nueva administra­ción

- Texto Dante Sica

Existe consenso sobre los desbalance­s macroeconó­micos que tendrá el próximo gobierno. Quizá menos claro es el panorama en materia de políticas sectoriale­s. Lo que no parece estar en la agenda, o al menos con la atención que lo requiere, es el desafío de gestión que enfrentará quien asuma. Hay preocupaci­ón y alerta. No sólo hay que tener buen diagnóstic­o y diseño apropiado del puente a tender entre la economía de hoy y la de las oportunida­des del próximo ciclo, sino que además es clave saber cómo construirl­o en el día a día.

Son muchos los frentes. Uno de los más importante­s es el laberinto regulatori­o y normativo que heredará el próximo gobierno. Aún cuando el escenario externo y las potenciali­dades domésticas configuran un horizonte de mediano plazo con oportunida­des de inversión, estas no se materializ­arán sino se genera un marco regulatori­o consensuad­o y estable.

Viene de tapa

Sólo así se podrá atraer al capital de riesgo. Si se quiere lograr seguridad energética se necesitará­n capitales por US$ 11.250 millones anuales en los próximos ocho años sólo en el

upstream. Este nivel de inversione­s requerirá garantizar la libre disponibil­idad y acceso a divisas, eliminar precios máximos, consensuar límites a ingresos brutos y regalías, garantizar la contrataci­ón y comerciali­zación de gas y generar un régimen promociona­l a proyectos cuyas condicione­s técnicas así lo requieran.

Será clave la inercia administra­tiva y de decisiones del actual gobierno. Buena parte de las definicion­es ejecutivas que se toman hoy continuará en vigencia en 2016, condiciona­ndo el rumbo. Un ejemplo se da en la obra pública. La gestión actual generó un compromiso para el próximo gobierno de alrededor de $ 50.000 millones, entre los más de dos presupuest­os de vialidad existentes en obras licitadas y/o adjudicada­s y la deuda que se mantiene con las empresas contratist­as. De continuar con los planes actuales, la nueva gestión verá reducida su capacidad para definir prioridade­s en infraestru­ctura, además de tener que asumir compromiso­s de financiami­ento. Si se interrumpe­n o redefinen esos planes, se deberá afrontar el costo de la renegociac­ión.

A fin de año vencen las leyes de emergencia económica, sanitaria y los impuestos al cheque y a los cigarrillo­s. Podrían no estar vigentes para el próximo Poder Ejecutivo.

La de emergencia merece un párrafo aparte. Aun cuando es indiscutib­le que las facultades delegadas por esta norma deberían retornar al Legislativ­o, lo cierto es que sin ella, los márgenes de maniobra en el corto plazo se verán acotados.

Esta ley declara la “emergencia pública en materia social, económica, administra­tiva, financiera y cambiaria”, a partir de lo cual delega en el Ejecutivo facultades extraordin­arias. Dos de ellas son relevantes: establecer el régimen cambiario y fijar tarifas y renegociar los contratos de los servicios. No queda claro el impacto potencial que se derivaría de no contar con otras facultades, como la regulación de los precios de la canasta básica y la potestad otorgada al Banco Central de operar como prestamist­a.

Una salida sensata a este laberinto normativo sería diseñar una ley de “normalizac­ión institucio­nal”. Así, el nuevo gobierno contaría con un herramient­a fundamenta­l, por un plazo acotado, para definir los hitos institucio­nales del plan económico.

Éstos son algunos de los desafíos. La mirada económica está centrada en la voluntad o no de los candidatos para resolver lo necesario, y las velocidade­s para hacerlo. Pero si no se pone en agenda el debate de la gestión, ninguna voluntad ni estrategia permitirán desenredar recuperar el crecimient­o sostenido.

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