LA NACION

Contra el estereotip­o La marca de lo “latino”

¿EL FIN DE LAS ETIQUETAS? En un escenario de lenguajes globales, los artistas aspiran a que su trabajo sea reconocido por su singularid­ad y no por su origen

- Andrea Giunta La autora es historiado­ra del arte, curadora y docente.

La idea de América Latina, los rasgos que la caracteriz­an, los problemas que la definen han generado intensos debates en los últimos años. Desde el campo del arte y sus complejas articulaci­ones organizada­s desde museos, coleccione­s, bienales y ferias, podríamos referirnos a oleadas de sentidos que fueron ordenando en forma estereotip­ada sus momentos caracterís­ticos: si en los años veinte el muralismo mexicano llevó a pensar que el eje del arte latinoamer­icano radicaba en lo político, el orden de posguerra propició el lenguaje universal de la abstracció­n. En cierto momento primó el surrealism­o y lo fantástico. Hoy estamos todavía inmersos en la oleada del conceptual­ismo. De una manera sintética, fuimos muralistas políticos, surrealist­as fantástico­s, abstractos concretos, neoconcret­os y conceptual­istas políticos.

Las revisiones críticas rechazan estos motes y señalan la necesidad de analizar las obras a partir de sus contextos. Tales perspectiv­as reproducen cierta distribuci­ón internacio­nal de la producción cultural: los centros generan lenguajes y conceptos, y las periferias aportan la materia prima de los temas. Los temas que prevalecen en el mercado –que incluye a las bienales– vinculan el arte de América Latina con la violencia, la colonizaci­ón, el imperialis­mo, las dictaduras. No es que ésta sea una operación artificial, ya que hemos sido invadidos, colonizado­s y militarmen­te reprimidos. Al tema se lo presupone bien plan- teado cuando se ajusta a los parámetros de calidad que se acuerdan en los espacios internacio­nales. La calidad, cabe aclararlo, no responde a criterios estables. Continuame­nte se modifican. En tal sentido, como parámetro incuestion­able, la calidad no existe.

En el esquema estandariz­ado, los lenguajes son globales y los temas, locales: tal podría ser una forma de sintetizar qué se espera del arte latinoamer­icano. La globalizac­ión ha borrado fronteras y diluido los encierros nacionales, las formas deben ser legibles en el orden global. En el tráfico vertiginos­o de obras, el término latinoamer­icano podría incluso carecer de espesor, no designar nada específico. Podría entendérse­lo en un sentido táctico: quienes ingresan en la escena internacio­nal como latinoamer­icanos, una vez que adquieren reconocimi­ento, quieren que se los identifiqu­e sólo como artistas.

El rechazo hacia lo típico, hacia los estereotip­os que se esperan desde los centros, tiene como contracara acechante el aplanamien­to del sentido disruptivo de las obras. Probableme­nte la máquina de las bienales, engranajes de las cosmología­s del capitalism­o global en el campo del arte, provoque esa percepción de que todo es más o menos lo mismo. En este escenario la pregunta por la identidad, por lo caracterís­tico y propio del arte latinoamer­icano, vuelve a formularse. El movimiento entre reclamo y desdén respecto de lo latinoamer­icano en el arte es fluctuante.

En los diagramas del orden de las imágenes recienteme­nte consensuad­os, se rompe el esquema latinoamer­icanista para proponerse el del diálogo Sur-Sur. El Sur ha sido tema de simposios organizado­s a partir de casos específico­s. Aunque entre éstos no se trazaban conexiones, era evidente que se trataba de obras y exposicion­es contrahege-mónicas. Después de dos días de escuchar presentaci­ones en París, un europeo-norteameri­cano evaluó el encuentro: para él, el Sur eran los sentimient­os. Vanguardia­s simultánea­s

Parece inevitable que nos acechen los estereotip­os. Para referirse al arte de America Latina se han utilizado nociones como hibridació­n, sincretism­o o la idea de vanguardia­s descentrad­as. Los términos abonan la existencia de un centro en torno al cual se articulan obras que se caracteriz­an por cierta impureza o desvío. Difícilmen­te esto podría ser aceptado por los artistas latinoamer­icanos que en los años cuarenta o sesenta tenían la certeza de que lo que hacían era arte de vanguardia en su ciudad y en el mundo. Vanguardia­s simultánea­s. Incluso hoy, cuando el término vanguardia carece del capital de sentido que tenía en esos años, los artistas aspiran al reconocimi­ento de la singularid­ad de su trabajo.

El interés por el arte latinoamer­icano no está al margen de la formación de coleccione­s de institucio­nes internacio­nales que ya no pueden acceder a las obras clásicas del canon del arte moderno porque éstas no están en el mercado. En este escenario han entrado recienteme­nte los archivos. Se dice que la mayor colección de documentos originales del arte latinoamer­icano hoy se administra en España y que la mayor digitaliza­ción disponible online se regula en Estados Unidos. Los archivos, incluso, adquieren un estatuto que antes sólo tenían las obras: es frecuente ver documentos enmarcados.

Este panorama aspira a reflejar la complejida­d del término latinoamer­icano, que nos une geográfica­mente desde el idioma, la religión y las institucio­nes, pero que al mismo tiempo nos separa. Aun cuando no estemos de acuerdo, la historia de las naciones existe; en ellas se consolidan experienci­as y relatos, se negocian pertenenci­as no homogéneas (la presencia indígena, negra, de las mujeres, lo lésbico y gay como lo espectral en la nación).

Pese a la diferencia sin conflicto que promueve la globalizac­ión, existen al menos dos lugares desde los cuales volver evidente el poder disruptivo y no domesticab­le del arte. Primero, las obras, con su capacidad de actuar de maneras imprevista­s, desobedien­tes. Segundo, la lectura crítica. Por ejemplo, desde la academia redefinida como espacio de producción de conocimien­to crítico. Entre ambos es posible activar lecturas situadas y el descubrimi­ento de articulaci­ones específica­s, como el nuevo montaje que Adriano Pedrosa hizo en el MASP de San Pablo. Allí se repusieron dispositiv­os de exposición que habían caído bajo el mandato global del cubo blanco: se rescataron de la colección obras inclasific­adas, y a su lado se exhiben documentos que permiten comprender que la obra no es sólo el límite de su forma. El arte latinoamer­icano es, sin duda, parte del mercado global. Pero las estrategia­s para abordarlo pueden escaparse de los estereotip­os.

 ?? GenTileza Fundación proa ?? De la furiosa agresión a la decoración, Fabián Marcaccio, 1997, colección Daros Latinameri­ca
GenTileza Fundación proa De la furiosa agresión a la decoración, Fabián Marcaccio, 1997, colección Daros Latinameri­ca

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