Contra el estereotipo La marca de lo “latino”
¿EL FIN DE LAS ETIQUETAS? En un escenario de lenguajes globales, los artistas aspiran a que su trabajo sea reconocido por su singularidad y no por su origen
La idea de América Latina, los rasgos que la caracterizan, los problemas que la definen han generado intensos debates en los últimos años. Desde el campo del arte y sus complejas articulaciones organizadas desde museos, colecciones, bienales y ferias, podríamos referirnos a oleadas de sentidos que fueron ordenando en forma estereotipada sus momentos característicos: si en los años veinte el muralismo mexicano llevó a pensar que el eje del arte latinoamericano radicaba en lo político, el orden de posguerra propició el lenguaje universal de la abstracción. En cierto momento primó el surrealismo y lo fantástico. Hoy estamos todavía inmersos en la oleada del conceptualismo. De una manera sintética, fuimos muralistas políticos, surrealistas fantásticos, abstractos concretos, neoconcretos y conceptualistas políticos.
Las revisiones críticas rechazan estos motes y señalan la necesidad de analizar las obras a partir de sus contextos. Tales perspectivas reproducen cierta distribución internacional de la producción cultural: los centros generan lenguajes y conceptos, y las periferias aportan la materia prima de los temas. Los temas que prevalecen en el mercado –que incluye a las bienales– vinculan el arte de América Latina con la violencia, la colonización, el imperialismo, las dictaduras. No es que ésta sea una operación artificial, ya que hemos sido invadidos, colonizados y militarmente reprimidos. Al tema se lo presupone bien plan- teado cuando se ajusta a los parámetros de calidad que se acuerdan en los espacios internacionales. La calidad, cabe aclararlo, no responde a criterios estables. Continuamente se modifican. En tal sentido, como parámetro incuestionable, la calidad no existe.
En el esquema estandarizado, los lenguajes son globales y los temas, locales: tal podría ser una forma de sintetizar qué se espera del arte latinoamericano. La globalización ha borrado fronteras y diluido los encierros nacionales, las formas deben ser legibles en el orden global. En el tráfico vertiginoso de obras, el término latinoamericano podría incluso carecer de espesor, no designar nada específico. Podría entendérselo en un sentido táctico: quienes ingresan en la escena internacional como latinoamericanos, una vez que adquieren reconocimiento, quieren que se los identifique sólo como artistas.
El rechazo hacia lo típico, hacia los estereotipos que se esperan desde los centros, tiene como contracara acechante el aplanamiento del sentido disruptivo de las obras. Probablemente la máquina de las bienales, engranajes de las cosmologías del capitalismo global en el campo del arte, provoque esa percepción de que todo es más o menos lo mismo. En este escenario la pregunta por la identidad, por lo característico y propio del arte latinoamericano, vuelve a formularse. El movimiento entre reclamo y desdén respecto de lo latinoamericano en el arte es fluctuante.
En los diagramas del orden de las imágenes recientemente consensuados, se rompe el esquema latinoamericanista para proponerse el del diálogo Sur-Sur. El Sur ha sido tema de simposios organizados a partir de casos específicos. Aunque entre éstos no se trazaban conexiones, era evidente que se trataba de obras y exposiciones contrahege-mónicas. Después de dos días de escuchar presentaciones en París, un europeo-norteamericano evaluó el encuentro: para él, el Sur eran los sentimientos. Vanguardias simultáneas
Parece inevitable que nos acechen los estereotipos. Para referirse al arte de America Latina se han utilizado nociones como hibridación, sincretismo o la idea de vanguardias descentradas. Los términos abonan la existencia de un centro en torno al cual se articulan obras que se caracterizan por cierta impureza o desvío. Difícilmente esto podría ser aceptado por los artistas latinoamericanos que en los años cuarenta o sesenta tenían la certeza de que lo que hacían era arte de vanguardia en su ciudad y en el mundo. Vanguardias simultáneas. Incluso hoy, cuando el término vanguardia carece del capital de sentido que tenía en esos años, los artistas aspiran al reconocimiento de la singularidad de su trabajo.
El interés por el arte latinoamericano no está al margen de la formación de colecciones de instituciones internacionales que ya no pueden acceder a las obras clásicas del canon del arte moderno porque éstas no están en el mercado. En este escenario han entrado recientemente los archivos. Se dice que la mayor colección de documentos originales del arte latinoamericano hoy se administra en España y que la mayor digitalización disponible online se regula en Estados Unidos. Los archivos, incluso, adquieren un estatuto que antes sólo tenían las obras: es frecuente ver documentos enmarcados.
Este panorama aspira a reflejar la complejidad del término latinoamericano, que nos une geográficamente desde el idioma, la religión y las instituciones, pero que al mismo tiempo nos separa. Aun cuando no estemos de acuerdo, la historia de las naciones existe; en ellas se consolidan experiencias y relatos, se negocian pertenencias no homogéneas (la presencia indígena, negra, de las mujeres, lo lésbico y gay como lo espectral en la nación).
Pese a la diferencia sin conflicto que promueve la globalización, existen al menos dos lugares desde los cuales volver evidente el poder disruptivo y no domesticable del arte. Primero, las obras, con su capacidad de actuar de maneras imprevistas, desobedientes. Segundo, la lectura crítica. Por ejemplo, desde la academia redefinida como espacio de producción de conocimiento crítico. Entre ambos es posible activar lecturas situadas y el descubrimiento de articulaciones específicas, como el nuevo montaje que Adriano Pedrosa hizo en el MASP de San Pablo. Allí se repusieron dispositivos de exposición que habían caído bajo el mandato global del cubo blanco: se rescataron de la colección obras inclasificadas, y a su lado se exhiben documentos que permiten comprender que la obra no es sólo el límite de su forma. El arte latinoamericano es, sin duda, parte del mercado global. Pero las estrategias para abordarlo pueden escaparse de los estereotipos.