De mestizajes e influencias culturales
“E l Río de la Plata es mi río. Amo la poesía y por eso amo vivir aquí, donde me puedo inventar una vida poética”, dijo Dominique Sanda, la formidable actriz de El conformista y La herencia de los Ferramonti. El embajador de Francia en la Argentina, JeanMichel Casa, acababa de condecorarla con la Orden de las Letras y las Artes en el grado de Comandante. En el mismo acto fueron condecorados Gabriela Ricardes, directora del Centro Cultural San Martín, y Pablo Trapero, el director de El bonaerense.
Gabriela Ricardes fue la primera en recibir la distinción. Leyó un extenso discurso de agradecimiento en el que se remontó a su primer contacto con la cultura francesa: tenía ocho años, y su madre la llevaba a aprender el idioma en la Alianza Francesa. De muy joven, nació su vocación por las artes circenses, que le deben mucho de su reconocimiento actual en la Argentina. Después fue el turno de Trapero. Éste no había preparado ningún discurso, ocupado en el estreno de su film El clan, pero contó el primer efecto que le produjo la noticia de su condecoración: “Me dio risa enterarme de que iba a ser chevalier”. Lo consideraba un título improbable para alguien nacido en La Matanza.
Sanda fue la última en hablar. Lo hizo con brevedad, con el sentido escénico de una actriz y con caridad por las piernas de los asistentes. Agradeció a franceses, argentinos y uruguayos (vive casi todo el tiempo en José Ignacio) y, en especial, a Emilio Basaldúa que, como director del Teatro Colón, la contrató en 2002 para interpretar Juana de Arco en la hoguera, del dúo Claudel-Honegger. Entre los presentes, estaban Manuel Antín, Pochi Morpurgo, Hipólito Solari Yrigoyen, Emilio y Paola Basaldúa, Nicolae Cutzarida (esposo de Sanda), Teresa Anchorena, Hélène Kelmachter y Jean-Francois Guéganno.
Fue casi como escuchar uno de los relatos radiofónicos de aventuras que se transmitían por las tardes hace ya tiempo para el público juvenil. En realidad, se trataba de la presentación en la librería Eterna Cadencia de Los viajes del Beagle. Primera expedición bajo el mando del capitán P. Parker King (18261830), editado por Eudeba para la Colección Reservada del Museo del Fin del Mundo. Los presentadores fueron Gonzalo Álvarez, presidente de Eudeba, los historiadores José Emilio Burucúa y Federico Lorenz, y el editor, biólogo y autor de libros de viaje Alejandro Winograd. Éste precisó que el volumen presentado es el primero de los tres sobre la llamada “saga del Beagle”, es decir, los viajes realizados en la Patagonia por el histórico bergantín entre 1826 y 1836. Gonzalo Álvarez recordó que la publicación del libro coincidía con la celebración de los sesenta años de Eudeba. “De haber contado con el texto inglés, que en ese entonces no estaba disponible, Arnaldo Orfila Reynal, el creador de nuestra editorial, seguramente lo habría hecho traducir porque responde al espíritu y los fines con que se fundó Eudeba”. Lorenz habló del trabajo que cumplieron los militares y científicos de la expedición: cartografiaron las costas, hicieron la topografía de la región, además de estudiar y dibujaron la fauna y la flora. Burucúa resumió y comentó el libro capítulo por capítulo de un modo notable. En verdad, es un cuaderno de bitácora, llevado por el comandante de la expedición, Philip Parker King, que estaba al frente del Adventure, mientras que Pringle Stokes comandaba el Beagle. Cuando éste, deprimido por las adversidades, se suicidó, el capitán Robert Fitz Roy asumió el mando.
El bajo continuo de esos viajes fue el dolor. El Almirantazgo había ordenado relevar el territorio desde el cabo de San Antonio hasta Chiloé en el Pacífico. Los primeros seres humanos con que se encuentran los expedicionarios son los tehuelches. A los ingleses, les llama la atención que aquellos traten de modo despectivo a los indios alacalufes. En todas las peripecias, se respira la violencia latente que, a veces, estalla. Entre los personajes memorables está María, una hechicera que invoca a su dios, Setebos, divinidad que aparece citada en La tempestad, de Shakespeare (1611). Éste debe de haber tomado conocimiento de Setebos a través de la relación de Antonio Pifagetta sobre los patagones. Curioso mestizaje literario.
El bajo continuo de esos viajes de exploración fue el dolor