LA NACION

Una ficción para el desencanto argentino

- Martín Rodríguez Yebra

Los países no se arruinan de repente, pero suele existir un momento crítico en que el desastre parece no tener ya vuelta atrás. Rastrear ese punto de quiebre puede ser un ejercicio cultural fascinante, como demuestra la serie de televisión 1992, un furor estos días en media Europa.

En diez capítulos de ficción reconstruy­e el año del Mani Pulite, el proceso judicial que desnudó la corrupción institucio­nalizada en Italia. Es un tratado del desencanto: coquetea con el sueño de una regeneraci­ón y concluye con la irrupción de Silvio Berlusconi, el “salvador” que se le ofreció a esa sociedad para superar la decadencia moral que había aparecido ante sus ojos.

¿Se atrevería alguien a rodar una adaptación argentina de ese drama existencia­l? ¿Qué año elegir? ¿Sería “1990”, con la historia de las privatizac­iones de Menem, manchadas de sospechas? O por qué no “1994”; la AMIA y el complot estatal para ocultar a los culpables.

Alguien creerá que mejor es “2000”, con la crónica de la desilusión de la Alianza después de las coimas en el Senado. “2005” podría contar la instauraci­ón del capitalism­o de amigos en la era kirchneris­ta. “2009”, la lección de impunidad del juez Oyarbide cuando convalidó a ojos cerrados el enriquecim­iento exponencia­l de los Kirchner en sus años en el poder. “2012” traería la historia del Congreso que estatizó una imprenta para amparar a un vicepresid­ente. Incluso “2015” tiene gran potencial en lo que va de temporada: la muerte misteriosa de un fiscal que acusó a la Presidenta y por el que ya casi nadie pregunta.

Se podría optar por cualquiera y los personajes serían más o menos los mismos. A diferencia del Mani

pulite, que arrasó con una generación de políticos en Italia, en la Argentina reciente el sistema se las arregla invariable­mente para salvar y reciclar a sus protagonis­tas. Como con la pizza, a los italianos los perfeccion­amos.

El kirchneris­mo moldea la próxima fase. Quita jueces y fiscales molestos. Blinda los servicios secretos. Construye un búnker en el Congreso. Reescribe la biografía de Scioli para colgarse de un candidato de conviccion­es en apariencia opuestas pero con capacidad de éxito. Intentará dominarlo. Y si no, siempre habrá plan B: unirse a él.

Macri y Massa –que no nacieron ayer– llaman a cambiar, pero lo dicen con la boca chica, sin abundar en precisione­s. Le temen acaso al castigo de una sociedad inmunizada a los escándalos, cómoda en lo conocido. Es lo que pasa cuando se entierran los ideales, como transmite con amargura 1992. A los sueños los dictan las encuestas. El futuro, entonces, tiene margen para revelarse siempre un poco peor.

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