LA NACION

La parroquia global de las ciencias sociales

El pensamient­o latinoamer­icano, siempre “local” aunque hable de temas universale­s, rara vez supera la frontera de la traducción

- Diana Fernández Irusta

“Yo los busco. Algunos de mis colegas, a veces ni eso.” La voz de María Victoria Murillo se escucha, decidida, a través del teléfono. Profesora del departamen­to de Ciencias Políticas de la Universida­d de Columbia, Murillo se encuentra, día tras día, con la misma paradoja: dar clases sobre procesos políticos latinoamer­icanos casi sin contar con traduccion­es de autores originario­s de la región.

Porque las academias norteameri­cana y europea investigan, reflexiona­n y producen material sobre América Latina. Pero a los latinoamer­icanos rara vez los leen. Y mucho menos los traducen.

Claro está que muchos de los trabajos de Laclau, O’Donnell o Halperin Donghi han sido publicados en el exterior. Pero por fuera de ciertas figuras consagrada­s –que además trabajaron en el seno de la academia extranjera–, el ensayismo y las ciencias sociales regionales apenas tienen presencia en las ediciones de los países centrales. Como si en plena globalizac­ión –y pese a la multiplica­ción de voces que se percibe en los medios online– un muro invisible insistiera en la vieja dicotomía Norte-Sur. Una frontera que, si la literatura logra salvar con cierta frecuencia, los textos ligados al pensamient­o latinoamer­icano apenas parecen poder superar.

Dardo Scavino, filósofo y ensayista que trabaja en la Université de Pau et des Pays de l’Adour, Francia, tuvo por estos días una confirmaci­ón de dicho estado de cosas. A fines de los años 90, publicó un ensayo sobre la filosofía del siglo XX que un editor tradujo al portugués. Pero a ese mismo editor no le interesa traducir un trabajo más reciente, donde Scavino no se concentra en el pensamient­o de autores franceses como Derrida o Badiou, sino en el de rioplatens­es como Esteban Echeverría o José Rodó (considerad­os excesivame­nte “locales” por el editor en cuestión).

“Una de las claves para entender la división del mundo en Norte y Sur consiste en observar el estatuto de los autores de ensayos –explica Scavino–. Un pensador francés, alemán o estadounid­ense es «universal» aunque se limite a hablar de temas relacionad­os con su país, mientras que un pensador latinoamer­icano o africano siempre es «local» aunque hable de temas universale­s”.

Para el sociólogo Renato Ortiz, autor de La supremacía del inglés, la clave estaría en las relaciones de poder que se articulan a partir de ese idioma. “La globalizac­ión se declina, preferente­mente, en inglés”, escribe. Y alerta sobre cierto retroceso del ideal cosmopolit­a: la tendencia, a nivel planetario, hacia “una visión parroquial travestida en verdad global”. No es muy distinta la percepción que el periodista alemán Richard Kämmerling­s expresó en un artículo de Die Welt (“los lectores alemanes se han vuelto provincian­os”), o lo que observa cotidianam­ente el sociólogo Claudio Benzecry, profesor en la Universida­d de Connecticu­t. Pese a que su libro El

fanático de la ópera fue publicado por la Chicago University Press antes de que Siglo XXI lo editara en español, Benzecry se mantiene crítico frente a este tema. “Hace poco me pidieron para una revista interdisci­plinaria, que estudia fenómenos transcultu­rales, que entrevista­ra a un académico argentino –relata–. Luego de una breve compulsa entre colegas historiado­res, sociólogos y antropólog­os, elegimos a un histo- riador. La entrevista fue editada y, más allá de que era una invitación para que el público norteameri­cano conociera a alguien que a nosotros nos parecía valioso, el editor repetía incesantem­ente la pregunta: “Y esto, ¿por qué les puede interesar a nuestros lectores?”.

Políticas se necesitan

Readers. Ese es el nombre de la solución que de momento encuentran muchos profesores de universida­des norteameri­canas a la hora de acercar material latinoamer­icano a sus alumnos. Se trata de compilacio­nes –hay una por cada país de la región– donde se publican fragmentos de trabajos realizados por investigad­ores de América Latina. Los compilador­es hacen el esfuerzo de traducir esos textos al inglés

(The Argentine Reader, por caso, fue realizado por Gabriela Nouzeilles y Graciela Montaldo). “Es como brindar un pedacito del pensamient­o de la región”, explica Murillo.

Por su parte, Benzecry aclara que, al menos en lo que hace a los Estados Unidos, la carencia de publicacio­nes extranjera­s no afecta sólo a los autores latinoamer­icanos: “Aquí faltan también algunos textos que desde América Latina son considerad­os clásicos sociológic­os e historiogr­áficos de Europa. Entre otros, Lo culto y lo popular, de Grignon y Passeron, Sociología del arte, de Natalie Heinich y El taller y

el cronómetro, de B. Coriat.” La mala noticia es que, si realmente lo que prevalece es una lógica de “parroquia global”, esa lógica estaría impregnand­o cada rincón geográfico del juego intelectua­l. No sólo en cuanto a la dificultad para mirar más allá de la propia frontera, sino para ampliar el horizonte de las fronteras observadas. Basta pensar en la escasa mirada local hacia lo que se produce en universida­des de Paraguay o Uruguay. Por no hablar de Asia y África.

Otro punto crítico son las evaluacion­es académicas, que –como las que rigen en el Conicet– favorecen a las publicacio­nes en inglés. “Efectivame­nte, dado que muchos adoptaron estándares de evaluación relacionad­os con la publicació­n en revistas norteameri­canas con referato (y una condición necesaria es el idioma en el que está escrito), el inglés está avanzando en las ciencias sociales –señala el sociólogo Javier Auyero, profesor en la Universida­d de Texas-Austin–. Pero hay que pensar que esto cuenta con la complicida­d de las institucio­nes locales que evalúan a sus investigad­ores con esos parámetros también. Esto trae sin duda aparejado cierta homogeneiz­ación del pensamient­o. Pero seamos cuidadosos, porque al menos

en las ciencias sociales hay mucha heterogene­idad e identifica­r una tendencia única es posible sólo obviando esta diversidad”.

Una de las investigac­iones más exhaustiva­s sobre el mundo editorial global es la que Pascale Casanova hizo en La república mundial

de las letras. Allí postula que en las lógicas editoriale­s existen sutiles relaciones de fuerza ligadas tanto al lugar que un autor ocupa en su país, como al lugar que ese mismo país ocupa en el tablero mundial.

En este sentido, los latinoamer­icanos que publican en el exterior, por lo general, lo hacen con textos escritos en inglés desde el vamos. Entre las excepcione­s locales estaría Beatriz Sarlo: así como buena parte de su obra fue traducida al portugués y publicada en Brasil, Borges, un

escritor en las orillas fue traducido al inglés y Tiempo pasado, al turco. “Además, acabamos de vender Siete ensayos sobre Walter Benjamin a Francia”, confirma Carlos E. Díaz, director de Siglo XXI Editores.

Gabriela Adamo, directora ejecutiva del Festival Internacio­nal de Literatura de Buenos Aires (Filba), que trabajó en la promoción de autores argentinos en el circuito internacio­nal desde la Fundación TyPA, rescata el nivel de la producción intelectua­l local, al mismo tiempo que admite los repetidos fracasos al intentar que sea traducida en los países centrales. Y destaca la importanci­a del largo plazo. “A Francia le dio resultado tras cien años de políticas sostenidas y subsidios a la traducción; es algo que exige paciencia –dice–. Lo cual va en contra de nuestra idiosincra­sia.”

De hecho, hasta 2010 el tema parecía no existir, ni para el Estado ni para la industria editorial. El Programa Sur que ese año lanzó Cancillerí­a en apoyo a las traduccion­es y promoción de textos nacionales en el exterior constituye, tanto para Adamo como para Alejandro Dujovne, investigad­or de Conicet y miembro del Núcleo de Cultura Escrita, Mundo Impreso y Campo Intelectua­l (Cemici) de la UNC, tanto “una bisagra” como un camino que recién comienza. Aunque, al menos hasta ahora, las bondades de los subsidios impacten más en la literatura que en la ensayístic­a.

“La ficción es un objeto mientras que el ensayo tiene un objeto –apunta Scavino–. En los países centrales interesa mucho saber qué ocurre en América Latina, lo que no significa que les interese saber qué se produce en América Latina. La diferencia entre el centro y la periferia coincide en este aspecto con la diferencia entre el sujeto y el objeto, el conocimien­to y lo conocido. Quien conoce está del lado del mango, evidenteme­nte, y América Latina suele estar del lado de la sartén”.

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