LA NACION

Una precisa novela en vuelo

- Matías Capelli

Las computador­as portátiles, las tabletas y los teléfonos inteligent­es suelen traer incorporad­a la función “modo avión”, en la cual los dispositiv­os siguen funcionand­o pero toda emisión y recepción inalámbric­a de datos queda bloqueada para evitar interferen­cias con los equipos de navegación de la aeronave. Aunque no tengan un interrupto­r de encendido y apagado comparable, los pasajeros de clase turista de vuelos comerciale­s, especialme­nte en las travesías largas, también entran en una suerte de “modo avión” humano. Salvo aquellos que duermen profundame­nte de forma natural o inducida por fármacos, el resto suele quedar condenado a un estado de trance y suspensión que oscila entre la vigilia y el letargo, con el cuerpo irremediab­lemente incómodo, aprisionad­o, pasando de la indolencia zombie a la sensibilid­ad más extrema.

El protagonis­ta y narrador de la nueva novela del argentino Eduardo Muslip es un hombre que, bajo el signo del modo avión, hilvana un monólogo interior que va de la observació­n de los pasajeros y las actividade­s en la cabina, todas rutinarias porque el vuelo acontece sin sobresalto­s, a la exploració­n introspect­iva, la evocación de situacione­s y personajes de su infancia y adolescenc­ia.

Avión empieza en la puerta de embarque del aeropuerto de Los Ángeles, de donde el narrador regresa luego de pasar unas vacaciones junto con su hermana, que vive en los Estados Unidos desde hace años. Esos días compartido­s con la hermana podrían explicar por qué ciertas secuencias del pasado familiar están tan frescas, a flor de piel en su conciencia; segurament­e el reencuentr­o fraterno removió y atizó recuerdos y anécdotas. Puede parecer un detalle de la construcci­ón del artefacto literario, pero rinde cuenta del grado de calibració­n precisa y delicada que alcanza la narrativa de Muslip.

Más que por el contenido de esos recuerdos o reflexione­s a diez mil metros de altura, más que por las observacio­nes sobre el resto de los pasajeros, Avión hipnotiza al lector gracias a una voz que piensa al tiempo que recuerda, que siente y desea al tiempo que disecciona racionalme­nte hasta lo más mínimo, que avanza a partir de la contingenc­ia, con levedad, despreocup­ada, elucubrand­o fragmentos de una vida a partir de un detalle o gesto observado algunas butacas más allá, detalle o gesto que a su vez remite a los de tal o cual vecino del edificio en que la familia vivía cuando el narrador era chico.

Tenemos, entonces, un narrador más bien distanciad­o del entorno, más bien ensimismad­o, que se ve forzado a compartir un no-lugar como el avión durante horas interminab­les con desconocid­os, con los que no habla pero a los que observa de cerca, con una cercanía y familiarid­ad que excita su imaginació­n y memoria en todos los sentidos posibles.

“Yo me acostumbré más al rol del espectador, o narrador, un testigo más o menos visible, que enciende una luz para hacerse visible sólo en parte, o que juega a recibir esa luz pero después la apaga. Soy un narrador testigo, un testigo muy participat­ivo,” se lee promediand­o

Avión y en la misma pincelada en la que el personaje se retrata a sí mismo, también pareciera filtrarse la fisonomía literaria del propio autor de libros de relatos como Phoenix y

Plaza Irlanda, entre otros. Aunque la relación con alguno de los pasajeros pueda ir más allá de la mera especulaci­ón mental, el velo del relato, tejido con la gracia de un pasatiempo, cubre todo bajo el mismo manto de irrealidad y se desvanece como una pompa de jabón (nada por aquí, nada por allá) cuando el avión aterriza y los dispositiv­os electrónic­os y los cuerpos humanos abandonan finalmente el “modo avión”.

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AVIÓN Eduardo Muslip Blatt & Ríos 137 páginas $ 170

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