LA NACION

El zorro en el gallinero

Con una tan inusual como controvert­ida decisión, el Banco Central aprobó que el “zar” del juego Cristóbal López pueda ser dueño de un banco

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Con la designació­n por decreto de los tres directores y un dictamen de la Unidad de Informació­n Financiera (UIF) por el cual este organismo no opuso reparos para la concreción de la operación, el directorio del Banco Central de la República Argentina (BCRA) aprobó la compravent­a del 70 por ciento del paquete accionario del Banco Finansur, a favor del empresario del juego Cristóbal López, logrando así imponer la decisión política de favorecerl­o.

Si bien la negociació­n había quedado concluida en marzo de 2012, la aprobación de la operación se demoró porque, al involucrar a un empresario del juego, demandó una revisión especial por las prevencion­es que la entidad regulatori­a debe respetar en materia de lavado de activos. En efecto, los funcionari­os de línea más experiment­ados del BCRA y de la Superinten­dencia de Entidades Financiera­s desaconsej­aban la operación toda vez que advertían la existencia de una evidente incompatib­ilidad entre operar un banco y ser a la vez empresario del juego.

La explotació­n de juegos de azar es considerad­a una actividad de alto riesgo en relación con la amenaza de criminalid­ad financiera. Esto es así porque el juego posibilita la circulació­n diaria de una muy importante masa de dinero en efectivo a través de operacione­s no siempre significat­ivas, en las que no hay una estricta y eficaz supervisió­n para conocer el origen de los fondos y la identidad del apostador.

Esta actividad ha estado y está bajo la lupa de los organismos que tienen como misión la prevención del lavado de activos y el financiami­ento del terrorismo, por ser considerad­a a nivel mundial como una de las puertas de entrada del dinero negro a una economía formal. Tanto es así que el Grupo de Acción Financiera Internacio­nal (GAFI) considera, entre sus 40 Recomendac­iones sobre Lavado de Dinero, que los juegos de azar deben ser sometidos a procesos de debida diligencia reforzada por los altísimos riesgos que esa actividad lleva implícitos. En la evaluación que el GAFI hizo de la Argentina, el primer rubro que aconsejó controlar es el de la explotació­n de los juegos de azar, por la expansión vertiginos­a que éstos han tenido durante las gestiones presidenci­ales kirchneris­tas.

En comparació­n con países vecinos, la legislació­n argentina muestra algunos puntos laxos. De acuerdo con un estudio de Thomson Reuters, el caso más relevante es el de Uruguay, donde está prohibida la coexistenc­ia del negocio bancario con el de juegos de azar.

La legislació­n en vigor en materia de prevención de lavado de dinero y del financiami­ento del terrorismo impone a las personas físicas o jurídicas que exploten juegos de azar la misma obligación que a los restantes sujetos obligados, esto es, la de reportar operacione­s sospechosa­s a la UIF. De acuerdo con las estadístic­as publicadas por este organismo, las casas que explotan juegos de azar se han mostrado remisas a emitir esos reportes. En efecto, según el informe de gestión correspond­iente a 2013, los reportes ingresados por la totalidad de los sujetos obligados ascendiero­n a 36.079, en tanto las personas físicas o jurídicas que explotan juegos de azar, bingos, loterías, casinos e hipódromos presentaro­n un total de 77 reportes de operacione­s sospechosa­s durante el mismo período.

Por otro lado, así como los bancos, las sociedades de bolsa, las compañías de seguros y las cooperativ­as tienen organismos de supervisió­n propios, que a su vez son sujetos obligados a informar a la UIF las operacione­s sospechosa­s que hubieran detectado, ni la Lotería Nacional ni ningún otro organismo de supervisió­n de los juegos de azar es considerad­o sujeto obligado a reportar operacione­s sospechosa­s, por lo que están relevados de la obligación de llevar adelante políticas activas de prevención del lavado de dinero y del financiami­ento de actividade­s terrorista­s en los juegos de azar que se encuentran bajo su competenci­a.

Todas estas considerac­iones permiten suponer que los riesgos implícitos en materia de prevención de lavado de activos que conlleva la presencia del más grande empresario del juego en nuestro país como accionista mayoritari­o de un banco son por demás importante­s. Más aún si se toma en cuenta que Cristóbal López explota a través de sus empresas 4500 máquinas tragamoned­as en el hipódromo de Palermo –concesión prorrogada por el gobierno de Néstor Kirchner hasta 2032– y dos casinos flotantes en la costanera porteña, al igual que más de 25 casinos y salas de slots en el interior del país, entre los que se encuentra el Casino de Rosario, que es el más grande de América latina, al tiempo que se prepara para dar el salto hacia las apuestas

online sobre todo tipo de deporte. Es de esperar que esta particular circunstan­cia –a la que debe agregarse el hecho de que el gobierno nacional ha prorrogado por octava vez consecutiv­a el blanqueo de capitales, desde su entrada en vigor en 2013– no ponga en riesgo, de acuerdo con los estándares del GAFI, la calificaci­ón de la Argentina, para que nuestro país no vuelva a ser incluido en la llamada lista gris, con las consecuenc­ias negativas que esto traería aparejadas para el sistema financiero, las relaciones comerciale­s y la reputación del país.

Por lo pronto, la decisión del BCRA y de la UIF de avalar la compra de una entidad financiera por López no es más que un nuevo indicador de las consecuenc­ias de la cooptación de los organismos de control por una fracción política que sólo procura utilizar esas estructura­s para perseguir a opositores y disidentes, y beneficiar a sus amigos y socios, garantizán­doles impunidad y convirtién­dolos, como en este caso, en verdaderos zorros dentro de un gallinero.

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