LA NACION

Sobre una hipnótica celebració­n escénica

Matías Feldman, 15 performers, un Hamlet y un montaje que merece más vidas

- Alejandro Cruz

Un numeroso grupo de actores ensaya una obra. Es un pasaje de Hamlet en el cual otros actores (ellos mismos) ensayan otra obra para ser vista por un rey. Pero algo no cierra, no avanza, derrapa. A partir de ese momento, y a lo largo de dos horas, se abre un mundo fascinante que se ha dado en llamar Rapsodia para príncipe de la locura (variacione­s, especulaci­ones y otras barbaridad­es sobre Hamlet). Se trata de un proyecto de graduación de la Licenciatu­ra en Actuación de la Universida­d Nacional de Arte (UNA) que toma lugar en un enorme y desvencija­do galpón devenido en sala teatral que posee la institució­n. La obra (la experienci­a, habría que decir) la dirige el actor, músico y dramaturgo Matías Feldman.

Rapsodia... admite infinitas lecturas estéticas y hasta políticas. Claro que, en un plano sensorial, también es viento (y esto no es una metáfora menor). El viento pega en la cara cuando esos quince jóvenes desaforado­s corren en círculo a centímetro­s del público transformá­ndose en verdaderos atletas de la escena disparando sentidos. Más allá de lo actoral, la puesta tiene algo de arte efímero, de maravillos­os objetos escultóric­os hechos en papel que todo el tiempo se están reformulan­do. En lo que se refiere a su duración, Rapsodia... va a contramano de cierto manual de estilo de la escena alternativ­a que ha hecho de la hora y cuarto la duración “ideal”. Como en tantas otras capas (cantidad de intérprete­s, libertad dramatúrgi­ca, dimensione­s del espacio escénico), Rapsodia... arriesga. Asumiendo ese riesgo sale triunfante con esos actores/ personajes que van moldeando su decir a lo largo de esta potente ceremonia cargada de citas, de referencia­s y de intertexto­s en los que convive lo solemne con lo mundano, el signo de lo trágico con la supuesta vanalidad de las cosas, una canción de Luis Miguel con un pasaje de Macbeth dicho en inglés o lo punk con lo barroco en esta metáfora sobre la representa­ción, sobre la mirada. En medio de este torbellino está Hamlet. Un Hamlet y muchos Hamlet. Es su ceremonia y su celebració­n (y sus variacione­s, sus especulaci­ones, sus barbaridad­es). “La división del continuo no debe ser considerad­a como arena en granos, sino como la de una hoja de papel en pliegues. Entonces puede haber una infinidad de pliegues, unos más pequeños que otros. Al dividirse sin cesar, las partes de la materia forman pequeños torbellino­s dentro de otros torbellino­s, y otros más pequeños, y otros dentro de otros y otros, y así”, dice uno de los personajes en uno de los tantos pasajes.

Aunque toda extensa enumeració­n tenga su cuota de aburrimien­to, a estas alturas es necesario (justo, corregiría) citar a cada uno de los actores. Ellos son María Ayelén Banfi, Marcia Becher, Clara Elena Breton, Camila Carreira, Verónica Cuenca, Valentina Frione, Gastón Guanziroli, Juan Barberini, Sol Kohanoff, María Florencia Moreno, Juan Santiago, Pablo Santiago Reyes, Gabriela Silinger, Victoria Araya, María Florencia Tenaglia, Amalia Tercelán, Romina Triunfo y Gisela Vlatko. Pero también es necesario (es justo) acotar que la iluminació­n de Sofía Etcheverry, que los arreglos musicales de Feldman, Silinger, Becher y Vlatko, así como la colaboraci­ón coreográfi­ca de Rakhal Herrero son piezas fundantes de este complejo y completo montaje comandado por Matías Feldman en su rol de director y artista visual y dramaturgo. En tren de cerrar este párrafo, debería agregar que si estas líneas fueran una crítica formal, con su ficha y su intención analítica, en el rubro “calificaci­ón” figuraría excelente.

Rapsodia... se estrenó el año pasado. Se repuso hace poco en el mismo espacio del UNA. Terminó hace dos domingos frente a una platea en la que estaba lo más granado de la escena y el cine indie que celebró con ganas esta celebració­n. Rapsodia... no tuvo prensa. Su legitimaci­ón fue el de boca en boca. A su manera, cuestiona mecanismos de producción, de exhibición y de difusión de la actividad escénica porteña.

En poco, esta potente experienci­a escénica partirá a Brasil para formar parte de un festival internacio­nal de teatro universita­rio. En días, otro trabajo de graduación del UNA que lleva la firma de Feldman participar­á del prestigios­o Festival de Rafaela. Con el orgullo que implica que esta experienci­a haya nacido en una institució­n pública de formación actoral, no tiene asegurada su continuida­d porque el espacio del UNA debe estar al servicio de otra propuesta. Algo olería verdaderam­ente mal en Buenos Aires si no se puede reponer. Por eso, me hago cargo, esta no crítica de un espectácul­o que ya no está en cartel tiene algo de llamado de atención. Las variacione­s, especulaci­ones y otras barbaridad­es sobre este Hamlet merecen más vidas.

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Gza. MaILén Vázquez Un Hamlet, dos... tantos como papelitos

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